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1559 17 Abril 2014

 

Casa de la presencia
Víctor Reynoso

Puebla.- Octavio Paz ha cruzado la línea de lo políticamente correcto. Cuando vivía, era un lugar común despreciarlo y rechazarlo. Hoy, en el centenario de su nacimiento, parece tener una aceptación general. Algo no ha cambiado, y explica en buena medida el cruce mencionado: Paz sigue siendo un autor muy poco leído.

Poco se ha mencionado ahora que en los ochentas del siglo pasado se hizo una imagen del escritor, una especie de piñata, que fue quemada, a la manera de los Judas de Semana Santa, frente a la Embajada de los Estados Unidos. Las marchas estudiantiles de esos años, generalmente en apoyo a los movimientos revolucionarios de Centroamérica, tenían entre sus consignas más repetidas: “Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz”.

Un apestado. ¿Para todos? No, ciertamente. Su obra y su revista (Vuelta) tenían una aceptación entusiasta, aunque limitada. El rechazo venía de un sector más o menos amplio de la intelectualidad y de la academia mexicana, el sector que podríamos considerar políticamente dominante.

El derrumbe del mundo soviético y la triste situación de lo que queda de él, como los regímenes cubano y norcoreano, han contribuido a una mejor imagen de Paz. Fue de los primeros y de los pocos intelectuales latinoamericanos que criticó a esos regímenes. Lo hizo ya desde los años treinta, gracias a la influencia de otro poeta, Jorge Cuesta (“una de las personas más inteligentes y atormentadas que he conocido”, decía de él Paz) y de su compañero de preparatoria, el anarquista José Bosch, que moriría en la Guerra Civil Española. También ha contribuido a su revaloración las críticas que hizo al capitalismo, vigentes.

Pero prestigiado o apestado ha sido poco leído. Su obra más difundida, El laberinto de la soledad, obligatoria en algunas preparatorias, es a mi juicio una de sus obras menores. ¿Cuál fue el criterio de Paz sobre su propia obra?
Tenemos respuesta, gracias a que él mismo, a sugerencia de un editor, decidió organizar la publicación de sus obras completas. En el prólogo a las mismas deja al tiempo el juicio final sobre su obra. Pero sí prioriza cuando decide qué publicar en primer lugar: sus reflexiones sobre la poesía.

Una decisión contraria a toda mercadotecnia, a todo intento de venta. Si la poesía se lee muy poco, casi nada, ¿quién va leer ensayos sobre el significado y el ser de la poesía? Pero Paz prefirió la autenticidad a las ventas. Desde muy joven escribió poemas y se preguntó por el sentido de esa actividad. Presenta los ensayos en los que trató de responder en el primer tomo de sus obras completas, titulado La casa de la presencia. (Hay que felicitar al Fondo de Cultura Económica por la nueva edición de esas obras, en formato menos ostentoso que la edición original pero igualmente digno y mucho más manejable.)

El mismo título es una metáfora difícil. Al final del prólogo Paz discurre acertadamente sobre el tiempo y sus formas, sobre el pasado y el futuro. Nos dice que cuando son “tocados por la poesía, se vuelven presente”. La poesía los reúne en el instante en que es leída: “el poema es la casa de la presencia”.
Es claro, pero no es fácil. Es la primera y quizá la más importante parte del testamento de Octavio Paz para sus lectores, para la posteridad. Con ello no buscaba cuantía, sino valía: no quería ser leído por muchos, sino tener lecturas valiosas, válidas. ¿Causa perdida, apostar a la lectura de la poesía, de su sentido y significado? Puede ser. Pero ese Paz de La casa de la presencia no está separado ni puede separarse del otro, del más conocido y popular, del crítico contracorriente de sistemas que ahora son indefendibles.

Profesor investigador de la UDLAP.

 

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