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7 Diciembre 2010
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Wikileaks en tiempos de Kafka
Asael Sepúlveda

Las revelaciones de Julián Assange a través de su página Wikileaks.org, ahora cablegate.wikileaks.org, ha puesto de cabeza a la diplomacia norteamericana.  En realidad, el tema de fondo no son los secretos circunstanciales de la diplomacia norteamericana, sino el derecho del público a estar informado.

Wikileaks decidió poner alrededor de un cuarto de millón de comunicaciones secretas en manos de cinco medios de difusión: The New York Times, de Estados Unidos, The Guardian, de Inglaterra, El País, de España, Le Monde, de Francia y Der Spiegel, de Alemania, para que desentrañaran, procesaran y analizaran la información.

Gracias a la labor de Wikileaks, los mexicanos sabemos lo que nuestro gobierno no nos dice: las angustias y retrocesos en la guerra contra el narco, las pugnas internas entre Ejército y Policía cuando más unidos deberían estar, la desconfianza de los norteamericanos hacia la SEDENA y su preferencia por la Marina, entre otras muchas cosas que poco a poco irán saliendo.

De antiguo, la libre información ha sido vista como un peligro por todos los centros de poder y por ello, han tratado de ponerle freno. Desde Presidentes, Gobernadores, Alcaldes y legisladores, todos pugnan por guardar en secreto sus conciertos y desconciertos.

Ahora que Hillary Clinton anda ocupadísima tomando providencias contra las filtraciones y que la justicia sueca persigue a Julián Assange, el creador de Wikileaks (¿a santo de qué?), vale la pena señalar que hoy, como hace 40 años, el New York Times está publicando puntualmente las revelaciones diplomáticas.

Destaco el hecho porque fue el New York Times el que  publicó los llamados Documentos Secretos del Pentágono en 1971 y puso con ello al descubierto las trampas, manipulaciones y mentiras que el gobierno norteamericano utilizó para atacar militarmente a Viet Nam, haciéndose pasar por víctima en lo que en realidad fue una guerra de agresión.

Entonces, como ahora, el gobierno de Estados Unidos trató por todos los medios de impedir las revelaciones periodísticas. El caso llegó hasta la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, en donde por mayoría, se decidió que el New York Times podía publicar los documentos secretos del Pentágono. En su memorable argumentación, el Juez Blake, de la Corte Suprema, asentó que el pueblo norteamericano tenía derecho a saber las circunstancias que llevaron a la guerra de Viet Nam y que los creadores de la Constitución decidieron que la prensa debía servir a los gobernados, no a los gobernantes. Por esa razón, los Padres Fundadores de los Estados Unidos decidieron que la prensa debería ser siempre libre para develar los secretos del Gobierno. El Juez Blake terminaba diciendo que al haber publicado los documentos secretos, estos periódicos, el New York Times y el Washington Post habían actuado como los Padres  Fundadores de la nación habrían esperado que lo hiciesen.

Los setentas eran otros tiempos. Los jóvenes norteamericanos y muchos de sus ídolos juveniles protestaban vivamente contra el gobierno. La famosa actriz Jane Fonda se pronunciaba contra la Guerra de Viet Nam y el boxeador Muhammad Alí prefería ir a la cárcel antes que combatir en una guerra absurda.

La tradición de prensa libre en los Estados Unidos tenía una larga historia, al igual que las ideas libertarias inglesas, en donde el director del legendario London Times, John Tadeus Delane, declaraba a fines del Siglo XIX que “para desarrollar sus labores con entera independencia, un periodista no puede transigir con el interés temporal de ningún gobierno. Muchas veces el deber de un gobernante es callar. El deber de un periodista es hablar, decir la verdad hasta donde le sea posible alcanzarla”.

En la construcción de la democracia, un elemento fundamental es que los ciudadanos estén bien informados, para que puedan tomar mejores decisiones. En esta línea podemos entender el sentido de la tarea que se ha echado a cuestas Wikileaks.

Sorprendentemente, ahora los gobiernos occidentales que se proclaman a sí mismos como defensores de la democracia y de la libertad, se convierten en persecutores. Hace unas pocas semanas, el mundo se consternaba porque el gobierno chino impedía recibir el Premio Nobel de la Paz a un disidente político.

Ahora, la noticia es que los paladines de la libertad persiguen a quien pretende divulgar los manejos gubernamentales. En los inicios del Siglo XXI, el autor predominante no será ni Einstein, ni Freud y mucho menos Marx. El autor de moda será Franz Kafka.

 

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