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1° Diciembre 2010
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El color de las pantaletas esquimales
Hugo L. del Río

Vivimos entre la violencia y la crisis económica. A mí y a millones de mexicanos eso de que México ocupe un lugar importante en la economía mundial nos interesa tanto como el color de las pantaletas que usan las esquimales.

Tal vez nos acostumbraremos a los tiros y granadazos, a la pobreza, a la injusticia y la arrogancia y falta de humanidad de los poderosos. 

Se nos olvida que la nobleza es el motor que anima a la inmensa mayoría de los animales humanos.

Hoy quiero compartir contigo, amigo lector, la emoción que me despierta este libro:

Dersu Uzala, del cartógrafo y explorador del ejército zarista Vladimir Arseniev. 

Nacido en San Petersburgo en 1872, el teniente Arseniev exploró en tres ocasiones, entre 1902 y 1908, regiones siberianas donde sólo en raras, muy raras ocasiones, se podía encontrar la huella del paso del hombre:

Chozas abandonadas, cazadores nómadas, bandidos.

En su primer viaje, Arseniev conoció a Dersu, hombre de monte perteneciente a la etnia de los uzala.

Eran peligrosas esas regiones inexploradas: había fieras carnívoras que acechaban en bosques inmensos; ciertos insectos voladores que, en densas nubes, podían matar a los hombres, lagos y ríos profundos de corriente impetuosa.

Y el clima: cincuenta, sesenta centígrados bajo cero.

Como todos los imperialismos que han sido y serán, los zaristas “justificaban” sus crímenes y abusos, particularmente contra los pueblos asiáticos, con el viejo cuento de que llegaban en tanto portadores de la civilización y el evangelio de la única y verdadera religión.

Arseniev, claro, nunca se creyó eso.

Dersu se incorporó a la columna. Los llevó por senderos que sólo él conocía; los condujo a sitios donde había caza, agua y abrigo.

El asiático y el europeo se salvaron mutuamente la vida en varias ocasiones. La amistad surgió de manera natural. Al terminar sus exploraciones, Arseniev se llevó al cazador siberiano a compartir su casa, en Vladivostok.

Eran hombres de diferentes culturas, de idiomas distintos, de antecedentes que no tenían nada en común. Dersu tenía la piel cobriza y los ojos rasgados; Vladimir era europeo. El asiático no sabía leer ni escribir; Arseniev se formó en instituciones de altos estudios.

Cuando se es hombre de verdad esas diferencias no importan. Fueron grandes amigos. La revolución le dio a Vladimir el cargo de comisario de Minorías Étnicas en la República del Lejano Oriente.

No era reaccionario.

Ignoro si para entonces aun vivía Dersu. Arseniev regresó a Vladivostok donde murió en 1930, luego de escribir este libro que el maestro Kurosawa   llevó a la pantalla.
                            
Quisiera que ahí terminara la historia, pero los hombres de poder siempre arruinan a las personas y a los pueblos.

Margarita Nikolaevna, esposa del cartógrafo, fue fusilada en 1938 acusada de conspirar, con su marido –quien había muerto ocho años antes— contra el padrecito Stalin.

Ni la hija, Natalia, se salvó. En 1941 la encerraron en un gulag y jamás se supo de ella.

Así es la experiencia humana. Triste, desgarradora.

Pero siempre hay una luz que brilla en el laberinto. Caminamos animados por el amor y la amistad. Quizás no encontraremos la salida, pero moriremos en el intento.
             
hugoldelrio@hotmail.com

 

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