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1404 12 Septiembre 2013

 

TRANSICIONES
Ni una cosa ni otra
Víctor Alejandro Espinoza
            
Tijuana.- El pasado lunes 2 de septiembre, el presidente Enrique Peña Nieto presentó su primer informe de gobierno; concretamente,  leyó el mensaje político desde la Residencia Oficial de Los Pinos.

Después de una serie de rumores acerca de la sede y el día, se decidió que sería desde un patio de Los Pinos habilitado con una carpa para hacer frente al clima de la Ciudad de México. Todavía tres días antes se mencionaba que el lugar sería el Campo Marte (campo militar) en Chapultepec. También se decía que el presidente acudiría a la sede del Congreso el domingo 1 a entregar personalmente su informe por escrito.

Así, de manera inaudita, la ceremonia del Informe cambió de día y de lugar. Sin embargo, las transformaciones en el ritual iniciaron tiempo atrás. Un año de quiebre en la ceremonia incontestable del Jefe del Ejecutivo fue 1988; en aquél año aciago, Porfirio Muñoz Ledo, interrumpió una y otra vez el discurso de Miguel de la Madrid. El periodo de Vicente Fox tuvo su momento culminante en 2006 cuando no se le permitió entrar al salón de sesiones del Congreso y tuvo que entregar en el vestíbulo su sexto y último informe.

En 2007 se realizó una reforma al artículo 69 de la Constitución, por medio de la cual se estableció que el presidente ya no tenía la obligación de asistir personalmente al Congreso al inicio del periodo ordinario de sesiones, y su obligación era entregar el informe por escrito. Esto cambios dieron al traste con uno de los rituales que mejor ejemplificaban al sistema presidencialista mexicano: el “Día del Presidente”; ya no volvimos a tener aquellas ceremonias donde los presidentes hablaban por horas ante un Congreso atiborrado de representantes e invitados que se aburrían terriblemente.

Fueron clásicos los monólogos de cinco horas de Luis Echeverría Álvarez o aquel de José López Portillo en 1982 cuando dijo que defendería al peso “como un perro” y se le escaparon unas lágrimas.

Ante esas fastuosas ceremonias donde se le rendía pleitesía al Señor Presidente, se decidió que era mejor cancelarlas. En adelante sólo acudiría a entregar los documentos del informe o lo haría con un propio; como en esta ocasión en la que acudió el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong. Y de manera paralela, los presidentes decidieron hacer su ceremonia ya sin incómodos opositores que los pudieran interrumpir con sus gritos. De ahora en adelante, puros aplausos, que para eso se reservarían el derecho de admisión.

Creo que nos fuimos al otro extremo. Los ejecutivos deberían tener la obligación de presentarnos un informe por escrito y debatir el Estado de la Nación, como se hace en otras latitudes. Por ejemplo, en España donde mediante transmisión nacional, el jefe del Ejecutivo se presenta ante el Congreso y recibe toda suerte de preguntas, cuestionamientos o alabanzas por parte de los representantes populares.

Acude con todo el gabinete y sus asesores que le proporcionan datos al momento, indispensables para responder los cuestionamientos o para apuntalar sus alegatos. Se trata de un evento sumamente útil que informa realmente del estado que guarda la Administración Pública.

Se debe regresar a un esquema donde realmente los ciudadanos sepamos lo que está ocurriendo. Uno se queda con la impresión de que el mensaje presidencial sólo tiene el objetivo de presentar una visión parcial de lo que ha sucedido. En este caso particular, de los primeros nueve meses del gobierno de Peña Nieto. El interés se pierde y ya se le ve como un programa comercial.

Muy rápidamente, el diseño de la ceremonia donde se presenta un deslucido mensaje político se agotó. Demasiados aplausos para tan poco contenido. Este acto también debe cambiar, como muchas otras cosas en nuestro país.

Víctor Alejandro Espinoza es investigador de El Colegio de la Frontera  Norte.

victorae@colef.mx
Twitter: @victorespinoza_

 

 

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