COTIDIANAS
La modernidad y sus bemoles
Margarita Hernández
allas, Texas.- Con todo y mi edad, soy de aquellos individuos que celebra todo lo que la modernidad nos ofrece. Escribo por correo electrónico, texteo cual experta en mi ya viejo iPhone; casi me acerco a la desorbitada cifra de 100 amigos en el mentado Facebook, aunque haya varios que no conozco pero que me recomendó mi marido. Bueno, y ahora ¡hasta tengo dos blogs!
Me maravilla la rauda velocidad con que es posible la comunicación con la gente propia y ajena. A veces me parece un poco superflua pero, sin duda, como diríamos en mi tierra, este acelere es cosa ya inevitable y del Primer Mundo. Con todo y por eso, hay que abordar el tren o nos quedamos atrás. Lo bueno es que los hijos de uno parece que nacieron con el gen del entendimiento total de todos estos dispositivos y en un santiamén lo ponen a uno al día.
Y sin embargo, y sin embargo…
Escribo ese “sin embargo” con un dejo de tristeza porque a mi hija Valentina y a su amiga Mariana (ambas de 13 años) les regalé de Navidad un paquete de notas con su nombre y apellido impresos.
Rechulos los dos paquetes y a ambas les escribí una cartita en una tarjeta con mi inicial impresa. Les dije que mucho antes de la Internet, del correo electrónico, del texteo y del Facebook las personas nos comunicábamos por medio de lo que ahora su generación llama correo caracol (aparte de la lentitud, por aquello de que rima en inglés: snail mail). Les dije que para mí, que siempre andaba o en México o en Estados Unidos, el llegar a casa para ver qué había dejado el cartero era una ceremonia gozosa, y luego de desconsuelo si no llegaba nada a nombre de uno.
Sin duda lo rico de esta ceremonia residía en responder al amigo o al familiar que te envió una carta o una postal con un breve mensaje al reverso; sacar tu papel de correspondencia bonito, tu bolígrafo favorito y escribir varias hojas con tu letra más esmerada mientras te tomabas un café y el cenicero se llenaba con las bachas de tu cigarrillo y con tu nostalgia. Les sugerí a las chavitas que ojalá yo recibiera una cartita de cada una.
Al contarles esto me di cuenta de cuánto extraño recibir correspondencia por correo postal. Por unos días pensé y repensé en no seguir huérfana de cartas y postales y que les volvería a escribir a los amigos de siempre.
Claro, qué güeva con el Feis tan a la mano.
Y sin embargo…