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1436 28 Octubre 2013

 

Todos fuimos cómplices
Hugo L. del Río

Monterrey.- Los restos mortales de José Sánchez Carrasco cumplen hoy siete días en el frigorífico de la funeraria Getsemaní, en el puerto sonorense de Guaymas. A los 38 años de edad, Carrasco murió a la entrada del Hospital General de la citada ciudad, donde durante cinco días imploró que le dieran atención médica.

El ahora ex director del nosocomio, doctor Alfredo Cervantes Alcaraz, le negó todo: hasta un vaso de agua. ¿Por qué se puso en ese plan un hombre en teoría dedicado a la más noble de las profesiones? Porque Carrasco no tenía ni un peso. Y si el enfermo carece de dinero, ¿por qué se le van a regalar los servicios médicos y hospitalarios?

José malvivió de la caridad hasta que se rindió su cuerpo, agotado por la desnutrición, deshidratado y con diversos problemas producto de su faena como jornalero. Murió de miseria. Algunos médicos, enfermeras y empleados del llamado centro de salud, le rogaron a Cervantes Alcaraz que admitiera al moribundo. Es obvio que hicieron un esfuerzo muy tibio. Podían denunciarlo, por ejemplo; o meter a güevo al agónico y atenderlo en las instalaciones; presentar un hecho consumado. Pero no. Ellos, también, son cómplices, como los habitantes de Guaymas y en general, los mexicanos todos, porque vemos como cosa natural y de rutina que nuestra gente de muera de hambre y agotamiento al tiempo que la burocracia gasta miles de pesos en un simple desayuno.

El director de la unidad hospitalaria no se dejó convencer. Primero la lana: eso es lo importante. Si el paciente carece de dinero, que se joda. Y sí, se jodió. Sánchez Carrasco era de Chihuahua, al parecer vivía solo. Nadie ha reclamado su cuerpo: quizás porque la agencia de pompas fúnebres cobrará más por su muerte que Cervantes Alcaraz por su vida.

Por la sangre de mi abuelo, que me corre por las venas, la tragedia me emputa, me entristece y me avergüenza, todo al tiempo. Era de Guaymas el padre de mi madre. Qué mancha sobre la pequeña urbe que me fue tan querida. Sonora es uno de los estados más ricos de México, y un hospital general es o debe ser precisamente eso: una unidad donde primero se atiende a Juan y a Pedro y después se pone en claro si pagarán o no.

Manlio Fabio Beltrones, sonorense, dice que “seguimos construyendo el sistema de seguridad social universal”. Y la secretaria de Salud, Mercedes Juan, se declara horrorizada y promete (¿dónde hemos oído eso antes?) una investigación a fondo. Destituyó a Cervantes Alcaraz, como si simplemente se hubiera cometido una falta administrativa. Me pregunto si lo habrá indemnizado. México, cuerno de la abundancia, mata de inanición a sus hijos, yacentes a las puertas de hospitales que les niegan servicio por ser pobres.

Pie de página

Reporte de Michoacán: diez subestaciones de la CFE atacadas con bombas Molotov y descargas de fusilería; cuatro gasolineras incendiadas; tremenda balacera en Apatzingán. Después de siete años de guerra, está claro que las fuerzas armadas no pueden imponerse al narco.

¿Qué sucede cuando el Ejército es incapaz de garantizar el orden?

 

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