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8 Diciembre 2010
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Los poderosos también se ofenden
Hugo L. del Río

Los hombres y las mujeres de poder no tienen sentido del humor. Pero eso sí: se manejan con mentiras e hipocresía. Saben, porque son inteligentes, que son más falsos que un billete de siete pesos. Por ello, se sienten golpeados en lo más vulnerable de la estructura política cuando alguien publica sus corruptelas, sus embustes y sus deficiencias administrativas.

Wikileaks nos acaba de enseñar otra lección: hay que pagar un precio muy alto por divulgar los chismes que constituyen algo así como el alimento espiritual de los jefes de Estado.

A veces hay que repetir lo que todo el mundo sabe hasta la saciedad. A Julian Assange no lo arrestaron, oficialmente, por hacer las delicias de la gente de a pie al tiempo que provocaba el malestar de los peces gordos. No, qué va.  

Lo tienen a la sombra porque, según el gobierno de Suecia, hace varios meses violó o intentó violar a dos mujeres.

Es triste que haya sido aprehendido en Inglaterra. Desde niños, a los anglos se les enseña que no puede haber democracia si no se respeta la libertad de expresión. Los ingleses no se limitaron a enseñar este principio en las aulas:

La BBC con frecuencia divulga notas y editoriales cuyos autores critican al gobierno en turno. Y, recordemos, en el Hyde Park de Londres cualquier hijo de vecino tiene derecho a adueñarse de esta o aquella porción de la plaza para decir lo que le dé la gana, a favor o en contra de quien sea.

Provoca tristeza la detención de Assange en Inglaterra. Lo peor es que casi seguramente lo extraditarán a Suecia, de donde será reexpedido a Estados Unidos. En Washington no quieren al australiano.

Lo castigarán por difundir mensajes oficiales que en la época de la computadora no tienen, no pueden tener, nada de secreto. Lo de las suecas, haya sido o no verdad, es sólo el pretexto.

Paul Johnson, distinguido periodista e historiador inglés, escribió hace rato:

“Pero, habrá alguien que todavía crea en la justicia”.
 
Los ciudadanos tenemos derecho de saber lo que hacen o planean hacer las personas que nos gobiernan. Los llamados secretos de Estado son los crímenes que organizan los políticos en lo oscurito.

Una vez que afinan sus trapacerías, nos presentan el hecho consumado: guerras, alza de impuestos, desempleo, carestía, todo un cometa Halley de perversiones.

En 1917 una de las consignas que manejaron con gran éxito los bolcheviques fue precisamente esa:

No más diplomacia secreta.

Claro que en cuanto tomaron el poder tiraron su promesa al cubo de la basura, pero en fin, por lo menos durante un breve lapso parecía que aquellos rudos eslavos iban a cambiar al mundo. Para bien.

Para los mexicanos el chismerío de Assange no tiene nada de nuevo.

En la cordillera de mensajes enviados de México a Washington, llama la atención, por su ingenuidad, un texto firmado por un tal John Feely, deputy chief of mission, cargo que, supongo, es el segundo en importancia de la embajada. 

Este buen hombre vino a descubrir que en México hay corrupción. Dice que la podredumbre afecta por igual al gobierno civil que al estamento militar.

Y por lo que toca al Poder Judicial, el míster inventa la pólvora negra y se luce cuando escribe que apenas el dos por ciento de los delincuentes son llevados a juicio.

Lo que no tiene nada de gracioso –aunque, claro, también es desde hace años un secreto a voces— es la confirmación de que el embajador de Estados Unidos les da órdenes a los militares mexicanos.  

El señor Pascual ahora se hará pato, pero vaya descobijada que les dio al Ejército y al titular de la Defensa Nacional, el general Galván.

Tal vez sin proponérselo, el embajador confirma algo que también es del dominio público: la Secretaría de la Defensa Nacional no existe como tal. La Armada se maneja sola, sin coordinación con sus colegas de tierra y aire.

Mucha coordinación en la lucha contra el narco. Sí, tú: cuéntame una de vaqueros.                         

Assange no nos dijo cosas que no supiéramos. Y supongo que todo el mundo podrá decir lo mismo.

Le inventarán delitos, faltaba más. Los puritanos son los emperadores de la hipocresía. Bushito, el Presidente quien –ignoro si sobrio o etilizado-- durante ocho años habló con Dios, creó un sistema represivo que ya lo hubiera querido el padrecito Stalin para los domingos.

La neta: si de eso se trata, habría que castigar a los diplomáticos por usar tiempo y canales oficiales para informar que Evo Morales tiene un tumor en la nariz; a ellos y a los expertos en cibernética.

Por Dios, cualquier hacker puede abrir las computadoras del Pentágono, de la CIA, de donde le dé la gana.

¿Cuál secreto, pues? Aquí lo único que vemos es que en su arrogancia, los poderosos se sintieron ofendidos. 

 

 

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