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2 septiembre 2010
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Cuidar chivas o estudiar
Ismael Vidales Delgado

Soy un maestro jubilado, enamorado de la educación, apasionadamente comprometido con sus fines y sus metas, intolerante con los simuladores, solidario con los niños pobres y agradecido con todos los que me han dado pedazos de su vida.

Nací en la pobreza, viví amontonado con mis dos hermanos en un cuarto del real minero “Piedra Imán”. Temprano aprendí a tener la panza pegada al espinazo, la boca abierta, los pies resecos y el cuerpo entero sumido en la exclusión, viendo anochecer y amanecer sin más proyecto que sobrevivir a la viruela, el tifus o la tisis.

Mi padre, hombre de madera buena: albañil, minero, carpintero, zapatero, músico, policía… Mi madre, joven, lavandera, criada de los ricos, buena pa´l metate, para hacer gorditas de harina y pa planchar la ropa ajena, apenas frisaba los treinta y cinco abriles cuando el cáncer se la llevó. La enterramos un viernes, el sábado cumplí con el servicio militar, un sargento imbécil me “mentó la madre”, no tuve más remedio que echármele encima y darle una revolcada. ¡Una noche de arresto!

Allá en las minas de Lampazos, no hubo una sola noche en que esta pareja de amantes se quedara dormida sin que mi padre hiciera la recurrente pregunta ¿Cómo van los muchachos en la escuela? Él sabía que esa sería su herencia: ¡La escuela! Mi madre también lo sabía. Ambos tenían la certeza de que la escuela haría la diferencia. Magister dixit: Lo dijo el maestro. José G. García era un hombre bajito, moreno, regordete, con anteojos, sabio, honesto, luchador social, esmerado amigo de los mineros y fiel vigilante de sus alumnos. Este hombre nos marcó a todos de por vida. Pero esa marca fue de honor, dignidad, responsabilidad y respeto, esa fue su herencia, esas fueron sus normas de vida.

Un día las vetas de las minas se agotaron, la gente metió en sus bolsillos los pesos del “retiro” y en una red de ixtle sus pobres pertenencias y un santito comprado en abonos a Don Faustino, quien además surtía de géneros y brillantinas a las mujeres.

La diáspora esparció a aquellos hombres con sus mujeres y sus hijos. Nosotros no fuimos muy lejos: Don Atanasio, el vigilante de las minas, nos compartió la casa que rentaba a su familia en Villaldama. Doña Elena, su mujer, era rígida, cristiana, buena, nos abrió su corazón. Lo mismo hicieron las maestras de la escuela primaria “Miguel F. Martínez”; pero a cambio, los niños descalzos, los hijos de la lavandera y el albañil correspondimos con altas calificaciones. Nunca olvidaré a Esperanza, mi maestra de quinto: nos contaba cuentos los viernes, rifaba máscaras de luchadores y fingía que necesitaba mis servicios por la tardes, para darme de cenar gorditas de harina de azúcar. Lo entendí ya grande y aunque nunca lo aceptó, tuve la oportunidad de decirle “Gracias por haber hecho posible que nunca me fuera a dormir con hambre”. 

Los Vidales terminamos la primaria. Flavio y yo entramos a la secundaria, Raúl ingresó al Seminario de Monterrey. La secundaria, el despertar de la hormona, las primeras novias, la banda de guerra y el asedio de dos profesores homosexuales. Mis maestros: la bellísima e inteligente Gloria con quien guardé amistad hasta su muerte; el Director, José Santana Ramos, sabía matemáticas, música, deportes, banda de guerra, gran maestro. Lupito, un químico loco, genial, divertido, buen amigo. Polo, simpático, ocurrente, anecdótico, escaso de luces, gran corazón. Petra Irma, inteligente, erudita, didáctica y muy sencilla. Juan de Dios, buen cantante, enamorado, bohemio.

Terminé la secundaria, un día mi madre preparó una red y en ella metió una pierna de puerco y dos mudas de ropa, me dio su bendición y me mandó a Monterrey a estudiar en la Normal. Me bajé de “La Marrana” en el Campo Militar, y a pie, con el sol cayendo a plomo al medio día, seguí por los rieles hasta llegar a la estación, preguntando encontré la calle de Carlos Salazar y llegué al 1721 Poniente. Allí vivía Doña Elena, mi hermano Flavio y demás inquilinos; a ella debía entregarle la pierna de puerco y a él los pesos para mi inscripción.

En la Normal, mi gran amigo Manuel Araujo (+), comprábamos una camisa y echábamos un volado para ver quién la estrenaba. Los domingos, en “El Nacional” vendíamos una caja de tunas que le llegaba de San Luis. Mis maestros: Rebequita, Mario N. Flores, Manuel González, Reynaldo Cortés, Pedro R. Nava, Juan Guzmán, Atenedoro Colunga, Juan F. Escamilla… mis primeros ochenta pesos, mucho cine: Terraza Bahía, América, Lírico, Reforma, Encanto, Rodríguez, Florida… La titulación, un montón de nervios porque mi examen se había pospuesto debido a la muerte en la propia escuela del insigne Manuel González. Jaime Romeroll me prestó su grupo de la escuela Beatriz Velasco de Alemán, gran amigo, excelente maestro. El baile en los salones Del Prado, calzada Madero al Oriente.

Titulado, sin trabajo y sin trazas de conseguirlo. Jesús Iruegas y Arturo Ábrego, los llevo en mi corazón, uno me regaló mis primeros “pantalones de vestir”; el otro me consiguió trabajo -encarando al Director de Educación, Buenaventura Tijerina- en la escuela Club de Leones No. 7 de la colonia Estrella (enorme prostíbulo y grandes amigos). Ahí me hice novio de Irma, hoy mi esposa, con ella forjé mi proyecto de vida: tres hijos y seis nietos: ¡No está mal! Ahí, fui seleccionado por el ITESM para convertirme en el primer maestro por televisión en México; conocí a Etelvina Torres Arceo, casi mi madre. Me inscribí en la Normal Superior al tiempo que trabajaba en el Colegio Club de Leones No. 1, del Padre José de Jesús Cortés, creador del Coro de los “Niños Cantores de Monterrey” que dirigiera Silvino Jaramillo.

Siempre he sido bendecido, Dios me envió sus dones valiéndose de la sombra benefactora de grandes personas: Ciro R. Cantú me hizo maestro de Didáctica del Taller en la Normal Superior cuando aún era alumno; Timoteo L. Hernández me hizo Director de los Cursos Intensivos y me recomendó con Don Francisco Trillas para publicar mi primer libro “Prácticas de Orientación Vocacional” (Hoy acumulo algo más de 170 obras publicadas a nivel local y nacional); Serafín García me confirmó en el cargo y me obsequió con su amistad y consejos sabios; Jesús Ángel Martínez me formó en el periodismo y me abrió las páginas de El Porvenir; Oscar González Valle apadrinó mi boda y me llevó como maestro de la Normal “Ing. Miguel F. Martínez” y Jesús García, me dio la responsabilidad de los festejos del Centenario (1970) de esta Benemérita institución, yo le obsequié su escudo actual.

Jorge Pedraza, me convirtió en Jefe de Radio Universidad y conseguimos la licencia para operar XEQI, hoy Radio Nuevo León; Luis E. Todd me hizo Director de Educación Media; Alfonso Rangel Guerra me confirmó en el cargó y más tarde me ocupó como Sub Secretario de Desarrollo Académico; Miguel Limón Rojas, me hizo Director de la Unidad 191 de la UPN en Monterrey; Ernesto Zedillo Ponce de León me convirtió en su asesor y su representante en la UNESCO; Gilberto Guevara Niebla me hizo Director General de Educación Normal y Actualización del Magisterio; Benjamín González Roaro y José Ángel Pescador, me confirmaron en el cargo. Don Pablo Latapí Sarre me dio la oportunidad de beber de su sabiduría y ser su amigo.

Mis tres hijos, me han dado seis nietos que han llenado de vida mi casa, de trabajo a su abuela y de nuevos colores la vida de los dos.

Los ingratos piensan que todo lo que tienen es porque se lo merecen, yo estoy convencido que todo lo que tengo y lo que soy se lo debo a quienes me han obsequiado su amistad, sin ellos yo no sería nada. Mis padres me inculcaron que la diferencia entre cuidar chivas y tener un proyecto de vida, es la escuela.

Y tenían razón.

ividales@att.net.mx

 

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