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11 demarzo de 2010

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Sin las mujeres no es posible un Guerrero justo y democrático

tl8 de marzo de 2010

 Conociendo la vida ejemplar de las mujeres indígenas de Guerrero constatamos que es posible construir un mundo diferente basado en los valores que ellas cultivan. Su vida plagada de carencias, es un testimonio claro de cómo los seres humanos pueden alcanzar su realización más allá de la acumulación de riquezas y de cosas banales. En estas mujeres de pies descalzos se encarna la expresión más trágica de la desigualdad en nuestro estado, pero al mismo tiempo, se contempla en ellas su grandeza, por ser un testimonio de lucha generosa para construir un mundo solidario y justo donde sean respetadas y valoradas por lo que son.

Los hombres han impuesto el paradigma nefasto de que el desarrollo de un país se mide por dólares y de que el mercado es el nuevo parámetro de la justicia social. Esta concepción capitalista del desarrollo solo reproduce la desigualdad y la exclusión social. Nos vende la idea de que es más importante producir cosas que producir vida, por eso existe el desprecio histórico hacia las mujeres. El poder de los hombres los llevó a controlar a las mujeres, al constatar que ellas contaban con el enorme poder de reproducir la vida humana en sus propios cuerpos. La obsesión de los hombres de tener el monopolio del poder los obligó a controlar a las mujeres imponiendo un sistema de división dicotómica en los roles sexuales, para imponer un pensamiento también dicotómico que estableciera muy claramente que los hombres y las mujeres contaban con características opuestas.

Con esta división del género humano ya no fue tan difícil infravalorar todo lo relacionado con lo femenino, por el contrario, el sistema machista se erigió como un poder que convierte a la mujer en un ente que debe ser dominado y controlado por los hombres. De este modo se institucionalizó la dominación y la explotación hacia las mujeres, como si fuera parte de un designio divino y de las mismas leyes naturales. Con esta lógica dicotómica, donde la mujer jerárquicamente se le coloca como inferior al hombre, y sexualmente se le cosifica y mercantiliza, en el imaginario mundial actual se le sigue vilipendiando, a pesar de los movimientos feministas que han logrado dar grandes batallas desde el siglo pasado.

¿Qué gobierno reconoce a las mujeres en toda su dimensión política, al grado que se sienta interpelado y obligado a transformar las estructuras de poder que las sojuzga? ¿Es posible hablar de justicia social cuando se mantienen intactas las formas de dominación, explotación y sometimiento impuestas por los gobiernos, contra las mujeres? ¿Por qué en este mundo mercantilizado el acto de amamantar a un hijo vale menos que producir alimentos en una granja? ¿Por qué la fuente de vida como son las mujeres, vale menos que cualquier maquinaria para producir alimentos industrializados? ¿Por qué los gobiernos prefieren proteger a los dueños del capital en lugar de proteger los derechos y la vida de las mujeres?

Mientras en nuestra sociedad se siga reproduciendo la superioridad o centralidad de lo masculino por encima de lo femenino, los sin poder, seguiremos siendo tratados como seres inferiores que necesitamos del apoyo y de la luz del círculo dominante de los varones en el poder. Esta realidad nos obliga a todos los hombres y mujeres que luchamos por una justicia construida desde abajo, a eliminar la cultura patriarcal que tanto daño ha causado a las mujeres por la desigualdad, la discriminación y la misoginia que promueve. Esta enfermedad reproducida por los gobiernos caciquiles y autoritarios hace la vida imposible a las mujeres. Es tan patológica la situación de estos gobiernos,  que llegan al extremo de ignorar los aportes de las mujeres en el desarrollo de la sociedad. Lo más nefasto es poner al hombre como el horizonte de realización  de las mujeres, como si ellos fueran la aspiración máxima de las mujeres. Por desgracia, las luchas y los sueños de las mujeres desembocan en las estructuras y leyes impuestas por los hombres. Se pone al hombre como el modelo al que quieren llegar las mujeres para impedirles construir un mundo diferente. Este destino impuesto a las mujeres, no es más que una fatalidad, porque está probado a todas luces que la centralidad de lo masculino en todas las estructuras sociales, políticas, religiosas y económicas, ha significado sufrimiento infelicidad, injusticia y atraso, no solo para las mujeres sino para la sociedad en su conjunto.

Hoy el ejemplo de las mujeres que luchan nos demuestra su gran capacidad para construir un nuevo movimiento social, que no solo remueve la conciencia de los hombres y de las mujeres sino que transforma las estructuras que oprimen y que impiden a los seres humanos alcanzar una vida digna. La lucha de las mujeres cuestiona profundamente y desde una perspectiva nueva, todas las estructuras del poder. Las experiencias vitales de las mujeres nos indican que hay un cuestionamiento de fondo, porque ya no están dispuestas a aceptar que sea el hombre el modelo de lo humano al que hay que seguir e imitar, porque saben que es la causa de su misma opresión y sometimiento. Su aspiración no es asemejar a las mujeres con los hombres sino transformar las estructuras que mantienen a unos hombres en el poder para lucrar con él, a costa de la exclusión de todos los seres humanos que no comparten su raza, su clase y su sexo.

En Guerrero, las mujeres en medio del silencio que se les ha impuesto y de la violencia que ha desangrado sus vidas, siempre han contribuido al proceso de transformación social y política de nuestra entidad, sin embargo los gobiernos las han ignorado e invisibilizado. Tanto en la ciudad como en el campo las mujeres luchan a brazo partido contra el poder tirano de los hombres. Sus batallas son desiguales porque todo está en su contra: la estigmatización como seres inferiores, débiles y sin derechos; el machismo acendrado que reproduce un estereotipo de lo femenino como objeto de explotación sexual y laboral; el sistema político que otorga concesiones y no derechos legítimos a las mujeres para participar en igualdad de condiciones en la toma de decisiones dentro del poder público; la cultura patriarcal que les niega el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.

El ejemplo patriótico de Antonia Nava de Catalán, una mujer de la sierra de Guerrero que se unió a la lucha por la independencia de México al lado del general Morelos, nos habla de la participación de las mujeres en las gestas históricas. El caso emblemático de Benita Galeana, una mujer campesina de San Jerónimo, que a pesar de no saber leer tuvo el valor y la visión para incorporarse al partido comunista mexicano. Desde esta trinchera política luchó por los derechos de la mujer, sufriendo agresiones y detenciones que nunca la hicieron claudicar en su búsqueda por la justicia y la igualdad de las mujeres. En la época sombría de la guerra sucia la voz de las mujeres fue clave para mantener viva de la memoria colectiva, que se niega a olvidar y a callar los crimines de Estado. Entre todas las madres, esposas e hijas que nunca han bajado la guardia para dar con el paradero de sus familiares, la figura de Tita Radilla es un ejemplo de la gran fortaleza y valentía de las mujeres de Guerrero. No solo se enfrentó al poder civil sino que se confrontó con el poder militar, con el aparato represivo del estado, que ha sido el causante de graves violaciones a los derechos humanos.

En la matanza de Aguas Blancas acaecida el 28 junio de 1995 y en la masacre de El Charco consumada el 8 de junio de 1998, han sido las mujeres de la costa chica y la costa grande las que siguen resistiendo y clamando justicia. Son las que enfrentan a un gobierno hostil e insensible, cómplice de los violadores de los derechos humanos. No solo perdieron a sus esposos sino que les cortaron de tajo la posibilidad de realizarse como mujeres y de que sus hijos lograran forjar su futuro dignamente. Hoy las viudas viven en el olvido, siguen sumidas en la pobreza y varias de ellas son analfabetas y víctimas de la desnutrición. El asedio militar en sus territorios sigue siendo la amenaza constante para acallar sus deseos de justicia y para impedir su organización comunitaria. El destino impuesto por los gobiernos es luchar por su sobrevivencia y cargar con su dolor hasta la sepultura.

En el 2002 Valentina Rosendo Cantú e Inés Fernández Ortega, dos indígenas del pueblo Me’ Phaa de los municipios de Acatepec y Ayutla, fueron violadas por elementos del ejército mexicano. A pesar de superar este trauma que intentó destruir sus vidas, las autoridades civiles se han encargado de hacer más pesado su sufrimiento. Son cómplices de estos actos aberrantes al negarse a investigar estos hechos, trasladando la competencia a la Procuraduría de Justicia Militar. En nuestro país queda demostrado que el sistema de justicia no solo es racista y mercantilista sino que también es misógino y etnocida.

Inés y Valentina no solo cargan con el estigma de ser mujeres mancilladas, sino que desde aquellos años enfrentan el acoso, las amenazas y las agresiones permanentes de agentes del estado, que buscan doblegarlas y silenciarlas. Con gran cobardía actúan los hombres amparados en el poder machista del estado para atentar contra la integridad física y la vida misma de dos mujeres indígenas indefensas, que se han transformado en un ejemplo de dignidad y valentía. Actualmente  los casos de Inés y Valentina se ventilan en la Corte Interamericana de Derechos Humanos donde el Estado mexicano ha sido emplazado a juicio, para que rinda cuentas sobre su inacción y complicidad en torno a las violaciones sexuales cometidas por el ejército mexicano. Son las mujeres indígenas y campesinas de Guerrero las que cimbran este sistema político impune y las que luchan por otro mundo diferente con rostro femenino. Sin las mujeres, nuestro estado seguirá sumido en la violencia, la corrupción, la impunidad y en el atraso.

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