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¡Oh!... niños imprudentes

Alfonso Teja

teja54¿El niño que “llevamos dentro”? A ver… busquemos… sé que anda por aquí, pero últimamente no lo he oído mucho. Será más fácil encontrarlo si le seguimos la pista desde dónde viene.
Y no me resulta difícil encontrarlo cuando hace muchísimo tiempo, siglos antes de que conociera la esencia del blues, ese chiquitín de apariencia inocente se pasaba las horas junto al lavadero de la casa mojando con un pincel un vidrio opaco para comprobar cómo, por unos minutos mientras se secaba, aquel cristal casi se hacía transparente.
Inocencia no es lo mismo que inconciencia. Ese niño (yo) muy poco tiempo después le abrió la cabeza a un vecinito al propinarle un contundente mosaicazo con una pieza del piso que estaba suelta. El pequeño Mario (aún lo recuerdo bien) fue a dar al hospital para que le cosieran la cabeza. La sangre y el escándalo fueron proporcionales. Sí. Había futbol y otros juegos, pero también mucha violencia.
En otra ocasión se generó una disputa a pedradas entre dos bandos al frente de la casa, allá por Simón Bolívar, en Las Mitras. Los de aquí contra los de la esquina. Llovieron piedras de todos tamaños, con tan mala suerte que una de ellas fue y se estrelló en la frente de una de las hermanas del líder enemigo. ¡Chin!, siempre he creído que fui yo el de la puntería, pero nadie dijo nada porque éramos varios en el ajo.
A mí y a mis hermanos nos inscribieron en colegio lasallista (religioso), pero nunca nos obligaron a ir a misa. Los lunes, las monjas y los profes nos pedían relatar el evangelio, obviamente me pasé toda la primaria sin sacar nunca diez en moral. ¿Será un buen motivo para festejar?
La verdad es que todo eso me causaba cierto conflicto, pero no mucho. En un cumpleaños se armaron las luchitas. En el fragor de los relevos australianos recuerdo cómo le caí con doble rodillazo a uno de los luchadores más chicos del bando contrario ¡por la espalda!... y ahí sí: el lloradero. Esa vez me sentí torpe y abusivo, pero lo superé rápidamente.
Contra lo que se dice y piensa en la actualidad, los chicos de aquellos tiempos, aquí en Monterrey (mediados de los cincuenta, principios de los sesenta) fuimos violentos. Inconscientes y violentos. Llegaban los vientos de marzo y aparecían las mariposas en los abundantes llanos de la colonia (nada qué ver con el desastre urbano de la zona a partir del Metro) y la diversión de los pequeños criminales era cortar ramas de mezquite y ¡a cazar a los pobres lepidópteros!
Quienes han visto la película El Submarino Amarillo y recuerdan personajes como los Blue Meanies o el Turco Comeflores, podrán darse una idea muy aproximada de lo que éramos capaces de hacer. Ansiábamos cumplir ya los diez años para pedirle a Papá Clos una carabina de postas y así poder tirarle a los pajaritos (o de perdido a los focos de los vecinos).
En cierta ocasión encontramos un nido de gatos, y lo que ahí sucedió llegó mucho más lejos de lo que actualmente soporta mi sensibilidad. Que aquí quede establecido que entre nosotros, banda de depredadores, no existía entonces la menor conciencia del respeto por la vida, en cualquiera de sus formas.
¿No era una costumbre muy extendida amarrarle un cordel a los mayates… y obligarlos a volar, o azotarlos en las paredes o contra el piso? Nada escapaba prácticamente de nuestra azarosa crueldad infantil. Y todavía no llegábamos ni a la edad para entrar en la liga pequeña de beisbol.
Después vendría la adolescencia, el descubrimiento del sexo, y otros condimentos interesantes o preocupantes, según se quiera ver. Pero afortunadamente, por ahí de los veintes tempraneros, algunas experiencias trascendentes me llevaron a descifrar gradualmente parte de los misterios de la vida. Supe que podía cantar el blues, por ejemplo.
Hoy, a cuatro o cinco décadas de distancia descubro que era la misma fuerza de la vida la que nos impulsaba a actuar de esa manera, pero sin dirección. Y muy paradójicamente ese mismo niño, cuando anda por aquí, se me aparece para recordarme que la única diferencia importante entre el entonces y el ahora, no es el tiempo transcurrido, sino la conciencia desarrollada.
Y eso es lo principal que me proporciona, y le agradezco, ese niño que aún traigo dentro.

alfonsoteja@hotmail.com

 

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