Monterrey.- Son las lacras de una sociedad convulsionada. Quienes necesitan los reflectores de los medios de comunicación.
Buscan a toda costa el cochupo y la lisonja.
En las mesas de los cafés ansían el saludo estruendoso. El abrazo de quienes son sus comparsas.
A ellos les encanta el sudor de los subordinados. Los avisos insignificantes y las columnas de chismorreo.
No soportan la idea de trabajar a todas horas. Desconocen tres libros fundamentales para una vida de éxito.
Crecen en la medida de sus ambiciones. Los pies jamás tocan la tierra. Vuelvan por entre los eufemismos de una conducta salvadora.
Programan agendas llenas de turismo político. Suben a montañas de pobreza y desolación.
Prometen lo ya prometido, lo incumplido. Juran y perjuran ser distintos.
Deme la confianza de su sufragio. Crea en el rostro de quien no se esconde tras una máscara.
Negocían con los empresarios, comulgan en las iglesias y hasta se alimentan, en platos de necesidad.
Todo, para mostrar un lado humano y sensible. De apariencia genuina y no claudicante.
Están cortados con la misma tijera. Los viste el mismo sastre. Los maneja el mismo titiritero.
¿quiere saber su nombre?
Se llama Egoísmo y se apellida Narciso.