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Sensaciones de agonía, VIII

Tomás Corona Rodríguez

Sonia y Celina son primas: jóvenes, estudiosas, trabajadoras, preparadas, independientes. Tías por primera vez, decidieron ir el fin de semana a Saltillo, lugar donde había nacido el nuevo querubín que llenaba de alegría a toda la familia. Llegó el día y contestas y gustosas se arreglaron, compraron un llamativo regalo conformado por una enorme bañera de color azul con un sinfín de aditamentos de esos que usan los bebés recién nacidos. Todo parecía normal y el día soleado prometía una tarde radiante. Celina manejaría el pequeño auto, de ida, y Sonia de venida. Pagaron la primera caseta de la autopista, charlaban alegremente por la carretera y de pronto una camioneta negra con vidrios polarizados que iba a como “alma que lleva el diablo” las rebasó. El corazón de las chicas, casi simultáneamente, les dio un vuelco, intentaban calmarse cuando una camioneta color arena, y otra, y otra, éstas con los cristales rotos y R-15 apuntando por las ventanillas, las rebasaron también. Celina, instintivamente, bajó la velocidad, no había donde aparcarse. Sin poder evitarlo ya estaban dentro de una enorme nube de polvo y arena, inició la matraca mortal… Celina divisó a lo lejos varias camionetas que obstruían la autopista y cuando Sonia se dio cuenta gritaba que se regresara…

Atosigada de pavor y con los nervios a punto de estallar, la chica dio vuelta en “U”, increíblemente nadie venía por la carretera y había un montón de coches y camionetas estacionados en los lugares más insólitos. No supo ni cómo llegó a la caseta, llorando de miedo y de alegría al mismo tiempo, intentando contagiar a Sonia del milagro que acababa de ocurrirles. Cuando volteó a ver a su adorada prima, pudo percatarse que un hilillo de sangre corría por la comisura de sus labios…

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