Google
logoprue
fecha

indice

sierraind

mazaind

avaazinf

buzon150

sabaind

publicumnom

roh

chisteslogo

astronomia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

mazaimg

mazatit

  • La mitad de los 50 millones de refugiados en el mundo son niños
  • Para ellos no hubo regalos este día de la Epifanía; no tienen zapatos

mazaLeí el domingo el magistral reportaje del colega Luis Miguel Ariza, en la revista El País Semanal, que la mitad de los 50 millones de refugiados del mundo tiene menos de 18 años y de éstos la mayoría son niños. Cuenta Ariza que estos 25 millones de niños han huido, con su familia o solos, de la guerra y la persecución, para acabar malviviendo su infancia en medio de ninguna parte, sin futuro y con un presente de dolor, de hambre, de enfermedades curables y de muerte. Ya no tienen patria. Van en la vida con el judío errante de la leyenda y eso que los únicos, como decía ayer, que tienen privilegios son los niños, pero quienes hacen las guerras son duros como la roca. Imagínese, amigo lector, cuántos niños han huido de los bombardeos que está perpetrando el gobierno israelí, indiscriminadamente, sobre la Franja de Gaza con el pretexto de acabar con Hamas, que ha sido su dolor de cabeza porque es una de las organizaciones palestinas que han luchado insistentemente por liberarse del yugo del imperialismo judío, que no condenado inclusive por muchos de sus ciudadanos. El pueblo israelí no está en contra de los palestinos. De la fuerza de trabajo de éstos depende en gran parte la marcha de la economía de Israel. Además, cuando los israelíes llegaron a Palestina, los palestinos estaban ya ahí y ahora quieren desaparecerlos, masacrándolos sin importarles el sufrimiento y la muerte de los civiles y menos la de los niños y adolescentes.
Y la huida de tantos niños no sólo ocurre en el otro lado del mundo. Cuenta el reportero que Luisa María vive en una chabola miserable, una de tantas que se apelotonan en un suburbio de Barrancabermeja, un municipio colombiano del departamento de Santander. De ojos y cabello negros, dientes blancos, una tez de un moreno aterciopelado, su mirada resulta transparente y sincera. No le importa explicar que su casa está hecha de maderos viejos, con un suelo de barro siempre húmedo. Cuando llegan las lluvias, en julio, la humedad es insoportable, y Luisa tiene que acostarse entre escalofríos. Su madre saca entonces todas las cazuelas imaginables para aprovechar el agua que chorrea de las goteras y los agujeros. Luisa tampoco duda en afirmar, orgullosa, que es la dueña de una de las dos camas dobles de su hogar, aunque debe compartirla con su hermana Katia, de 10 años, y sus dos hermanas gemelas, Henri y Nina. Su madre y su hermana mayor tienen un poco más de suerte al dormir juntas. “Es la única familia que conozco que no gana lo suficiente para comer”, explica el fotógrafo holandés Ton Koene, autor de las fotografías que ilustran el reportaje escrito por Ariza. “Los chicos se van a la cama cada noche con los estómagos vacíos, pero la familia es tan dulce y hospitalaria que resulta toda una contradicción”.
Las confrontaciones violentas entre las distintas facciones políticas en Barrancabermeja -un reflejo de lo que sucedía en otras partes de Colombia- dejaron 15 años después un terreno abonado para que prendieran aquí las primeras semillas del Ejército de Liberación Nacional colombiano (ELN). Más adelante, en los noventa, vendrían las FARC. La lucha entre el ejército del gobierno, los paramilitares y las guerrillas convirtió a la región -y otras muchas zonas del país- en un territorio de guerra. Es paradójico que la familia de Luisa haya venido a parar a este suburbio, en busca de más seguridad, huyendo siempre de la misma clase de violencia, la que ha empujado a poblaciones enteras en Colombia de las zonas rurales a las urbanas: guerrilleros que irrumpen en una casa de campesinos apropiándose de las gallinas, los cerdos o dinero, que vuelven con más frecuencia hasta que hay que huir para salvar la vida.
Luisa es uno de los cuatro millones de colombianos que han abandonado sus hogares por las guerrillas desde 1985, de acuerdo con la asociación Refugees International. Y un espejo de la situación de un océano de niños en todo el mundo. Las cifras resultan aterradoras. De acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) –citado por Ariza-, se calcula que existen unos 25 millones de niños -calificados como menores de 18 años- de un total de 50 millones de personas que han sido obligadas a abandonar su país o desplazarse de sus casas por culpa de los conflictos bélicos. Los que logran traspasar las fronteras de sus propios países, explica Agni Castro-Pita, representante de la oficina de ACNUR en España, pueden acogerse a la protección internacional como refugiados, de acuerdo con la convención firmada en 1951. Los desplazados estarían teóricamente bajo el paraguas de sus propios países, lo que muchas veces se traduce en nada. La radiografía se hace más compleja y borrosa: unos 25 millones de desplazados internos no pueden acogerse a la protección internacional como refugiados.
Otras cifras revelan una sobrecogedora estrategia militar, que tiene en su punto de mira a la población civil. Sólo así se explica la muerte de dos millones de niños durante los años noventa. O que algo tan inofensivo como un colegio se convierta en un objetivo estratégico. Los conflictos bélicos en Mozambique conllevaron la destrucción del 45% de las escuelas, según el ACNUR. Hoy, quizá el número de refugiados sea menor que antes, según Castro-Pita, “pero hay un mayor aumento de desplazados internos”. Darfur es el último de los conflictos que se extienden a lo largo de casi un cuarto de siglo en este país, una guerra que ha colocado unos 300.000 refugiados sudaneses directamente en países como Uganda, Kenia, Etiopía y Egipto. Pero Sudán es también un país de acogida de refugiados. Su parte oriental, una de las menos desarrolladas, ha dado cobijo a más de 135,000 personas llegadas de Etiopía y Eritrea, países que llevan décadas desangrándose en guerras. El año pasado, la inestabilidad en el vecino país, Chad, produjo un flujo migratorio de unos 20,000 chadianos que alcanzó el oeste de Darfur en busca de refugio, al tiempo que desde Darfur han escapado a lo largo de estos últimos años cerca de 250,000 refugiados a los campos de Chad.
Los millones de niños refugiados retratan duramente la condición moral del mundo, de la propia humanidad. Al mismo tiempo, estos niños nos enseñan que los sueños son posibles. María Jesús Vega nos relata el caso de Abass Mohamed, un chico somalí que ahora tiene 25 años. Llegó a los campos de refugiados de Dadaad junto con su familia, en 1992, y los abandonó 16 años después. “Abass estudió en la escuela del campo de refugiados y en 1997 fue el segundo mejor estudiante de la región. Su mérito fue haber estudiado en condiciones durísimas, a 45 grados centígrados por las mañanas, sin apenas material ni libros, sin electricidad y viviendo en una choza de dos habitaciones en las que conviven 11 miembros de su familia”.

http://analisisafondo.blogspot.com/

separador

¿Desea dar su opinión?

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

anuncioq

ceesmall

ÚLTIMOS NÚMEROS ENE /09
L
M
M
J
V
S
D
      1 2 3 4
5
6
         
ÚLTIMOS NÚMEROS DIC /08
L
M M J V S D
2 3 4 5 6 7
10 11 12 13 14
16 17 18 19 20 21
23 24 25 26 27 28
30 31        

hemero15

15diariotv

videoteca

foko