La Quincena No. 46
Agosto de 2007
contacto@laquincena.info


Director:
Luis Lauro Garza

Subdirector:
Mario Valencia

Mesa de Redaccion:
Tania Acedo, Luis Valdez

Asesor de la Direccion:
Gilberto Trejo

Relaciones Institucionales:
Abraham Nuncio

Coordinador de Cultura:
Adolfo Torres

Comunicación e Imagen:
Irgla Guzmán

Asesor Legal:
Luis Frías Teneyuque

Diseño:
Rogelio Ojeda

Fotografía:
Erick Estrada y Rogelio Ojeda

Ilustraciones
:
Chava

Distribución:
Carlos Ramírez

Internet:

El eslabón perdido

Luis Lauro Garza*

En la ruta hacia su democratización, la política mexicana ha sufrido serios tropiezos. Cierto que muchos han sido sus logros y que algunas cosas valiosas de hoy en día no pueden explicarse sin el parteaguas que significó la reforma política de 1979. La ciudadanización en la organización de los comicios, la competitividad electoral, la alternancia en todos los niveles, son las señales más visibles de tales logros. Pero también ha ganado terreno una sensación de malestar entre la población por la situación imperante. Los nuevos vientos no han podido erradicar al viejo corporativismo sindical (obrero y patronal), la corrupción sigue aceitando los circuitos del sistema, la adversidad económica no ha podido revertirse, y han surgido fenómenos alarmantes como el del narcotráfico y la inseguridad, que contribuyen a elevar el nivel de zozobra imperante en el ambiente. Todos los que pensábamos que las cosas iban a cambiar radical y favorablemente en nuestro país el día en que el régimen de partido único pasara a mejor vida, nos equivocamos rotundamente.

Ahora nos queda más claro que la opresión económica y política no sólo se debía al deleznable presidencialismo, a la antidemocracia del partido único, a la inequidad y grosero manipuleo de los comicios, a la falta de alternancia. Apuntalaban con fiereza el parapeto del antiguo régimen los poderes fácticos, a quienes la transición democrática y la alternancia les hicieron lo que el aire a Juárez. Las jerarquías empresariales, sindicales, clericales y televisivas, beneficiarias directas del verticalismo y las corruptelas previas, se mantuvieron incólumes ante el soplo democratizador. No sólo traspasaron pantanosas (y desastrosas) situaciones (Fobaproa, rescate carretero, Pemexgate), sino que en muchos casos consolidaron y expandieron su poderío, haciendo gala de posturas autoritarias y corporativas (el caso de Elba Esther Gordillo en el SNTE es ilustrativo al respecto).

La consolidación de las prácticas monopólicas, a que nos tenían acostumbrados las empresas transnacionales y otras tantas de las tipificadas como estatales, siguieron por la misma ruta, aun después de la alternancia. A pesar de la apertura comercial, evidente en especial con la proliferación de artículos de importación, y el aterrizaje masivo de franquicias extranjeras, no se democratizó la economía, ni tampoco se mejoró el comportamiento del aparato productivo en su conjunto. Las fuerzas del mercado, tan caras al pensamiento liberal, terminaron consolidando un sistema bancario ineficaz y mezquino, que vive más del pago de servicios y comisiones, por sobre el del interés productivo, amén de los riesgos que ahora implica su talante forastero. Ante nuestros ojos desfilaron los bancos y las empresas estatales sujetas a desincorporación, es decir, a la liberalización económica; mismas que al paso del tiempo habrían de ser rescatadas de la quiebra, o bien habrían de convertirse en su contrario: empresas competitivas y boyantes, pero a costa del consumidor, en nombre del cual se argumentó la vendimia. Telmex y Gas Natural podrían atestiguar con creces este último fenómeno. Lo menos que podemos decir es que la caja registradora de la alternancia democrática no alcanzó para pagar los platos rotos de la economía mexicana.

¿Acaso perdimos la batalla económica todos estos años por estar ensimismados en la arena político-electoral? ¿Nos dieron atole con el dedo los poderosos de a de veras, quienes sí preservaron sus privilegios por encima de siglas partidarias de ocasión? ¿Simplemente sacrificaron a sus alfiles, la clase política tradicional, que al usufructuar el poder de raigambre presidencialista, nosotros confundíamos como el enemigo a vencer? Podríamos abonar muchos argumentos a favor de una respuesta afirmativa, pero ello significaría ignorar el avance en otros rubros. Sin embargo, la cuestión de fondo sigue en pie: ¿con qué se come la democracia, el pluralismo, o la alternancia, para que no terminemos indigestos, o peor aún, famélicos?; ¿por qué no ha despertado algún sector de la sociedad mexicana que sea lo suficientemente hábil para conducir una opción de desarrollo viable?; ¿cuántas escaramuzas más, conflictos o reformas, necesitamos para poner a tono a los actores políticos y económicos, en la mira de un plan concertado?; ¿será acaso que las posibilidades a mediano plazo de transitar hacia la prosperidad están vedadas para la sociedad mexicana?; ¿hasta dónde íbamos bien y cuándo nos desviamos?; y más allá de las reformas de Estado tan anheladas, ¿cuál sería el perfil del eslabón perdido? Necesitamos dibujar, afinar, precisar y consensuar este eslabón abiertamente, antes de que otros duendes nos conduzcan al desvarío.

______________

  • Sociólogo. Investigador de la Facultad de Filosofía y Letras (UANL).
  • llgarzah@gmail.com