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17 de marzo de 2010
15diario.com  


 

ANÁLISIS A FONDO

La invención del Estado

Francisco Gómez Maza

  • Una manera muy efectiva para impedir la participación de la sociedad
  • Los “gobernados” sólo tienen la función de obedecer a los “gobernantes”

 

Está ya en librerías –Gandhi, Sótano, El Parnaso y en las mejores tiendas de lectura del país– el estudio sobre la utilidad del Estado para controlar a los pueblos, escrito, bajo el título de “La invención del Estado”, en lenguaje cristiano, para legos, por el doctor Clemente Valdés Sánchez, asesor del rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, en 1968; experto en derecho, filosofía y ciencia política; autor de varios libros, entre los cuales destacan “La Constitución como instrumento de dominio”, “El juicio político”, “La Prescripción de los Delitos de los Gobernantes”, los cuales surgieron a través de diálogos y conferencias.

 

Leer “La Invención del Estado” es adentrarse en la ciencia política y jurídica y descubrir que nuestros empleados – los que se autonombran gobernantes – son la rémora que convierte a los ciudadanos que los eligieron en súbditos, en expoliados, en expropiados. Valdés Sánchez nos lleva de la mano para comprender que una de las maneras más efectivas para impedir la participación de la sociedad en las cuestiones que tienen que ver con el gobierno, la política y el orden jurídico, y uno de los mejores medios de implantar y mantener el dominio de los empleados gobernantes sobre la población, es el uso de un lenguaje ficticio fundado en abstracciones y entes imaginarios como el “Estado” y “la soberanía” que, como palabras de prestigio, sirven para llenar de orgullo y, al mismo tiempo, de temor a la población. Es un lenguaje deformado, lleno de confusiones y ambigüedades como las que se establecen, sin duda intencionalmente, en las leyes y en las constituciones entre ese Estado imaginario y la nación o el pueblo, y en la presentación de los hombres del gobierno como el Estado.

 

Es un lenguaje basado en el uso de palabras y expresiones distorsionadas para designar a las personas, a las funciones y a las entidades, que empieza por llamar a nuestros empleados públicos, a quienes les pagamos precisamente para que nos sirvan “las autoridades” (“actos de autoridad”, les llama Felipe Calderón); después, designa a las grandes ramas del gobierno como “los poderes”, y concluye en un gran acto de prestidigitación con las palabras, en el cual se hace de los empleados que dirigen los diferentes órganos de gobierno; es decir, los presidentes, los ministros, los legisladores y los jueces, la encarnación personal de esos “poderes”.

 

De acuerdo con el doctor Valdés Sánchez, dentro de ese esquema imaginario y un poco infantil, que se llama “Teoría del Estado”, que se enseña como una materia en muchas de las escuelas de Derecho continental europeo – no así, en general, en las escuelas de Derecho anglosajón, en donde se enseñan también algunas tonterías, pero diferentes -, la sociedad aparece simplemente como un elemento de un “Estado” imaginario, que expresa sus deseos a través de un gobierno dividido en tres departamentos o secciones, a las que se les llama “poderes”. En cada uno de esos departamentos, las personas que los dirigen y que tienen como única razón de existir y como único objetivo de su trabajo el servicio a los habitantes que les pagan precisamente para que les sirvan, usan nombres de prestigio para distinguirse del resto de los seres humanos, a los que se supone deben servir y, para empezar, se llaman “autoridades”. En muchos países, los empleados que dirigen esos departamentos, a pesar de que en los textos principales se diga que el pueblo, la población o los habitantes son el poder supremo y la única razón de ser de toda la organización política y de los cuerpos y las oficinas, a las que llaman “instituciones”, esos empleados se adueñan del poder de la población, se lo distribuyen entre ellos, se hacen llamar “poderes” y se presentan como entidades independientes, no sólo de los otros departamentos sino de la población, lo cual les permite manejarse como quieran, dando como razón profunda para justificar sus abusos y demostrar sus conocimientos escolares, que Montesquieu había dicho que así se hacía en Inglaterra, en un libro que escribió hace 250 años, por lo cual, para complacer a Montesquieu y a su teoría, esos empleados principales pueden hacer lo que quieran con la sociedad, sin que los otros empleados dueños de los otros “poderes”, deban intervenir en lo que no son sus asuntos.

 

Clemente Valdés Sánchez nos va enseñando que, en este esquema autoritario, los ciudadanos que forman la sociedad, una vez que ejercen su derecho de elegir a sus “gobernantes”, se convierten – como dicen algunos autores – simplemente en los “gobernados”, que tienen como función principal obedecer a los distintos empleados que forman los poderes de un gobierno, en el cual unos hace, deshacen e interpretan las leyes, tan como lo dice el artículo 72 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; otros las aplican cuando y como quieren y, otros más, las interpretan, las aplican o no las aplican y, de vez en cuando, ellos mismos declaran que las leyes hechas por los primeros no valen. Este planteamiento oscuro de muchos de los hombres y mujeres que, como empleados públicos, reciben sus salarios del dinero de sus pueblos permite, con frecuencia, además, lamentablemente, que roben a sus mismos pueblos. Se trata, de acuerdo con la teoría comprobada del maestro Valdés Sánchez, de mitos, de ficciones y de entes imaginarios, creados o inventados para justificar el poder arbitrario de los empleados sobre los habitantes a los que dicen servir. Con esos entes ficticios se construyen teorías incoherentes y explicaciones abstractas, absurdas, sin relación alguna con la realidad las cuales, dado que los pueblos no las entienden o, tal vez, precisamente porque es imposible comprender esas teorías y entender esos argumentos, los empleados principales de los gobiernos pueden, sin mayor problema, mantener alejados a los habitantes del manejo de las cuestiones públicas.

 

Este libro –“La invención del Estado”-, explica el maestro, no se refiere a ningún país en particular, pues desgraciadamente la apropiación que han hecho en su favor los empleados públicos principales de los poderes que la población les presta, se presenta, en distintas medidas y de diferentes maneras, en casi todas partes del mundo. En varios puntos, sin embargo, Valdés Sánchez toma como referencia lo que sucede en diferentes países, pero naturalmente se refiere, en muchos casos, al sistema mexicano, simplemente porque es el que mejor conoce.

 

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