índice



La triple "L"y Elba Esther

Por decir lo que pienso

sin pensar lo que digo

muchos besos me dieron

y más de un bofetón

Joaquín Sabina

Guillermo Berrones*

 

La educación algo tiene de doctrinaria, anárquica y decimonónica por más que nos empeñemos en vociferar a los cuatro vientos los postulados generalizadores de la didáctica moderna; recitamos memorísticamente dos o tres fragmentos resumidos de los especialistas que sí han estudiado a los investigadores más serios de la pedagogía universal y con ellos construimos discursos huecos, apantalladores, que adquieren resonancia y luz en el mundo de los ciegos. El monóculo del rey se convierte en el monólogo de la banalidad, generándose una cadena de autoengaños que acabamos creyendo todos. Si el presidente Calderón le cree a Elba Esther (omitiendo la escasa voz de los especialistas en materia educativa) y esta actitud se repite en el desdoblamiento de la cascada, dejando la educación en un asunto político y no como un asunto de Estado que cambiaría significativamente nuestra cultura; y el corifeo de aduladores repiten como loros el supuesto rumbo de la educación en México y los resultados siguen igual o peor que siempre, el destino se torna otra vez incierto.

¿Cómo predicar los valores de la democracia si el ejemplo es aberrante en los voceros didácticos que se someten al capricho de una dirigente que pretende perpetuarse, mediante argucias, justamente antidemocráticas y del más oscuro y retrógrada proceso de selección, inducido mediante el ejercicio del autoritarismo?
¿Cómo creerle a un docente menguado y ninguneado en sus principios más elementales si su derecho ha sido convertido en despojo e insulto a su inteligencia natural? ¿Sólo hay una mujer (en veinte años) capaz de encabezar los destinos de un sindicato donde se supone que sus agremiados son seres formados en la razón, la democracia y la libertad, arrastrando en consecuencia la calidad y el profesionalismo docente?

El “más vale malo por conocido, que bueno por conocer” es un apotegma que arraiga la inseguridad colectiva generada desde los más intrincados círculos del poder político de nuestro país. Sin la señora Elba, el SNTE y sus agremiados no son nada, tampoco lo fueron en su momento sin Jongitud; y los obreros sin Fidel vivieron siglos de indigencia laboral sostenidos con las migajas de los mítines de jugos, lonches y camisetas del partido en turno. Deprimente actitud la de los maestros sindicalizados en el SNTE, que predican una educación al servicio del pueblo y en los hechos, un porcentaje muy alto, se la pasa justificando su irresponsabilidad social bajo el amparo absurdo de argumentos insostenibles.

En nuestro país la política se concibe como el ejercicio del poder; y el poder significa la omnímoda facultad para imponer los criterios del poderoso en turno. La razón, entonces, carece de sentido, la intelectualidad y la academia se convierten en chistecillos que en algunos momentos son utilizados para avalar la indolencia del poder. Quien no se asume a estas reglas del juego donde la dignidad, el trabajo, la honestidad y la transparencia son valores vetados, corre el riesgo de someterse a la injuria más devastadora, a la infamia de los tuertos y al destino apartheid o de segregación profesional.

Mientras la locuacidad, las borracheras y francachelas; los moches y ventas de plazas; la seducción violenta para otorgar empleo; el sometimiento a los más denigrantes caprichos de la clase poderosa del sindicato o de la administración son práctica común y de muy antiquísimo origen; y la denuncia sea sorda competencia de amargos resultados, el presupuesto educativo tendrá siempre un destino inapropiado y la educación de México será una factura pendiente per se . (Continúa)

*Cronista y maestro normalista