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Una vez más, para que Estados Unidos demuestre a México que lo que importa no es la experiencia en mundiales de futbol, sino la inversión y la capacidad de motivación. Los estadunidenses son los colonizadores, los vaqueros que conquistaron al Viejo Oeste, los primeros boy scouts en el espacio, los creadores de Supermán y el Capitán América, los americanos de Estados Unidos de América, aunque América sea un continente repleto de países y de Estados Unidos, los comerciantes de la hamburguesa, el hotdog y las comidas rápidas, los productores de MTV, el territorio en que se construyó Disneyworld, los salvadores del mundo al vencer a los nazis, los maestros que enseñaron a leer y sumar a Bill Gates y Steve Jobs… y por muchos más detalles que les inflan las bolas de orgullo, publicitando sus “logros” a más no poder por la tv, prensa y hobbies de subliminales, seguirán gritando desde sus vestidores, que ellos son los más chingones del mundo y que pueden hacerle morder el polvo a tipos de cualquier otro país –aunque suenen a nazis-.

Los medios de comunicación, buscando patrocinadores como marcas de cerveza, vinos y cigarrillos, prefieren promover la emoción de una “guerra fría” por medio del futbol. Una guerra que no lleva a nada. Si acaso, nos llevará a los típicos penaltis que los mexicanos –ratones de calcetas rojas, nos llaman- nunca metemos. Una guerra fría que no está fundamentada ni tiene sentido más que en el ámbito comercial. Pero a los mexicanos nos gusta ver tv, nos gusta el futbol y nos gusta la cerveza. Aunque mantengo la ilusión malintencionada de que en algún rincón de este país haya un mexicano jodido por la vida que en un flashazo de realidad piense: ¿este partido me conseguirá un trabajo?; ¿pagará mis deudas?; ¿evitará que mi esposo/a, mis suegros, mis vecinos, mis compañeros de trabajo, mi jefe, dejen de comportarse de manera tan pinche?; ¿este partido cambiará mi vida?

Es que en estos días ha tenido más espacio la guerra fría que el supuesto amor del San Valentín, 14 de febrero. No nos preocupemos. En cuanto acabe el partido, independientemente del orgullo –inútil- o la vergüenza –igual de inútil-, ya nos bombardeará la publicidad del momento.

Por mientras, no nos conviene gastarnos toda la quincena en cerveza y botana, porque se requerirá de un buen ramo de flores, aunque usted o su vida no tenga nada que ver ni festejar en lo personal el 14 de febrero, si no tiene el mínimo detalle con su pareja, ésta rabiará, pateará y llorará.

Pero de los males el menor, o al menos el que dejé mayor placer. Si algunos les da mayor placer beber cerveza con los cuates y esperar un gol, que tener intimidad con su pareja, allá ellos, cada quien su karma y sus jugueteos. Si puede disfrutar de las dos cosas, felicidades. Si no, tendrá que decidir entre la guerra fría o el amor caliente. Y si en los dos pierde, mejor cambie de deporte y cancha.

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