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PERIODISTAS Y LITERATOS
Hugo L. del Río

garcia marquez 54La personalidad y la obra de Gabriel García Márquez, sin que éste se lo proponga, nos llevan de nueva cuenta a la arena de la antigua discusión: sin duda, el periodismo y la literatura son parientes próximos; tal vez hermanos o, todavía mejor, medios hermanos. La duda: ¿son Caín y Abel, amigos o enemigos; se apoyan el uno en el otro o cada uno procura neutralizar al familiar quizás al mismo tiempo amado y odiado?
Montado a caballo entre dos milenios, el Gabo es el escritor en español más importante de los últimos cuarenta años. El aniversario de Cien Años de Soledad reconfirma que el colombiano tiene al mundo en la palma de la mano. Pero su grandeza como creador de ficción a veces nos lleva a olvidar que su trabajo periodístico se eleva a la misma altura que su obra como autor de novelas y cuentos.

Pero, lo más probable es que, si se hubiera dedicado únicamente al periodismo, el hombre de Cartagena de las Indias no sería conocido fuera de Colombia.
Es la diferencia entre el libro y el periódico la que separa los destinos y las fortunas de los dos hermanos. Los periodistas sabemos que, salvo rarísimas excepciones, la vida de nuestras notas se mide por horas. Uno recuerda, desde luego, el Yo Acuso de Emilio Zolá en 1898; Delenda est Monarchia, de José Ortega y Gasset en El Sol madrileño poco antes de las elecciones de 1931, y No Juguemos con Fuego, de Antonio Vargas MacDonald en el desaparecido ABC de la ciudad de México. El gobierno francés no pudo soslayar el impacto provocado por el texto que Zolá publicó en L’Aurore, el diario de Georges Clemenceau y, poco después, se tuvo que reabrir el celebre caso Dreyfus, el oficial artillero de religión judía quien, en 1894 fue injustamente acusado de alta traición. Y, a finales del sexenio de López Mateos, el editorial de Vargas MacDonald animó al tiempo al gobierno y al segmento más inquieto de la oposición de izquierdas a seguir una línea de moderación. Pero estas son excepciones.
García Márquez comenzó su carrera como reportero. Publicó notas, reportajes, entrevistas y crónicas con un alto valor literario. Desde luego, así tienen que ser las cosas. Hace medio siglo, en su Situación 1, Sartre escribió que el reportaje es uno de los géneros de la literatura. Los textos de García Márquez sobre los soldados colombianos enviados a la Guerra de Corea; el marino que cayó al mar –lo hicieron héroe porque no se murió de hambre– y muchos otros más, merecían un lugar destacado en nuestras letras; lo tienen, porque fueron agrupados en libros. De otra manera, es casi seguro que los hubiéramos perdido.
Y esto nos lleva a esa cumbre del periodismo que es Noticia de un Secuestro, libro-reportaje que está entre lo mejor del género. Aquí vemos al Nobel en su terreno original, moviéndose como quien es: un profesional lleno de recursos, dueño de la situación. García Márquez investiga, entrevista, organiza una enorme masa de información y escribe o redacta como se debe escribir o redactar en esta vida todo lo que es prosa: sencillez y claridad. “Deja la elegancia para los sastres”, aconsejó uno de los grandes maestros.
El Gabo es uno de los monstruos –lo digo en buen sentido, desde luego– bicéfalos que viven en las dos selvas contiguas. Y comparte el olvido al que han sido condenados, en tanto periodistas, otros autores de ficción que alcanzaron altas cotas en los dos oficios: Edgar Allan Poe, Dostoievski, Benito Pérez Galdós, Zolá, Martín Luis Guzmán, Elías Ehrenburg y otros más.
Alcohólico, macilento, siempre enfermo, Poe, gran poeta, creador del género policiaco, autor de obra de géneros dispares y próximos como el gótico, el humor negro y la ficción científica, excelente matemático, además. Cuando se hizo cargo, en Baltimore, de la dirección del Burton's Gentleman's Magazine, el mensuario vendía apenas 500 ejemplares; antes de medio año, Poe subió la circulación a cinco mil; también fue editor de The Southern Literary Messenger y Graham´s Magazine; colaboró en Evening Mirror y Godey's Lady Book y fundó, en Nueva York, su propio periódico: Broadway Journal. Desgraciadamente, ya estaba muy enfermo y no pudo sostener el impulso que dio a estas publicaciones.
Dostoievski, epiléptico, adicto al juego, fundó y fue director de las revistas de San Petersburgo Tiempo y Diario de un Escritor; el gobierno zarista clausuró la primera; la segunda, que no era un diario, a pesar del cabezal, la hacía de pe a pa Fiodor Mijailovich: escribía todas las notas, las corregía y “cabeceaba”, formaba las páginas y vigilaba el tiro. Además, colaboró en otras publicaciones: La Cuota, Notas de la Madre Patria, La Palabra Rusa y El Mensajero Ruso.
Pérez Galdós es una suerte de Balzac español: atleta de la literatura; para sentir los latidos del corazón de la España del siglo XIX hay que leer sus Episodios Nacionales y otras novelas como Fortunata y Jacinta y Marianela; su Trafalgar, tan superior al de Pérez Reverte; aparte de sus célebres amoríos con la escritora Emilia Pardo Bazán y muchas otras damas, se dio tiempo para hacer crónicas, reportajes y entrevistas en los periódicos El Debate y Las Cortes, llegado el momento, fue director de la Revista de España.
Zolá –ya mencionamos su Yo Acuso–, padre de la escuela naturalista, autor de la serie Rougon-Macquart, empezó su carrera muy joven como reportero y, en muchos sentidos, nunca dejó de serlo; don Martín Luis Guzmán –editó su primer periódico en la escuela, a los trece años– fundó Tiempo, la primera revista moderna de México, y escribió novelas como La Sombra del Caudillo y Memorias de Pancho Villa, sin las cuales no se puede entender el México de los primeros treinta años del siglo pasado.
Y de Ehrenburg –Julio Jurenito, uno de cuyos personajes es Diego Rivera; La Tempestad, La Novena Ola, El Deshielo–, corresponsal en la II Guerra Mundial, basta recordar lo que dijo Stalin: “Cada artículo de Ehrenburg vale una división”.
Hay muchos otros, desde luego: Nicolás Restiff de la Bretagne; los escritores-periodistas-espías ingleses como Daniel Defoe y Rudyard Kipling; una larga lista de hombres de la Reforma juarista y de la Revolución: Heriberto Frías, Rafael F. Muñoz, Fernando Benítez. José Ortega y Gasset no tiene obra ficcional, pero son inmejorables sus credenciales como prosista y hombre de Prensa.
Gran parte de la obra periodística de estos hombres está dispersa, acaso perdida. Pero se mantiene viva la lección que nos dejan:
El periodismo y la literatura se complementan el uno a la otra... si el creador es, al tiempo, periodista y escritor y, entre edición y edición, se sabe dar maña para trabajar dieciséis horas al día. La única diferencia entre el periodismo y la literatura es que el primer género rechaza la ficción y, casi del todo, la imaginación, elementos que son el basamento del segundo. Pero, lo más importante:
El periodismo moderno tiene que hacer suyo el estilo de los grandes prosistas autores de cuentos y novelas. El viejo “lead” hace rato que pasó a la historia. Hoy en día, la nota deberá ser escrita –escrita, no redactada– como si fuera reportaje, con una “entrada” digamos, diferida: finalmente, la “cabeza” nos da lo más importante de la información. En México estamos muy rezagados –en periodismo y en todo–; necesitamos estudiar y adaptar lo que se está haciendo en otros países. La presencia en internet de los diarios importantes es una magnífica respuesta a la radio y TV: las páginas cibernéticas, las mejores de ellas con video sonoro, las están actualizando de manera inmediata, y con mucha más solidez que los medios electrónicos, pero eso no es suficiente. Tenemos que aplicar la autocrítica y sacudirnos la modorra: si se está perdiendo la batalla ante radio y TV ello se debe, en buena medida, a nuestra indolencia, a nuestro amor por la rutina. Nuestro público está harto de la “opinionitis”; casi todo lo que publicamos son declaraciones; olvidamos los hechos y damos por sentado que la palabra del opinador se corresponde con la realidad. Necesitamos lectores y, para garantizar su lealtad tenemos que aprender no sólo a reportear en profundidad, sino, también, a escribir bien.

hugoldelrio@hotmail.com

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