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946 9 Diciembre 2011

Homenaje a Sheridan
Víctor Reynoso

P
uebla.-
Fue hace tiempo, en 1974, cuando yo andaba en primero de prepa. El profesor de Literatura Española, Guillermo Sheridan, empezó con el pie derecho: “No vamos a seguir el programa; el programa trata sobre escritores como Cervantes y Góngora, que son el doctorado de la literatura, y ustedes están en el kínder”.

El kínder de la literatura fueron Edgar Allan Poe, Ray Bradbury, Aldoux Huxley, Stendhal, Lovecraft, William Golding, Víctor Hugo, Arriola. También Emile Zolá, pero no leímos su novela Germinal porque fue censurada. El profe aclaraba que no eran libros malos, que eran buena literatura, pero adecuada a nuestra edad y formación.

El curso tuvo momentos memorables, como cuando Sheridan leyó en voz alta un cuento de Lovecraft. Interrumpió la lectura a la mitad para decirnos que continuaríamos la próxima clase. Un grupo de más de cincuenta adolescentes que hasta ese momento habíamos escuchado atónitos, protestamos. El maestro replicó: “esa cara de idiotas que tienen en este momento jamás la van a poner frente a la televisión. Esa cara sólo se logra frente a la literatura”.

No siempre fue fiel a su idea de no seguir el programa. Leímos alguna vez a Quevedo y a Fray Luis de León. También memorable fue la sesión en que se dedicó a leer y a interpretar, palabra por palabra, algunos versos de Las soledades de Góngora. Imposibles de entender sin sus explicaciones. Con pleno sentido después de ellas. Todavía hoy admiro cómo lograba mantener la atención en un colegio donde otro maestro nos dijo alguna vez que lo que requeríamos no era un profesor, sino un domador.

Nos dejaba escribir un diario sobre nuestras lecturas, donde anotáramos nuestras impresiones, ideas, sentimientos, sobre lo que estábamos leyendo. “Escriban su diario, aunque no sea todos los días”. Una pedagogía que no he vuelto a ver; un buen camino para aprender a leer y escribir.

Desde entonces leo de Sheridan todo lo que puedo, desde sus ensayos sobre la compleja poesía de Gilberto Owen, hasta sus notas donde imita el lenguaje “popular”, tanto de los unamitas políticamente correctos, como de las niñas bien. Pasando por el célebre discurso de López Obrador en Iztapalapa, en tono evangélico. Un abanico tan amplio que uno pensaría que no son obras escritas por la misma persona.

Pero los une su pasión por la palabra. Y por lo que las palabras describen y diseccionan: el mundo. ¿Podemos entender, comprender, o siquiera ver nuestro o nuestros mundos si no contamos con las palabras adecuadas? Además de la pasión llama la atención su facilidad de contagio: basta un poco de sensibilidad para hacerla nuestra.

Merecido homenaje de la FIL de Guadalajara a quien ha enseñado a muchos que la literatura es eso que decía Borges: una forma de felicidad.

Profesor de la UDLAP

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