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1° Marzo 2011
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Nadie dice nada
Héctor Franco Sáenz

El constante aumento de los crímenes de personas inocentes en la guerra que se está viviendo, aunado a las dolorosas muertes de menores de edad, algunos de ellos involucrados en actividades delictivas, son hechos que sin excusa alguna, deben llamar la atención no sólo de quienes tienen como función garantizar la seguridad de la población, sino también de todas las organizaciones sociales, como iglesias, clubes de servicio, instituciones educativas y otros organismos que ameritan, por su actuación, un profundo examen de conciencia.

Como maestros y pedagogos siempre defenderemos el principio de que todo niño o menor de edad, “es inocente” de los hechos en que se ven involucrados, porque resulta fácil incriminarlos de cometer diferentes delitos, dado que acusar o castigar, viene a ser más cómodo que buscar las causas de tales conductas, porque de hacerlo afloraría que en el fondo los culpables son otros y entonces sería muy difícil encontrar, como señala la máxima bíblica, quién esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Resulta que al presenciar lamentables hechos de violencia en los que en forma clara participan jóvenes y menores de edad, o sea las nuevas generaciones, funcionarios de todo tipo, de los sectores públicos o privados, de organismos eclesiásticos o instituciones educativas, de todos los niveles, no dicen nada, optan por callar y asumir un silencio cómplice con las circunstancias que se viven sin asumir que las causas del problema son de fondo.

¿Cuáles son esas razones que llevan a niños y jóvenes a caer en las redes del delito? Muchas son las causas que hacia allá los han conducido que tienen como telón de fondo la profunda crisis que viven las instituciones sociales, crisis en sus funciones que son evidentes como en el caso de la Iglesia católica que tiene en la pederastia una expresión de ello; crisis en el sistema de partidos que ya para nada representan, ni les preocupan, los intereses de la población, crisis en el modelo de familia cuyos diferentes tipos no alcanzan a asumirse ni a ser reconocidos, sin poder afirmar lo que vaya a prevalecer.

Como decía nuestro centenario amigo, don Juan Manuel Elizondo, la crisis es total, es el signo de nuestra época, como ocurre, en otro ejemplo, en los niveles de gobierno cuando los que menos saben, son los que tienen a su cargo, y/o aspiran a alcanzarlo, la conducción de las diferentes instancias gubernamentales y lo peor viene a ser cuando, como es común, creen que saben, haciéndose eco de lo que a ellos les han hecho creer las agencias de publicidad de las compañías televisoras, haciendo de la simulación no solo una estrategia de sobrevivencia, sino todo un estilo de vida.

El sistema educativo por su parte, envuelto en una profunda crisis que se pretende resolver con exámenes y más exámenes, ya sean nacionales o extranjeros, o la adquisición de equipos que por falta de uso en poco tiempo se vuelven obsoletos dada la escasa capacitación de los profesores, se ha olvidado que ya no es una alternativa real para el desarrollo social, familiar o personal, como desde 1986 lo muestran las estadísticas cuando señalaba la STPS, que aún quienes estudiaban en las modalidades bivalentes de la educación técnica, “solo el 10% se integra al mercado de trabajo”, según lo cita en un estudio Ignacio Llamas. La crisis es profunda y no se conocen medidas de fondo

Entre las cosas graves que suceden, una es que la población se está acostumbrando a vivir en la violencia y a perder la “capacidad de asombro”, lo que era extraordinario se vuelve rutina y hasta a los niños de preescolar se les adiestra a cómo reaccionar en caso de balaceras, una nueva generación que se le ha denominado como “bang bang”. Decía un destacado economista que (coincidiendo con la instauración del neoliberalismo), hasta 1980, desde el periodo postrevolucionario, las nuevas generaciones lograban un nivel de vida superior al de sus padres, hecho que no se presenta en las generaciones posteriores.

Como reacción ante el aumento de los índices de criminalidad, como robos, secuestros,  extorsiones o crímenes entre los diferentes bandos y las fuerzas públicas, distintas han sido las respuestas de la población; unos, los que pueden, presionados han optado por irse a vivir al extranjero, otros se han visto obligados al cambio de sus rutinas, llegando al colmo del absurdo al aplaudir la muerte de los presuntos delincuentes, aun en el caso de que sean menores de edad o personas provenientes de otros lugares ya sean del país o del extranjero.

Mientras las instituciones ven la oportunidad de hacerse un riguroso examen de conciencia, importante es tener presente que quien nada a dado no cuenta con la autoridad moral para exigir, como viene a ser el caso de niños y jóvenes que nacieron, y se han formado, en la violencia, práctica constante en una familia que finalmente termina desintegrada, que como dicen “yo no pedí venir a este mundo” y que no cuentan con referentes que le permitan forjar una personalidad equilibrada, ni en su casa y cada vez menos en la escuela.

La sociedad actual está demostrando que carece de modelos, de casos ejemplares y positivos que permitan forjarse una identidad y metas para bien de la sociedad, lo cual permite que esos modelos niños y jóvenes los busquen con quienes conviven, en las mismas áreas de acción de los grupos delictivos, como sucede con los jóvenes de determinadas secundarias nocturnas que se identifican como “halcones”, usan una gorra como las de beisbol que al frente trae la figura de esa ave, como su logotipo, lo cual les permite ser “respetados” por sus compañeros de clase.

Niños y jóvenes, escuchan, ven y conviven (con la anuencia y hasta presencia de sus padres existan o no) con diferentes tipos de violencia, ambiente en el que se forman, muy distinto a como sucedía a principios de los ochenta, cuando su formación se “encomendaba” a Gilberto Marcos con su noticiero, que para nada tenía la nota roja que hoy les caracteriza; al niño se le prendía la “tele” mientras los padres se arreglaban para ir al trabajo en un horario, a primera hora de la mañana, que al poco tiempo, los niños, fueron considerados como importante nicho de mercado abriendo una barra matutina de programas infantiles.

Hoy las cosas son diferentes, graves, pero ni ello ha mermado el ingenio del mexicano que siempre ha buscado burlarse de la muerte, como dicen que sucedió el pasado 2 de febrero, “Día de la Candelaria”, cuando la abuela ve cómo el nieto, pequeño de cuatro años, llega con sus juguetes, se acomoda al lado del Nacimiento y empieza a desplegar sus soldaditos alrededor. Al preguntarle lo que estaba haciendo y por qué, el niño dice: “me dijeron que le iban a dar un levantón”.

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