GOMEZ12102020

La pacientita
Tomás Corona

Monterrey.- Francamente no me lo explico, y me resulta muy difícil tolerarlo, no es la primera vez que lo percibo, hace tiempo hice trampa, conocía al médico y pude pasar primero a una maestra en silla de ruedas que tenía ambas piernas lastimadas, ¡imagínense!; y nadie quiso cederle su lugar en la consulta. Yo tenía una de las últimas fichas y para nada hubiera servido mi gesto. El doctor estuvo de acuerdo y la atendió primero a ella. Ayer por la noche, una extraña hora para la atención en el servicio médico, otra pacientita llegó a la consulta, también en una silla de ruedas, acompañada por su hija. Una férula en su pierna derecha (que abarcaba desde la rodilla hasta el pie), quejándose agriamente de un fuerte dolor que atacaba su frágil existencia. “Me duele todo…” Decía. Le dieron la ficha 14 (irónicamente yo tenía la ficha 15).

El traumatólogo llegó tarde y según mis cálculos la viejecita iba a estar aplastada y adolorida por lo menos tres horas . Hice el intento para que la atendieran primero, pero fue inútil, estaba como aturdida moviéndose en la silla de un lado para otro; y de repente se puso a llorar por causa del dolor, ante la desesperación de su hija. Se tensó muchísimo el ambiente, pero igual nadie hizo nada por remediar la situación. La moraleja de esta historia es señalar la jodencia de las leyes para resguardar y proteger los derechos humanos del adulto mayor. Me ha tocado ver, en otros países, cómo los ancianitos, sobre todo si van en silla de ruedas o con muletas, son solemnemente atendidos con un protocolo bien establecido y con mucha dignidad. En México (y en el pomposo Nuevo León) eso no pasa (y quizá nunca pasará).

Ojalá que la remendada y mal llamada “nueva constitución” del estado incluya esos derechos de los adultos mayores como algo vital; si no, seré el primero en reprocharlo y reprobarlo.