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Ahora que con la cercanía del fin de año nos debatimos entre los desastres (de toda índole) que deja el 2008 y las amenazantes promesas que nos depara el 2009, no puedo dejar de compartir con todos ustedes esta revisión postmoderna de la clásica fábula de la liebre y la tortuga, no sin antes hacer un reconocimiento a la doctora Sandra Massoni, investigadora argentina en temas de comunicación, por facilitarme esta versión de tan interesante relato.

Como muchos de ustedes ya saben, se trata de una historia que aparece por primera vez en una antología de Esopo publicada hace muchísimo tiempo y que fue posteriormente reescrita por otros fabulistas clásicos como Jean de La Fontaine y Félix María Samaniego.
En su texto original, cuenta la historia de una tortuga y una liebre que siempre discutían ante el resto de los animalitos del bosque sobre quién era la más rápida, y para dirimir el argumento, decidieron realizar una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la competencia. Como es sabido, la liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha, pero mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato antes de continuar su marcha. Pero resulta que se relajó tanto que se durmió. ¡Estaba tan cómoda y tan tranquila! Entonces la tortuga, que andaba con su característico paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible de la carrera ante todos los demás animales.

Esta es la versión tradicional y, como toda fábula, tiene una moraleja que reza: “Los lentos, pero estables ganan las carreras”. Como se ve es una ficción típica de inicios del siglo 20. Era cuestión de ser cuidadosos, estables y consecuentes para progresar.

Quienes gustan del revisionismo histórico nos confirman una versión posterior de la misma fábula. Luego de esa carrera, resulta que la liebre, decepcionada tras haber perdido, contrató a un experto para hacer un diagnóstico comunicacional.

Este especialista aplicó un análisis FODAS gracias al cual la liebre pudo reconocer todos sus errores. Al leer el informe del estudio la liebre descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, no hubiera descansado en sus evidentes grandes ventajas y nunca la hubiesen vencido.

Entonces, con todos los datos del análisis y una detallada lista de sus fortalezas y debilidades en varios documentos que estudiaba –velozmente- por las noches, la liebre desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, nuestro animalito corrió sin interrupciones de principio a fin y su triunfo fue contundente. Moraleja: “Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables”.

Como pueden ver esta es una versión un poco más moderna; dicen los que saben que fue escrita hace unos 20 años, en el momento de mayor furor por los análisis de comunicación organizacional y de marketing para lograr mejores posicionamientos empresariales y organizacionales. Es esta una ficción típica de finales del siglo pasado: era cuestión de acumular información que nos permitiera tomar las decisiones más acertadas.

Pero esta historia tampoco termina aquí; parece que durante los últimos lustros siguió reescribiéndose y hemos recuperado una nueva versión que data del año 2000 que reza así: tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente, contrató al mismo especialista que había hecho ganar a la liebre (el experto le cobró el triple de honorarios porque ya era muy conocido en el ambiente) y, con su ayuda, llegó a algunas conclusiones: no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería.

Entonces, con su propio análisis FODAS en la mano, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso cubrir un camino, un recorrido, ligeramente diferente. La liebre, convencida de sus fortalezas –porque todas las noches leía su librito– aceptó y en la competencia corrió a toda velocidad, hasta que se topó en su ruta con un ancho río. Mientras la liebre –que no sabía nadar– se preguntaba “¿qué hago ahora? ¿cómo cruzo este río?”, la tortuga lentamente llegó hasta el sitio, se metió en el agua y nadó a toda velocidad hasta la otra orilla. Luego continuó siempre a su ritmo y terminó la carrera en primer lugar. Moraleja: “Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.”

El tiempo pasó y a partir de tanta cosa compartida, cuentan que la liebre y la tortuga terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran excelentes competidoras, que las dos habían conseguido cierta fama con esto de la fábula (dicen los informantes que a esa altura de la historia, ambas contaban ya con varias primeras planas en los periódicos y libros en todos los idiomas) y la cuestión es que juntas decidieron – asesoradas por el consultor y aprovechando la moda de las remakes– organizar una última carrera, pero esta vez corriendo en equipo.
 
En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente, la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, y esto fue resaltado por los comentaristas, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.

Y viene la moraleja: “Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otros y potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos.”

Esta versión es actualmente muy usada en consultorías de comunicación organizacional, pero me parece que las implicaciones –más allá de la moraleja lineal- pueden ser relevantes si las aplicamos a nuestra idiosincrasia mexicana, tan dada a que cada quien se rasque con sus uñas y a respetar las leyes sólo cuando nos benefician en lo individual. La propuesta tampoco es tan simple y gandalla como la de aquellos que pregonan: Trabajemos en equipo y ahora hagan lo que yo les digo. No.

Lo que propongo es únicamente una interpretación simple y directa de esta nueva versión fabulística (hey, fíjense bien, no dice futbolística): Si unos tienen algunas habilidades y otros tenemos otras, hagamos equipo para llegar más rápido a la meta.

¿Por qué nos costará tanto actuar honestamente y ponernos de acuerdo?

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