Monterrey.- Nuestra Señora de la Salvación: ese era el nombre de la iglesia católica, fundada en 1976 por un sacerdote ya enterrado en algún cementerio. Su construcción era sencilla, pero ostentosa al ser demasiado grande. La cúpula estaba manchada por excremento de paloma y la torre cargaba la campana con la que cada domingo eran llamados los fieles.
Graciela entró y se hincó en el pasillo central persignándose con devoción, luego se sentó en la última fila, se aferró a su frente con las manos juntas y rezó una pequeña plegaria. Luego alzó la vista y miró el confesionario. La idea era simple, entrar ahí en uno de los descansos del clérigo y ensayar su confesión cuando no hubiera nadie. Para luego confesar de verdad una vez que pase el temor y la vergüenza, pues se creía pecadora potencial y pensarlo le producía escalofríos.
Así que entró en un confesionario vacío, revisó que no estuviera el padre del otro lado y tosió con delicadeza, respiró hondo y comenzó su ensayo murmurando:
—Ave María Purísima —y esperó un momento—, sin pecado concebida... Confiésome Padre de todos mis pecados... Confiésome Padre que he pecado, que he obrado muy mal... A veces, cuando ando muy cansada y llego del trabajo, les pego a mis hijos sin que hayan hecho nada... Eso me hace sentir bien porque llego fastidiada a la casa... Es que soy cajera en un Soriana y los clientes salen con cada cosa... ¡Pero le juro Padrecito! ¡Le juro...!
Graciela respiró profundo y meditó un momento, esa parte la podría saltar, solo era cuestión de prometerse a sí misma no volver a tocar a sus hijos, no sin una excusa, entonces comenzó de nuevo:
—Ave María Purísima —y esperó un segundo—, sin pecado concebida... Confiésome Padre, soy una mujer casada, pero no dejo de pensar en el compadre... digo... Es que la semana pasada, en una fiesta en mi casa; cumplió años uno de los chamacos; el compadre y yo fajamos en el patio... Eh, es que ya andábamos tomados y nos ganaron las ganas... Y... Como que vi muy bueno al compadre... Pero fue nada más como un minuto... a lo mejor menos... Es que por ahí andaban los niños... Digo, no es porque ahí anduvieran los niños... Bueno si...
Dejó de hablar un instante, miraba el suelo del confesionario, sus ojos veían algo difuso sobre la madera, de nuevo respiró profundo al tiempo que colocaba un puño en su boca y negaba con la cabeza. Nunca se volvió a dar otra oportunidad de “faje” con el compadre, y tal vez nunca vuelva a pasar, así que se juró olvidar todo el asunto y continuó otra vez desde el inicio murmurando:
—Ave María Purísima —se detuvo un momento—, sin pecado concebida... Confiésome Padre que ha actuado en contra de la voluntad de Dios y lo maldije... es que en la escuela de mi güerco rifaron un microondas y pensé que me lo había sacado... Es que hasta le reclamé a la directora el premio... porque Dios nunca me ha hecho ganar nada, me hizo salada... Y es que luego me dio mucha vergüenza... Bueno, es que la verdad soy yo... Ya no voy a blasfemar... ¡Lo juro!
Se detuvo de nueva cuenta y respiró.
—Ave María Purísima... sin pecado concebida...
Respiró otra vez, negó con la cabeza, pues pensó haber encontrado un pecado no tan importante, y volvió al principio:
—Ave María Purísima... sin pecado concebida...
En ese instante se escuchó al sacerdote que entraba y se sentaba en la otra parte del confesionario, y el párroco, sin mirar hacia la ventana que divide al pecador de su mediador, dijo:
—Ave María Purísima...
—Sin... sin pecado concebida, Padre...
—Dime tus pecados hija mía...
La voz del Padre sonó como piedras en la conciencia de Graciela, quien no lo pensó dos veces y salió corriendo de ahí. El clérigo quedó en silencio un momento, pues nadie respondió su petición. La parte del confesionario, donde se supone el pecador lava sus pecados, estaba vacía ya.