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A la carta

 

Samuel Schmidt

 

Asael Sepúlveda

 

Ricardo Martínez

 

Alfonso Teja

 

 

ODA CENTENARIA A INTELECTUALES ESNOBITAS

 

Tomás Corona Rodríguez

 

 

Habitan, exhibicionistas y extravagantes, en finos receptáculos de vidrio craquelado.

Dañan artificiosamente en su procaz intento de socavar misterios insondables.

Joden cotidianamente al prójimo, ávidos de conmiseración y un mendrugo de pan.

Pisan lirios blancos, pureza inmaculada, manchándolos con su prosa mugrienta.

Talan añejados árboles literarios para fortificar sus agrietados y procaces textos.

Evitan rozarse con la muchedumbre taciturna y dolorosa que refleja su pobreza.

Logran sus inicuos fines pisoteando los cadáveres marchitos que dejan a su paso.

Aglutinan jilgueros que se ahogan rabiosos en su pecho de coplas discordantes.

Gustan de maldecir y de vituperar para llamar la atención de los fatuos perversos.

Involucran en su soez histeria por descifrar la desquiciante llaga de la vida infeliz.

Niegan su destartalado origen signado por la ignominia pauperizada y maloliente.

Cenan vocifugios ditirámbicos entre risas falsías y rumiantes ecos compartidos.

Fugan sucias gotas de álgido silicio con rabiosa impotencia por saberse mediocres.

Olvidan pronto, incapaces de tolerar el más imperceptible soplo de dicha verdadera.

Urden planes maquiavélicos para salir triunfantes pero sus rasgaduras los delatan.

Sitúan fuera de lugar a los seres y objetos para explicitar su disonancia cognitiva.

Beben viernes perversos y sábados de gloria, entre elíxires de juventud marchita.

Huyen de la verdad ceniza que redescubriría su descarnada y mísera existencia.

Encajan esquirlas ácidas y cuñas hirientes que fracturan el noble placer de servir.

Riman dicotomías insustanciales que provocan hastío en los cáusticos lectores.

Someten a la musa elíptico-poética con el etílico fluir de sus magros aforismos.

Anuncian, heraldos oscuros y apocalípticos, el inminente fin del homo sapiens.

Duplican estereotipos literarios mimetizándolos por entre los aires del tiempo ido.

Justifican su fofo hacer en el erario declarando irónicos su fanfarronería impúdica.

Rastrean eventos fatuos y gratuitos que alimentan su vanidad y sus tripas miserables.

Luchan cada mañana contra los demonios que azuzan su deteriorada cordura.

Ondean banderolas de arcoiris, su fementido y mancillado sexo de mariposas negras.

Maman de la ubre gubernamental hasta hincharse golosos de regodeos gratuitos.

Corrigen en el éter, ateridos y ocultos, prístinas metáforas que jamás escribieron.

Navegan con el jirón roído de la desvergüenza, acicalando al demonio del cinismo.

Toman sin pedir y piden sin dar: versos, mujeres, libros, moradas, bibliotecas.

Bifurcan laberintos borgianos pagando álgidos e inescrutables costos por su dicha.

Fabrican, ufanos, miel envenenada para nutrir la vehemencia de los espectadores.

Patean latas de incertidumbre, maldiciendo el doloroso instante de su concepción.

Vulneran al mundo cada vez que lanzan saetas versificadas de su rústica alforja.

Evaden su yo interno y sobreviven a expensas de los otros como la rana aquella

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