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1603 18 Junio 2014

 

El mundo perdido de Ranulfo Romo
Eloy Garza González

San Pedro Garza García.- Ranulfo Romo es el neurofisiólogo mexicano que mejor conoce el cerebro humano, su funcionamiento, sus células y circuitos cerebrales: es un sonorense experto, aunque él prefiere decir humildemente que es un simple apasionado. Está muy interesado en descubrir los secretos de las funciones cognitivas: cómo almacenamos la información en el cerebro y cómo aprendemos. Parece que está a punto de descubrir por qué algunos aprendemos mejor que otros y por eso ha sido candidato al Premio Nobel de Medicina: se lo darán más temprano que tarde.

Cursó sus estudios en escuelas públicas; se graduó como médico cirujano en la UNAM y obtuvo su doctorado en la Universidad de París, Francia. En marzo de 2011 ingresó a El Colegio Nacional, donde leyó un discurso brillante: “Crónicas cerebrales”. Fue investigador en el Colegio de Francia, en París; en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Friburgo, en Suiza; y en la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos.

Lo conocí en plena acción en el Instituto de Fisiología Celular de la UNAM: colocaba microelectrodos en la cabeza de un mono rhesus, para captar las señales eléctricas que emitían las neuronas del animalito. Un sistema digital traducía las señales en datos matemáticos. Romo ha descubierto gracias a este mono rhesus actividades cerebrales relativas a la percepción y la memoria; la capacidad de decisión humana y la fantasía. Todos gracias a las neuronas (“mariposas del alma”, las llamaba Santiago Ramón y Cajal).

El doctor Romo sigue investigando la manera como, tan pronto adquirimos información, podemos convertirla en imaginación. Y un secreto más: cómo las neuronas conforman la memoria. Contra la opinión ahora generalizada, memorizar no es malo, sino que es una función fundamental: gracias a que el cerebro almacena información, pensamos y razonamos. Sin memoria no hay razonamiento. Y añado yo: ni imaginación. Decía Faulkner en “Light in August” (1932) dando la razón a Romo: “mi memoria imagina y mi imaginación recuerda”.

Según Romo, el cerebro es un órgano genial, portentoso, que requiere de cuidados: los primeros 9 meses de nuestras vida son decisivos, al igual que los primeros cuatro años y la adolescencia: en cada una de estas etapas necesitamos de muy buena nutrición para que el cerebro se desarrolle bien. Durante la adolescencia el cerebro está saturado de hormonas y cambia la manera como percibimos e interpretamos la realidad externa. ¿Cómo arribó a tales conclusiones? Con el método que, por anticipado patentó Sherlock Holmes: “un poco de observación y de deducción”. Sin olvida, por supuesto a su mono rhesus.

Romo investiga ahora la coordinación entre circuitos neuronales cuando responden a varios estímulos a la vez, lo que ayudará al tratamiento de pacientes que han perdido la capacidad motora o que sufran disfunciones en el procesamiento de la información que llega al cerebro. Recrear este “mundo perdido” mediante la manipulación genética es tan apasionante como cualquier viaje narrado por Julio Verne.

Las investigaciones de Romo sobre el funcionamiento del cerebro lo llevaron a ser candidato en 2009 al Premio Nobel de Medicina. Nada más alejado a él que su homólogo en la literatura, el doctor Frankenstein, y su recomendación timorata: “Aprended de mí el peligro que supone la adquisición de conocimiento”. Romo regresó a México en los años 80, ya no a adquirir conocimiento sino a impartirlo. Se había marchado a París sin apoyo de ninguna especie por parte del CONACYT (se opuso a becarlo por puro burocratismo) y con el respaldo a medias del Instituto Mexicano del Seguro Social, donde trabajaba en el área de neurociencias. Meses más tarde el IMSS lo despidió sin explicación alguna.

Muchos años después envió un proyecto de nuevo al CONACYT para la convocatoria del 2009 que le fue aprobado al poco tiempo, pero es fecha que no le mandan los recursos prometidos. Ya se ve que para el gobierno mexicano, la ciencia es un “mundo perdido”. Así nos las gastamos en México: pura grilla y nada de respeto por la educación y el conocimiento. Al menos, tengamos respeto a profesionistas como Ranulfo Romo.

 

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