Ciudad Juárez.- El 5 de noviembre de 1940, falleció exiliado en Francia Manuel Azaña, el último presidente de la República Española. El gobierno francés, títere de los nazis que ocupaban medio país, prohibió que el féretro se cubriera con la bandera republicana. Entonces, el embajador mexicano Luis I. Rodríguez, trajo una bandera mexicana e invistió con ella el ataúd. Así fue sepultado el humanista, literato, historiador y hombre de Estado español. El mexicano, pronunció entonces unas palabras memorables: “Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio, para los republicanos una esperanza, y para ustedes, una dolorosa lección”.
Como éste, hay muchos otros episodios en las relaciones entre los dos países. Los mexicanos, como sostenía Ignacio Ramírez, somos hijos del mestizaje, de la fusión de las sangres española y americana. Nuestras patrias o naciones o colectividades, comparten miles de lazos indestructibles.
No borra este hecho la destrucción de las culturas, los genocidios, la esclavitud a que fueron sometidos los pueblos conquistados por los colonialistas alemanes, franceses, ingleses, belgas, holandeses, portugueses y españoles en todo el mundo.
Si en nombre del Estado español, que tiene continuidad histórica, se ofrece una disculpa a los pueblos agraviados en México, se estaría sembrando una semilla más para la reconciliación con nuestro pasado.
Por su parte, la Iglesia católica que en su tiempo acompañó la conquista con toda su barbarie, también debería proceder en el mismo sentido, para evitar que en el futuro, en nombre de la intolerancia y de la arrogancia, se niegue a los otros, a los diferentes, la condición de seres humanos y se violenten los derechos que les son inherentes.