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9 Noviembre 2010
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APUNTES DE UN HINCHA
Por qué dejé de ser Tigre
Gerson Gómez

Ninguna revolución se puede terminar de afuera hacia adentro. Eran los días en que profesaba el cristianísimo, difícilmente ver los partidos de los domingos al medio día.

Con suerte, a la salida del culto. Siguiendo la señal por radio. Mientras mis padres y hermana hacían la chorcha en las inmediaciones de la Iglesia Bautista Berea, entonces ubicada en la calle Quinta Zona, en la colonia Buenos Aires.

Sufrimiento a distancia. Pidiendo la intervención divina, oración de intercesión, de un preadolescente: que mal rayo lo parta a Cabinho, que se le rompa ese pie sobrenatural goleador.

Ni lo uno sucedió. Ni lo otro. Cabinho se volvió elemento desecho después de Atlante y Pumas, precisamente cuando llegó a los Tigres.

Los años noventa llegaron, conforme nos graduábamos de la UANL, también nos retirábamos de las enseñanzas de la escuela dominical.

Tuvimos rectores que subieron las colegiaturas y descendieron de la torre de rectoría, a los vestidores de los jugadores, para saciar su lasciva y la de sus acompañantes.

Ellos decrecían (y luego se volvieron prófugos de la justicia) igual el cociente porcentual de los Tigres. Entre lágrimas en la primera A.

Un año en el infierno, de regreso a la división nacional. Esperanzado en esta segunda oportunidad les dimos no una, dos o tres oportunidades.

Perdí la cuenta. Me emocionaban los Tigres de Gaitán, Silvera, el Diablo Núñez, el Matador Hernández, vaya, hasta el especulador del búlgaro Emil Kostadinov era el perfil felino.

Luego llegaron las compras erróneas: Czornomacks, Percy Colque, Eddy Carasas, Turkovic, Seferovich, Maielaro y muchos más.

El dispendio que hicieron al comprar al Kikín Fonseca, o el fraude de Everton Cardoso.

Lo que reventó mi paciencia, fue la inoperancia en la época de Santiago Martínez y Daniel Guzmán (en la presidencia y en la dirección técnica).

El año pasado me di la oportunidad de asistir al estadio. De brincar, corear y aplaudir, desde la zona densa: con los libres y lokos.

Ya sospechaba del endiosamiento auriazul, pero cuando les pregunté quién había metido el gol y no supieron contestar, las dudas se reafirmaron.

Dejé de ser de Tigres por sus pésimos resultados, no por su historia. Me exilié del hincha, cada vez que veo a Roberto Hernández Junior, manipulando a la afición y no convocando a la polémica, ni a la adhesión.

 Causa hilaridad ver las declaraciones de un equipo en formación, aspirando a calificar y a campeonar.

Los Tigres de la UANL, el de Itamar (que pasa más tiempo en el bar que en entrenamiento), de Damián Álvarez (suplente en Pachuca), con un Lucas Lobos bajo de nivel.

Dejé de ser felino al quitarme la venda: amo al equipo, pero no a sus jugadores, técnico, presidente de Tigres, Cemex y el Señor Rector.

Ninguno de ellos ha hecho su trabajo, son sólo parte del festín de las bestias.

 

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