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EN EL TÚNEL*
Francisco Valdés Ugalde**

pltkEn su editorial del martes pasado, EL UNIVERSAL preguntaba atinadamente si el resultado de la jornada electoral no apuntaría más bien a la necesidad de ajustar el sistema político a un sistema parlamentario en vez de mantener su diseño presidencialista.
La preferencia electoral mayoritaria del domingo pasado por el que fuera en 2006 la tercera fuerza, el PRI, que ha superado tanto al partido de la mayoría, el PAN, y al principal partido de la izquierda, el PRD, muestra con nitidez la naturaleza del sistema presidencial.
De acuerdo con el espíritu que animó a los fundadores de esta fórmula política, el sistema presidencial permite que el pueblo elija por separado al presidente y a los legisladores. Al primero lo eligió por un periodo fijo, no sujeto a término anticipado; y a los segundos los elige de la misma forma por un periodo que constituye la mitad del término del primero. En el régimen estadounidense, del que copiamos la fórmula, a la mitad del periodo presidencial se elige a los diputados y a una parte del Senado. En nuestra mala copia el Senado no cambia, sólo se renueva la Cámara de Diputados y se hace al 100%: ningún diputado puede ser reelecto de manera consecutiva.
Lo que resultó el domingo representa una de las dos posibilidades del sistema presidencial: o el electorado refuerza la política del presidente afianzándolo en la Cámara Baja o le envía un mensaje de reproche a su política eligiendo una cámara en la que predominen sus opositores.
En México, el periodo presidencial es excesivamente largo (seis años en lugar de los cuatro de los estadounidenses). En el país del norte un resultado como éste enviaría al presidente una indicación para que corrija su política y acuerde con la oposición de modo tal que en dos años someta su gobierno a refrendo o deje la oficina en manos de sus adversarios. En nuestro caso, tres años bajo estas condiciones son una eternidad. El partido ganador del reproche al presidente puede creerse la “verdadera” mayoría nacional (aunque en el diseño del sistema de ninguna manera lo es), y a regatear legislación, política y gobierno desde posturas que pueden llegar a la intransigencia y el bloqueo. En una situación así, y en una cultura política que proviene de costumbres hegemónicas, la nueva mayoría relativa puede caer en la tentación de desconocer la legitimidad del origen del presidente en la elección precedente.
Hay que agregar a todo ello que el mexicano es un sistema pluralista de más de dos partidos, donde se produce recurrentemente un roce entre la organización del sistema de gobierno y el número de alternativas que se ofrecen a los ciudadanos.
Si lo que hemos visto repetirse en el tiempo es, por una parte, el alto costo que implica llegar a acuerdos en un sistema presidencial con más de dos partidos y, por la otra, un electorado lo suficientemente diverso para que no se le pueda encerrar en la lógica de dos únicos partidos, es obvia la disyuntiva: o insistimos en mantener ese sistema a pesar del conflicto recurrente que significa o modificamos el sistema para dar cabida al pluralismo que se expresa en la sociedad y se refleja en el multipartidismo. Para salir de esta disyuntiva no debe tolerarse la supresión de opciones electorales ya existentes y otras probables por venir, sino aceptar una alteración del sistema que permita una distribución del poder más representativa que la del sistema de mayoría.
A pesar de que no todos los votos fueron para el PRI o para el PAN, el sistema de mayoría que prevalece sobre el de representación proporcional dio por resultado una especie de carro completo para el PRI, tanto en la cámara como en los estados. Pero esta mayoría es artificial, por cuanto no representa la diversidad de puntos de vista de la ciudadanía que ha mantenido en el tiempo una estructura distinta que en el fondo lo que hace es reclamar un sistema de proporcionalidad.
La única manera de llegar a este punto es pensar con seriedad en una fórmula parlamentaria o semiparlamentaria, más acorde con nuestra realidad actual y con lo que podemos prever en el futuro. En ellas, el ejercicio del poder no queda en una sola mano sino que se distribuye en coaliciones capaces de acordar y gobernar con mucho menor costo y mayor transparencia que en el sistema actual.
Sin embargo, no se puede ser optimista en presencia de dos fuerzas políticas, el PAN y el PRI, que se han rehusado a cambios de esta naturaleza en el sistema y que prefieren “fortalecer el presidencialismo”. La izquierda sería la mejor vocera de una alternativa como ésta pues sería a quien más favorecería, pero se encuentra sumida en un marasmo que combina utopías regresivas, división crónica e incultura democrática. Seguimos en el túnel.

* El Universal, 12 de julio de 2009
** Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
ugalde@unam.mx

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