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UN DÍA DE DOMINGO
Ileana Cepeda

culturalogoMe han despertado los gritos del voceador:
- ¡Viene la mujer que agarraron por ratera! ¡Es de aquí, de la colonia Madero! ¡Usted la conoce! ¡Es su vecina!
Me vuelvo hacia la ventana y veo que el día se ha iluminado, más tenue que de costumbre, por lo que deduzco: "otra vez no habrá sol". Dice mi abuela que no hay sábado sin sol ni domingo… no recuerdo el final o bien me han completado la frase de tantas formas que tengo varios finales y me siento indecisa para elegir. Ayer sábado el sol se asomó mientras me acomodaba en una foto para mejorar la iluminación, intuí entonces cuando el sol nos dio a la cara que las señales pueden ser favorables, mi cara de enojo cambió por la aceptación de la caricia del astro. Si ayer hubo un minuto de sol, esperaré al borracho fuera de mi puerta, o al filo de la calle, mientras corro para alcanzar al voceador con la picante noticia que acaba de dar. Comienzo a hilar varios nombres de todas las mujeres que me pudiera encontrar y entre ellas "La Adriana", es la que espero que aparezca.
La mujer del cigarro en la boca, las muletas, bicicleta, cabello corto, pantalones de mezclilla, bajita, con mirada lúbrica y sonrisa de lado. Una “ficha”, la nombran en mi cuadra –¡pero eso sí, es muy respetuosa!- dice la señora de la esquina. Su historia es la de cualquier mujer que habita en un barrio como mi colonia, su historia se puede encontrar en cada bebé y en cada anciana.
Ella era la mujer estaba destinada a la promiscuidad, vivía en una casa de un cuarto donde los cuerpos de hermanos, padre, madre, tíos y primos se rozaban cada momento al habitar en ese hogar, temprano conoció el sexo y lo saboreó tanto que decidió que la feminidad no le quedaba, más bien le gustaba. Así, se cortó el pelo, y para la secundaria ya tenía su lista de novias y pretendía cuan mujer suculenta se le antojaba. Ella aspiraba el aire cuando pasaba, haciendo un sonido silbando entre dientes que chillaba a mis oídos. Me causaba temor acercarme a un metro de ella; así como a mí, intimidaba a cuánta muchacha se dejaba.
Adriana camina con los hombros echados atrás sacando el pecho, balancea los brazos de un lado a otro, levanta la cara y te mira con medio párpado cerrado. Hace unos años sufrió un accidente: vagando con un grupo de amigos, se le ocurrió cruzar las vías cuando el tren estaba detenido. Según su madre, alguien le dijo que ya podía cruzar y cuando lo hizo el tren se movió prensándole los pies, los cuales se desprendieron de su cuerpo de inmediato.
Durante algún tiempo anduvo en silla de ruedas, las hijas y la mamá pidieron ayuda en la colonia para completar las prótesis con las que ahora puede caminar. La puedes ver un día en silla de ruedas, otro en muletas, otro en bicicleta y otros sin ayuda, pero siempre con un dejo de autoridad, jamás la verás con la cara abatida, se le ve el sufrimiento en el cuerpo pero sus ojos no permiten que nadie sienta lástima por ella.
Hace tiempo dejó de intimidarme, ahora sólo se limita a saludarme. No grita frente a mi hogar, no ha robado los espejos de mi carro, no ha entrado a mi casa… Como dice mi vecina: ha sido muy respetuosa.
Abro el periódico y no es ella, "la ratera de la Madero", como gritaba el voceador no era de mi colonia. Robaba en la Madero, pero vivía en San Bernabé y seguramente no contaba con los contactos policiales con los que cuenta "La Adriana", a ella jamás la han pescado; se dice que roba, que mata, que vende droga, pero jamás se le ha comprobado nada. Ella, su pandilla, sus seguidores, se pasean libremente por mi colonia "nuestra colonia Madero".

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