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Empresas responsables

Lídice Ramos Ruiz*

 

Desde que se instaló en el 2002, en Monterrey, el Foro para la Financiación del Desarrollo Sustentable con Equidad bajo los auspicios de las Naciones Unidas, un tema que se escuchaba en las mesas de trabajo tenía que ver con la responsabilidad social de las empresas. Las preocupaciones por la financiación para el desarrollo sustentable de los pueblos opacaron estas voces que ahora resuenan como campanas al vuelo en los medios electrónicos y varios congresos académicos. Se hablaba y se oía la expresión “responsabilidad social” incorporada al vocabulario de los empresarios e inversionistas, sin embargo, se tenía aún cierta claridad, de que eran los gobiernos, los encargados de las políticas sociales para abatir la pobreza.

Inclusive, las Metas del Milenio desde Naciones Unidas están planteadas aún, como el compromiso de gobiernos nacionales, que en épocas de globalización serán los rectores de decisiones nacionales en materia de proyectos sociales, claro, con la colaboración de empresarios y sociedad civil organizada. En vía paralela, las tendencias empresariales estaban a la búsqueda de identificar beneficios, oportunidades y retos de participación coordinada y en conjunto con los diversos actores de la sociedad, no sólo del ramo económico, sino de lo que se ha construido como sociedad civil, para lograr más rentabilidad de ellas y de los llamados programas de responsabilidad social que se podría patrocinar, buscaban ser el centro de las decisiones a la par de manejar una imagen de buena empresa.

A pesar de ser asociada la expresión de “responsabilidad social” con lo que antes se entendía como filantropía –actuar en beneficio de la comunidad–, hoy la primera es interpretada como la actitud de una empresa con sus distintos públicos: gobiernos, consumidores, trabajadores, inversionistas y proveedores, que bien puede sólo beneficiar a la empresa y causar daño a la sociedad, bien sólo no causar daños ambientales o de otro tipo, o en su mejor caso, contribuir a elevar en algo la calidad de vida de las poblaciones.

Por ello, hoy día entregar escuelas para niños pobres, el proyecto de computadoras para escuelas públicas en México, ofrecer asistencia a los ancianos y personas con capacidades diferentes, contar con programas de salud para las mujeres con cáncer, invertir en servicios básicos en comunidades indígenas. Iniciativas todas ellas que a lo largo de la historia del capitalismo han sido responsabilidad de los gobiernos, sirven para ejemplificar la nueva tendencia de la seguridad social de nuestras comunidades y/o conquistar un pedazo de mercado, clave en la supervivencia de la empresa.

Este es un proyecto que se presentó de manera oficial, en Davos, Suiza desde 1999, en el Foro Económico Mundial, donde se pretendía una gran alianza mundial entre al menos, las 2,000 empresas más importantes del mundo. Buscando que se acoplara a las demandas de los nuevos movimientos sociales y de ser posible las absorbiera. Cuatro son los rublos claves: derechos humanos, condiciones laborales ante la flexibilidad, medio ambiente, tanto conservación como renovación y demandas de transparencia y no corrupción.

El documento del Pacto Mundial, de Naciones Unidas, firmado en México el 9 de junio de 2005, dice a la letra: Esta misión parte de la oportunidad de alinear las políticas y prácticas corporativas con los valores y objetivos éticos universalmente aceptados. Dada su importancia en el mundo actual, el sector privado, a través de la acción conjunta con otros actores sociales, puede y debe contribuir a la solución de los grandes retos de la globalización. Lo que propone el Pacto Mundial es justamente servir de puente entre el sector privado, los gobiernos y la sociedad civil, con fines de realizar la visión de una economía global más sustentable, incluyente y humana. La iniciativa está dirigida tanto a las empresas y organizaciones de la sociedad civil como a las fuerzas laborales (sindicatos). (Continúa)

* Profesora normalista y economista