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24 Noviembre 2010
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Disputas por la cuna de la revolución
Victor Orozco

Uno de los signos de vitalidad de la revolución mexicana de 1910 es la honra que representa para diversas entidades y poblaciones de la república que se reclaman como cunas del movimiento armado. Ello acontece cuando existe una identificación popular con ciertas gestas históricas. Los habitantes de ningún lugar quisieran, a contrario sensu, que éste fuese señalado y recordado como el territorio donde se fraguó o se consumó alguna de las muchas infamias que en todas partes han existido. ¿Quién por ejemplo, de entre los nativos de Dachau o Auschwitz no siente vergüenza de sus patrias (empleado el término en el antiguo sentido, como el lugar o sitio de los padres), aun cuando sea un anti nazi convencido?

La revolución mexicana, en cambio, guarda varias matrices. Varios estados de la república consideran que poseen los títulos históricos para merecer el honor. El primero de ellos es Yucatán, pues el 4 de junio de 1910 se produjo en su suelo la sublevación anti reeleccionista de Valladolid, ciudad ocupada por los rebeldes. La población sufrió el asedio de tropas gubernamentales, quienes la tomaron a sangre y fuego el día 9 del mismo mes causando varias decenas de muertos.

Simultáneamente al de la península, se realizó en Sinaloa el alzamiento encabezado por Gabriel Leyva, abogado y maestro rural involucrado en la lucha política que dirigía Francisco I. Madero. El 4 de junio empuñó las armas y pudo derrotar a una fuerza oficial en Cabrera de Inzunza el día 8. Capturado dos días después sufrió la temida “Ley Fuga” a manos de los rurales. Por tal razón, en 1930 la comisión de historia de la Secretaría de Guerra y Marina lo declaró “Protomártir de la revolución mexicana”.

En Zacatelco, Tlaxcala, el día 16 de septiembre de 1910, un numeroso grupo de simpatizantes de Francisco I. Madero llevaron a cabo una concentración de protesta por el fraude electoral y enfrentaron a las tropas enviadas en su contra desde la capital del estado y desde la ciudad de Puebla. Muchos murieron y otros fueron enviados a trabajos forzados a Quintana Roo.

En Puebla, el 18 de noviembre la policía sitió la casa de los hermanos Aquiles y Carmen Serdán, eminentes líderes anti reeleccionistas. Finalmente la finca fue invadida y destrozada por las fuerzas oficiales, uno de cuyos agentes asesinó a Aquiles, cuando lo encontró refugiado e indefenso en una especie de pequeño sótano.

En Chihuahua, el 14 de noviembre de 1910, salieron del pueblo de Cuchillo Parado en el municipio de Coyame en manifestación de rebeldía, un grupo de miembros del club anti reeleccionista que presidía Toribio Ortega, quienes habían sido informados que agentes de la policía pretendían aprehenderlos. Al mes siguiente comenzaron a hostigar a las tropas federales en la región de Ojinaga, a donde se había dirigido Abraham González, el coordinador del movimiento en el estado de Chihuahua.

El 21 de noviembre un fuerte contingente de maderistas dirigidos por Guillermo Baca atacó infructuosamente la ciudad de Parral y después se dispersó hacia la sierra. Pocos días después aquel destacado demócrata fue asesinado en circunstancias nunca esclarecidas.

El día 19 de noviembre, encabezados por Albino Frías y Pascual Orozco (p) se insurreccionó en San Isidro, Guerrero, Chihuahua, un grupo de vecinos, quienes atacaron la casa de Joaquín Chávez, rico terrateniente y comerciante de la región. A este núcleo se le unieron muy pronto varios otros provenientes de los pueblos cercanos (Ranchos de Santiago, Pedernales, Santo Tomás, Namiquipa, Bachíniva, Basúchil, Matachic, Temósachic, Pachera, Ciudad Guerrero) que pusieron sitio a la cabecera municipal.

Allí, el 6 de diciembre de 1910, se celebró una junta revolucionaria en la cual participaron también los llegados de San Andrés, pueblo más cercano a la capital del estado, entre los cuales estaba Francisco Villa. La asamblea nombró como jefe de las armas a Pascual Orozco Jr., quien firmó ese día el primer manifiesto del movimiento armado nacional cerrándolo con el lema “Sufragio efectivo. No reelección”.  Este acto tiene un gran significado histórico porque la revolución emprendida por estos campesinos (o labradores como se llamaban entonces), arrieros, mineros y pequeños comerciantes, se mostraba como una lucha organizada, portadora de ideales transformadores, contra la injusticia y los privilegios. No era la amorfa “chusma” como le llamaban despectivamente los voceros del gobierno de Díaz.

De todas las acciones que se desarrollaron antes y después del 20 de noviembre, fecha señalada por el Plan de San Luis Potosí para que se iniciara la lucha con el objetivo de derrocar a la dictadura, ésta fue la única que prosperó y culminó con la toma de Ciudad Juárez, el 10 de mayo de 1911.  En torno del pequeño grupo inicial se fue conformando en los meses siguientes el ejército revolucionario que combatió en al menos diez batallas antes de la final en la ciudad fronteriza. Su relevancia fue tal que atrajo al grueso de las tropas federales, las cuales dejaron desguarnecidas plazas importantes en todo el país.

A este movimiento y no a otro se refirió el general Porfirio Díaz, en su manifiesto del día 7 de mayo de 1911 al afirmar: “La rebelión iniciada en Chihuahua en noviembre del año próximo pasado y que paulatinamente ha ido extendiéndose, hizo que el gobierno que presido acudiese, como era de su estricto deber, a combatir en el orden militar el movimiento armado”.

Otro de los efectos provocado por la insurrección de los pueblos de Guerrero, determinante en el rumbo de la revolución, fue el viraje que suscitó en la dirección maderista que había decidido retirarse por estimar que el llamamiento nacional había fracasado. Francisco I. Madero, redactó incluso el previsto manifiesto dejando libres de todo compromiso a sus adherentes y luego se retiró a New Orleans hasta donde le llegaron las noticias de los sucesos en Chihuahua. Alentado por la llama que creció en el noroeste del estado, el líder resolvió ingresar al territorio nacional y dirigirse a esta zona del país tres meses después del alzamiento de San Isidro. Si éste hubiese corrido la misma suerte de sus precedentes, la caída de la dictadura simplemente no habría sucedido, al menos en 1911.

Estos son los hechos rigurosos de la historia que le valieron al estado de Chihuahua hasta hace poco tiempo el reconocimiento general de ser la “Cuna de la Revolución”. El título es una declaración simbólica desde luego, pues el movimiento armado a favor de la democracia y por reivindicaciones sociales que fueron haciéndose explícitas en el curso del mismo, se extendió como reguero de pólvora por casi todo el país, cobrando en algunas regiones un arraigo profundo, como en Morelos o en La Laguna.

Paradójicamente, en el centenario del inicio de esta gesta libertaria y emancipadora, el estado de Chihuahua está a punto de perder un lugar de honor en la historia nacional porque el gobierno local, mal informado, insiste en renunciar a la principal de las herencias y a colocarlo en el mismo sitio del resto de las entidades federativas en donde se desarrollaron actos precursores de la revolución, como fue el de Cuchillo Parado. En la disputa no está a debate el mérito mayor o menor de los protagonistas, pues ¿quién podría negar el espíritu altruista y el patriotismo que animó al sinaloense Gabriel Leyva, a los yucatecos Maximiliano R. Bonilla, Atilano Albertos y José E. Kant, fusilados durante los prolegómenos de la revolución, a los numerosos tlaxcaltecas y poblanos muertos o enviados a trabajos forzados, a los chihuahuenses que siguieron a Toribio Ortega o a los hermanos Serdán? ¿Quién?

El tema a dilucidar es ubicar el punto de partida de la insurrección que obligó a renunciar a Porfirio Díaz y con ello abrió las compuertas sociales para que se plantearan diversas reivindicaciones y aspiraciones sociales en todo México.

Y la información histórica disponible en las fuentes primarias y en casi toda la literatura especializada, muestra que fue en los pueblos del municipio de Guerrero, Chihuahua en donde se inició y tuvo continuidad la lucha revolucionaria. No en balde, las familias de estas comunidades pagaron, como ningunas otras, el mayor tributo de sangre desde las primeras semanas de la contienda. Sus méritos estriban en haber lanzado el desafío a la dictadura con las armas en la mano y alcanzado el triunfo, contra todas las previsiones. Tales proezas no deben regateárseles, ni desterrarse de la memoria popular, menos por las autoridades de Chihuahua.

vorozco11@gmail.com

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