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La UANL y los alumnos rechazados

 

Marco A. Alcalá Vega*

 

La función esencial de un dirigente de cualquier institución, sea pública o privada, consiste en crear la atmósfera propicia para que el organismo a su cargo cumpla con las finalidades para las que fue establecido. Obvio también que, en general, sólo hay instituciones de lucro o de servicio, tanto en el orden público como en el privado. Basados en estas premisas, nos referiremos a una institución pública de servicio, la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), para enfocar el caso de los alumnos que son rechazados en cada ciclo escolar.

Como es sabido, el documento que da sustento legal a la UANL es su Ley Orgánica, la cual le ordena cumplir con tres finalidades: la enseñanza, la investigación y la extensión y difusión cultural, objetivos que los universitarios coronaron con el lema de su escudo que los incita a alentar la flama de la verdad –quizás ha hecho falta puntualizar: de la verdad científica; pero éste es otro tema, no de menor importancia, por cierto. Así pues, la función esencial del rector es crear la atmósfera propicia para que los universitarios lleven a cabo los procesos de enseñanza-aprendizaje, de investigación científica, y de extensión y difusión de la cultura.

El caso de los alumnos rechazados, aspirantes frustrados del proceso enseñanza-aprendizaje en las preparatorias y facultades, evidencia que la atmósfera propicia para ser aceptados no ha sido creada para favorecerlos, sino para asfixiarlos; ha sido por lo menos una atmósfera enrarecida, insuficiente. La persistencia de la UANL en rechazar estudiantes podemos explicarla a partir de cuatro causas que enseguida se señalan y comentan brevemente.

La primera causa radica en la inercia de las autoridades universitarias para seguir privilegiando la enseñanza tradicional o presencial, donde alumnos y maestros coinciden en un espacio al mismo tiempo, los primeros desempeñando un papel casi siempre pasivo, y los segundos convirtiéndose en el centro del proceso enseñanza-aprendizaje, poseedores absolutos del conocimiento y determinantes del avance académico de los estudiantes.

La segunda se halla en los sistemas de enseñanza abierta a distancia que se aplican y que no se han implantado en forma masiva y generalizada, con el rigor y la seriedad que sus potencialidades ofrecen y requieren, al concebir al alumno como el centro del proceso enseñanza-aprendizaje, y al maestro como tutor o guía, ambos utilizando la tecnología moderna de la comunicación que deberá ponerse a su alcance.

La tercera causa se localiza en la falta de especialización de los maestros, designados por las autoridades para responsabilizarse y desarrollar la educación abierta y, en particular, la educación ante la falta de cursos permanentes de capacitación y formación de docentes en estos sistemas educativos, a través de los cuales lo maestros adquieran en forma constante una preparación previa sobre las nuevas teorías, tecnologías y técnicas propias de estos nuevos paradigmas educativos.

La cuarta y última se encuentra en la casi nula promoción y difusión de los sistemas de educación abierta y a distancia, en los niveles pre-universitario y universitario, fenómeno que lleva a los estudiantes a mostrar rechazo o indiferencia por dichos sistemas educativos, más que nada por desconocimiento de los mismos.

Para comprobar todo lo antes descrito, veamos el caso específico de una dependencia prototípica: la Facultad de Contaduría Pública y Administración (FACPyA), segunda en población escolar dentro de la UANL que, en el año 2006, contó con 10,133 alumnos en total, atendidos por 480 maestros a nivel de licenciatura.

En el año 2005, la UANL rechazó 9,000 estudiantes de un total de 25,000 que aspiraron a ingresar a preparatoria y facultad, cifras parecidas a las de 2006. En agosto de este año, de 6,000 aspirantes a ingresar en FACPyA, 3,000 fueron rechazados, y sólo 1,147 de ellos optaron por los sistemas de educación abierta y a distancia, o sea, menos de la mitad. (Continúa)