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LOS CANDIDATOS PROMETEN
INEQUIDAD FISCAL
Claudio Tapia

Para el autor de la Biblia del capitalismo, Adam Smith, que primordialmente fue un escritor de filosofía moral, circunstancia que nadie parece recordar, el hombre es por naturaleza egoísta y rapaz y, consecuentemente, tiende a acumular, sin límite, la riqueza generada por sus artificios, con la terrible consecuencia de que la falta de distribución de esa riqueza genera pobreza y desigualdad. Pero, y éste fue el mito genial que lo inmortalizó, gracias a la redistribución del ingreso que la mano invisible lleva a cabo, la también natural falta de equidad del hombre se supera y… todos felices.
 Pero, la amarga experiencia nos dice que eso no ocurre así ni ocurrirá. Sin la presencia de un poder superior que regule e impida la excesiva acumulación de la riqueza en unos cuantos, es imposible que el esfuerzo colectivo se distribuya en beneficio de todos los demás.
Por su parte,  León Duguit, maestro de la Universidad de Burdeos, en su manual de Derecho Constitucional, nos  advirtió que el Estado es sólo un castillo imaginario levantado con el propósito de ocultar el hecho real del domino de unos hombres sobre los otros. Desde su realista posición, nos previno de que el Estado, es el fantasma jurídico que han inventado los poseedores de la tierra y la riqueza para imponer coactivamente a los desposeídos el respeto a la llamada propiedad privada, sustento de la acumulación. Por eso fue que el tratadista afirmó, contundente: “el Estado es el proceso de diferenciación entre gobernantes y gobernados”.
 Si conectamos las dos ideas, entendemos el fin práctico de la creación del Estado. Como el hombre es egoísta y rapaz por naturaleza, acumula toda la riqueza que le es posible. Los más, los empobrecidos, un buen o mal día (según se vea), se desesperan y salen a redistribuir, con violencia, la riqueza acumulada en grandes cantidades y durante largo tiempo en pocas manos. Precisamente, para impedir que eso siguiera sucediendo fue que inventamos al ente superior, autorizado para ejercer violencia legítima, dotado de la facultad de recaudar. Formamos un Estado para defender la soberanía y, garantizar la seguridad y la paz interior. Y, precisamente, para lograr este último fin -además de para financiar el gasto- lo dotamos del instrumento redistribuidor pacífico de la riqueza: la potestad tributaria, la posibilidad de establecer gravámenes, el permiso para quitar e igualar.
El requisito para que las contribuciones sirvan a ese noble fin, es que sean proporcionales y equitativas. Y no todas lo son. Todos  sabemos que la más elemental clasificación de los impuestos (una especie de contribución) los divide en directos e indirectos y, que los primeros gravan parte de la riqueza acumulada; al muy rico le quitan mucho, al mediano le quitan una cantidad regular y al pobre nada le quitan y, a veces, hasta le dan; mientras que los segundos, los indirectos, sin tomar en cuenta la capacidad para contribuir de la persona, sin importar su renta o riqueza,  gravan por igual. En el Impuesto al Valor Agregado se dice: si pudo consumir, puede contribuir.
 Los primeros, los directos, son progresivos, redistributivos; los segundos, los indirectos no; éstos son regresivos, es decir, concentradores de riqueza o de pobreza porque hacen pagar por igual.
En casi todas las democracias del mundo, el gasto público se financia con los dos. Siempre apoyándose, incluso en el sentido puramente recaudatorio, en el impuesto sobre la renta (riqueza) que sirve para reducir la desigualdad.
Los impuestos indirectos, no obstante su regresión, les resultan más atractivos a los gobiernos porque se administran con mayor facilidad, se recauda más y se evade menos, sin embargo, en ninguno de los países del primer mundo, donde la desigualdad es menor, se atreven a retirar el impuesto que grava la riqueza, porque eso genera, en automático, desigualdad.
Debe observarse que la reducción de la brecha entre pobres y ricos por la vía fiscal, además de que es la única forma civilizada de realizarla sin que tengamos que  matarnos los que vivimos en abismales niveles de desigualdad, se cumple con el solo hecho de quitar parte de riqueza al que mucho acumuló, independientemente de su forma de acumular y de cómo y en qué se gasta lo recaudado.
Claro está que si, además, el Estado gasta bien los ingresos provenientes de los más pudientes (en el sentido recaudatorio, no en el político y social) y destina buena parte de esas contribuciones a infraestructura y al gasto social, no sólo logra reducir la desigualdad sino que, al redistribuirlas, reinserta en la sociedad a los que han sido excluidos.
Pero, en nuestro país, los poderosos se niegan a pagar, sin que el gobierno se atreva a cobrar, el impuesto directo (Impuesto Sobre la Renta) que sirve  para alcanzar la justicia social, como lo sabemos por los datos del SAT.   
Lo anterior viene a cuento porque los candidatos a gobernar nuestro estado, el del PRI y el del PAN, han prometido adelantar la abrogación del Impuesto directo Sobre Tenencia o Uso de Vehículos que está decretada desde diciembre del 2007 para entrar en vigor en el 2012, para que quede sustituido con un impuesto indirecto al consumo de gasolina, como está previsto.
Los dos contendientes con posibilidad de ganar, se comprometen a que, en caso de resultar elegidos, adelantarán la sustitución del impuesto federal que hoy cobran los estados para quedarse con él, con la consecuencia ya acordada: el establecimiento de un nuevo gravamen adicional al consumo de gasolina. En suma, prometen adelantar el previsto cambio de un impuesto directo, redistributivo por uno indirecto y regresivo.
Parecen no darse cuenta (¿será?) de que lo que ofrecen, motivados por una campaña mediática promovida por los propietarios de los lujosos automóviles que ya ni por eso quieren tributar, sirve para desgravar la opulencia pero no para reducir la pobreza y alcanzar la justicia social.
El gravamen actual lo pagan los dueños de los Mazarati, Porsche, Lamborgine, Alfa Romeo y demás automóviles de gran lujo, construidos sólo para los privilegiados que los pueden comprar, faltaba más. Esos afortunados señores pagan la tasa más alta cuando los lujosos vehículos son  nuevos, decreciendo su monto cada año hasta quedar exentos a los diez. Contribuyen con menos, siguiendo las mismas regulaciones, los propietarios de los Mercedes, BMW y similares. Están gravados medianamente, los que tienen automóviles de lujo moderado y mínimamente los propietarios de automóviles lujosos a secas. Los vehículos austeros, con precio inferior a 428 mil pesos y los que tienen más de 9 años, pagan 0 pesos.
Así, se caen con buen billete (suponiendo que las autoridades son eficientes para recaudar) los más ricos, con regular cantidad los regulares, con poco los clasemedieros medios y, con nada los de clase media baja que tienen un automóvil austero o viejo, casi siempre por necesidad. Es, en fin, un buen ejemplo de un impuesto directo, redistribuidor de riqueza.
En cambio, el regresivo impuesto a la gasolina que lo sustituirá, lo pagarán, por igual, todos los que la consuman, sin importar la calidad y estado del vehículo ni las razones por las que se utilizó.
Eso, señores candidatos, es promover la inequidad que  incrementa la desigualdad. ¿Cuánta estaremos dispuestos a soportar?
Si la ciudadanía no opulente se informa sobre los alcances de sus injustas promesas, los reprobará aunque, los poderosos, los que ya ni ese impuesto están dispuestos a pagar, sin duda los aplaudirán.

claudiotapia@prodigy.net.mx

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