Rios

MENTADA DE MADRE
Brenda Ríos

Esta mañana en la micro dos cantantes ambulantes piden permiso al chofer para subir. El chofer escucha Los Éxitos del Ayer, música romántica en español. Es muy probable que esos músicos tocaran esas mismas canciones. El chofer dijo “No.” Vi la cara de uno de ellos: desilusión y una mentada de madre. De todas maneras éramos muy pocos pasajeros, no iban a sacar mucho.

    Así hay días: conozco esa cara muy bien. Lo que no nos ha sido dado. Lo que sí, no ha sido lo que esperábamos. Entre la desilusión y la mentada de madre, eso lo define todo.

    ¿La vida no es lo que esperabas? ¿Eres el único al que atropelló el tráiler en la autopista? ¿No entiendes por qué tú, precisamente tú, seguro de que a tu edad vivirías en el penthouse del edificio con vista a la ciudad apenas puedes pagarte un cuartucho húmedo del primer piso con vista a la espalda de otro edificio que a su vez ve la espalda del otro? ¿Esperabas la vida de princesa turca sólo porque tu papi te dijo que lo eres? ¿Acaso ves las alfombras, los higos en el frutero? Ponte en línea, y échate agua fría en la cara que lo peor aún está por venir.

    Alguien me escribió apenas: me siento perdida. Contesto con la famosa cita de Carroll: el conejo, el camino, no importa qué camino si no sabes dónde… y remata: No, perdida por dentro. Mi último: “Todos estamos así”; tampoco sirvió. No supe ayudar. No es consuelo decirle a alguien que estar perdido por dentro es normal, absolutamente normal.

    Los padres nos educan para que podamos vivir sin ellos (mi amiga de 37 que vive con su madre es una excepción: se pasmó como un cassette, una película en la videocasetera, vive en sus eternos 12 años, virgen para siempre) sobrevivir sin ellos; al menos eso he creído. ¿Y si no damos una? ¿Regresaremos como gusanos a roer la tierra bienamada del hogar materno? ¿Si ya no hay hogar/lugar/padres para entonces? ¿Si, por más que busquemos el trabajo sólo alcanza para medio vivir y no para el placer, los viajes, conocer el mundo, pagarnos clases de otro idioma, ir a nadar, comer fuera diario? ¿Si, por políglotas que logremos ser y leídos y eso, sólo paguemos la vida al ras: los excesos serán irse de tragos con amigos que viven como uno y hasta ahí? Es más, ni hijos pude tener porque no tuve ni espacio ni dinero ni gana, no todo en ese orden. Porque ahora que lo pienso muchos de los que tienen hijos (no es crítica, sólo comentario) se buscaron el mejor autoboicot de la vida: dejaron de hacer, buscar, todo porque tienen nenes. Al menos el auboicot de los que no tienen hijos es un poco más interesante y echan a perderse sólo a ellos mismos.

    Solía dividir a las personas en dos: las que hacen escenas en la calle y las que no; las que dejan propina y las que no; las que leen, las que viajan, y así; luego dividí las aguas en los que tienen hijos y los que no. Quien decide con amor y responsabilidad criar un hijo me parece que enfrenta una tarea hermosa y monumental, yo misma quise hacerlo así; pero como la mayoría de nosotros somos accidentes, el último trago de la noche, el acto machín de no usar preservativo, pues sirve pensar si queremos repetir eso de alimentar y vestir a los accidentes. ¿Si el amor no llega como dicen que sí? ¿Si esa natural disposición de crianza no está en todos? Bueno, pero de eso no quiero hablar. Me refiero a que los papis sólo pueden reunirse con otros papis, a los demás, por mucho amor que tengamos no hay manera de entrar a esa comarca donde se deciden cosas que sólo a ellos les competen. No hay nada más delicado que decirle a alguien: Creo que tu hijo necesita (dormir, disciplina, un golpe, agua), porque nos mirarán con odio, y con toda razón, los no-padres sólo podemos mirar, apapachar y comprar globos al nene, comprar la muñeca y listo, voilà. La educación, corrección, pronunciación sólo es asunto de los padres o de que, los que como ellos, tengan hijos a su vez.

    La conversación es así: pañales, escuelas, la miss de, ahora Paolita sabe decir tal, ahora Lucio se sube a los escalones, peripecias y hazañas maravillosas de ese lugar común. Los que no tenemos hijos tenemos pereza incluso de participar porque de nuevo, esa mirada: es que tú no sabes. Los hijos son una esponja de tiempo, escuché en una conversación entre padres divorciados: la rutina de hijos/escuela/comida/natación/hacer la tarea/regresarlos con el padre o madre y así toda la semana. No pude evitar bostezar. Uno dice claro, entiendo, cuando nada está más lejos del interés o de la empatía.

    Así que bueno, el trabajo no es lo que pensabas, la vida tampoco. Las relaciones. Los caminos de la vida no son como imaginaba, ajá, así, tal cual. No tuviste hijos para echarles la culpa de estar en medio del pantano y decir: es que lo hago todo por ellos: seguir en el trabajo de mierda, aguantar al imbécil del marido/esposa de mierda. Ni eso tienes a tu favor.

    Estás solo con tus decisiones. Sólo tú. No hay penthouse. No hay empleo soñado. Nada es glamoroso. Dejas de angustiarte de una vez por todas, el futuro, ya no importa. Tendrás las mismas conversaciones ad infinitum del café/bar; cuando ya no estás trabajando ni quedando bien con nadie ni poniendo cara de inteligente que a nadie impresiona, te das cuenta de que no hay más: no hay para dónde.

    La vida con niños debe ser igual, sólo que estás tan ocupado que piensas menos en lo que no tienes, eso debe ser. ¿Perdido por dentro? Faltaba más, haz migas de pan y las vas dejando por ahí, casuales, lo bueno de recordar menos es que la ansiedad o la angustia o la alegría llegan como si estrenaran departamento: un loft propio para extenderse a cabalidad, y todo parece nuevito.

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