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1365 19 Julio 2013

 

¿Algo hicieron?
Cordelia Rizzo

Ciudad de México.- Hace unos días, nos preguntábamos varios habitantes de la América hispana que asistimos a un coloquio en Durham (Reino Unido), por qué en unas jornadas sobre la ruptura del tejido social y la violencia en nuestros países, habíamos hablado tan poco de los Estados Unidos.

Las respuestas giraron en torno a lo implícito y fácil que es polarizar una discusión, cuando se pone el tema en la mesa. Por ende, es poco conducente  enfocarnos en analizar lo que como latinoamericanos sí podemos hacer. Parece que el gigante con botas de siete leguas, como lo describió José Martí, es una sombra demasiado grande.

Con esto en mente, el acercamiento al tema Trayvon Martin debería ser natural: es un asesinato, una pérdida, la violación de la dignidad humana. La defensa del asesino Zimmerman, fue alegar que sentía que su vida estaba amenazada por el chico de 17 años, pero la evidencia fue probando la gratuidad del asesinato y el estigma que sigue recayendo sobre la población afroamericana en Estados Unidos.

Esos Estados Unidos con presidente negro.

Vuelven a la superficie una cadena de recuerdos que reiteran que después de la constancia de las luchas del movimiento por los derechos civiles, impulsado por figuras como Martin Luther King Jr. y Malcolm X, el racismo sigue siendo una cosa del hoy. La claridad de Dr. Cornel West, teólogo e intelectual público y duro crítico de Obama, nos refiere que lo negro sigue estando asociado a la marginalidad y a la pobreza.

Nosotros en América Latina tenemos nuestra propia herencia negra, y en los países donde los descendientes de África son menos, como México, lo olvidamos fácilmente. Pero el punto aquí va más allá de un asunto de pausada revisión histórica y étnica. La guerra contra las drogas en México ha tenido como principales focos de ataque a la población joven y marginada socialmente; así como Estados Unidos, la marginación social no deja de ser un asunto de raza. Los cholos que suscitan sospecha de ser parte del crimen organizado, en el imaginario social son mestizos, de pieles más oscuras que las de los criollos.

En Estados Unidos, la cruzada contra las drogas ha dejado como saldo un estigma institucionalizado hacia las comunidades negras y latinas de distintas partes del país. Las cárceles están llenas de narcomenudistas y lugartenientes que pertenecen a estas comunidades. Esta lucha ha terminado por vulnerar más a poblaciones históricamente marginadas y no se ve el momento en el que esto finalice. Les ha roto los tejidos sociales a ellos, mientras que los ‘blancos’ de la elite se yerguen como defensores de la buena moral y costumbres.

El vistazo que nos dieron a esta realidad series de TV como The Corner, The Wire, y el documental The House I Live In, es contundente. Las partes vulnerables de los consorcios que manejan el tráfico y venta de droga en Estados Unidos, son muchas comunidades afroamericanas.

Los muertos de la guerra están a lo largo del continente americano, de México hacia el sur. Las comunidades de latinos en Estados Unidos también albergan criminales y padecen el estigma: el prejuicio es un mecanismo de defensa más. Es humano, evidentemente. Pero tenemos un récord de lo ineficaz que es como barómetro del miedo.

Mi país es un ejemplo de cómo no podemos soslayar nuestros instintos, vivimos en un Estado fallido. Ese famoso ‘gut feeling’ al que apelan tantos políticos conservadores y xenófobos en Estados Unidos, paradójicamente, es nuestro último recurso para movernos en este mundo al revés. Repito, último. Pero aún ese ‘gut feeling’ es susceptible de ser educado y de tener una conciencia histórica. También puede ser harto imbécil y eso, también se nos olvida.

La criminalización de Andrés y Toño en Guadalajara, al promover la idea de que “algo hicieron” para haber sido torturados y asesinados de esa forma tan brutal a finales de junio, es un ejemplo de cómo el estigmatizar a las víctimas busca confundir a una sociedad sobre el nivel de injusticia e impunidad consuetudinaria existente.

Mientras que no se retome una discusión seria sobre los estigmas que cómodamente operan como indicadores de peligro y criminalidad en ambos lados del Río Bravo, seguirá este círculo vicioso. Martí bien decía que no hay odio de razas, porque no hay cosa tal como la ‘raza’. Hay prejuicios sustentados en visiones chatas y parciales sobre la diversidad cultural del continente.

Pero no parece que estemos a la altura del giro lingüístico que dio Martí en “Nuestra América”. No aún.

 

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