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8 Diciembre 2010
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El Quijote y la formación técnica
Ramiro Estrada Sánchez

Entre muchas enseñanzas que, me parece, podemos derivar de la creación literaria de Cervantes, anoto la siguiente: Don Quijote se ha atiborrado de lecturas. Esto es, de teoría. Alimenta su imaginación con invenciones que él alcanza a creer que son realidades. Y se propone superarlas. Si en las novelas que devora, el caballero andante es el sol del universo, él superará toda hazaña para asombro de los siglos.

El escudero, Sancho, es de otra formación. Pertenece a lo que hoy llamaríamos clase obrera. No sabe de lecturas ni de teorías. Lo que sabe, lo ha aprendido en la práctica, trabajando, desempeñando los oficios que se requieran en las habitaciones y algunas otras propiedades de su señor.

De ahí el contraste: donde el alucinado manchego ve gigantes agitando los brazos, Sancho no advierte sino molinos cuyas aspas giran por efecto de la ventisca. La ilusión en contrapartida a la verdadera y real realidad.

Algo encuentro en esta metáfora cervantina. Algo que se relaciona a la práctica y a la teoría. La educación memorizante y repetitiva (a que se refiere el artículo sobre la importancia de la formación técnica publicado ayer aquí por Héctor Franco), nos hacía aprender la información pero no razonar ni mucho menos cuestionar los contenidos e investigar y comprobarlos. No. el niño debía permanecer casi quieto, escuchando, leyendo y memorizando.

Pero la teoría es sólo una parte del aprendizaje. La práctica es la que amplía el conocimiento. Es fascinante descubrir cómo nuestras manos pueden crear: bienes o satisfactores, simples bienes o creaciones artísticas. El campesino que siembra y  cosecha, aprende el ciclo de la vida con nada más que observar a la naturaleza. Y cuando recoge los frutos de su esfuerzo, siente una profunda SATISFACCIÓN.

A veces me pregunto cómo es que hay quienes sin haber tenido instrucción académica, poseen una gran sabiduría. Son los que de acuerdo a lo que se dice, han sido graduados en la Universidad de la Vida. Lo que saben, lo han aprendido en el camino, andando, en la práctica, haciendo.

Quisiera indagar en lo que para mí es un misterio: ¿Qué sucede en el cerebro cuando nuestras manos se ocupan en hacer lo que sea? ¿Qué mecanismos se echan a andar en el cerebro y el espíritu de Miguel F. Martínez cuando a los 12 años se dedica a la pintura y a la música? ¿Qué hubiera sido de nosotros si en los programas de primaria se hubiese incluido la enseñanza de un oficio?

El ejemplo que presenta, en el artículo de Héctor Franco, del maestro Miguel F. Martínez es emotivo y palpitante: su habilidad para el dibujo le sirvió como plataforma para desarrollar su estrategia didáctica.

Que la teoría es necesaria para entender al universo y a nosotros mismos, es verdad de Perogrullo. Pero que la teoría requiere ser complementada con la práctica, también resulta una obviedad. No por nada la sabiduría popular lo ha dictaminado desde hace muchas edades: “La práctica hace al maestro”.

¿Quién da más?

 

 

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