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1554 10 Abril 2014

 

Mujer de coroneles
Hugo L. del Río

Monterrey.- María Bonita: quiero ser tu coronel. La Doña no esta muerta: oprimo un botón y la veré cuantas veces se me antoje. Estuve enamorado de ella desde que la vi por primera vez en “El peñón de las ánimas”.

Con sus ojazos oscuros y su voz ronca que impreca y amenaza, promete y acaricia, María es la reina emperatriz de la tierra y el cielo, la montaña y el desierto, la selva y la mar océano. Qué forma de caminar. María tiene razón: el donaire está en el pie y, agrego, en la espalda erguida en desafío. A mí no me dobla nadie, advierte la Doña sin hablar, en cada paso que da, en el giro del cuerpo, igual cuando reza o maldice. Y cuando deja caer la mano en la cadera, enarca la ceja y da un beso o suelta un plomazo, se derrite el Polo Norte.

Aquí está María, la de Sonora, “deteniendo el tráfico con su estampa de hembra triunfante de celo”, escribieron el día de su ausencia física los colegas de Granma, nada frívolos ellos. Alabado sea Nuestro Señor: Él hizo a María para animarnos a soñar con conquistar el mundo –o por lo menos capturar Zacatecas– y ofrecérselo como si fuera un plato de fresas con crema.

María es muchas mujeres. ¿Cuál me gusta más? Todas: la maestra de escuela que deja hecho un cedazo al villano de Carlos López Moctezuma; la española Otero que trae de cabeza al París de la Belle Epoque –hágase a un lado, jefe Jean Gabin–; la feroz y cruel latifundista, santera, además, que desprecia a su hijo, roba tierras, hace morir a los hombres; la mujer de todos, que en realidad sólo fue de uno; la Mesalina insaciable y despectiva; la hembrota brava y retadora, de fusta y revólver que les mienta la madre a los federales cuando se queda sin balas.

Duele cuando la fusilan a orillas del Mediterráneo porque hay que gritar ¡viva la República, muera Franco¡ Me la vuelven a matar cuando huía de Pedro Armendáriz rumbo a ninguna parte porque uno de sus mundos ya había muerto y no quería vivir en el otro. Y en África, con héroes fatigados, qué cosa más atroz: en su muerte se lleva el alma de Yves Montand.

María, mujer macha. No me la puedo imaginar hembra de general: los generales mueren en la cama y los coroneles caen en el campo de batalla. Ella es mujer de coroneles, de muchos coroneles, como los de Hemingway y Jean Lárteguy: coroneles que nunca serán generales porque les da por alzarle el gallo a los generales pendejos. María sabe esto y muchas otras cosas más.

Por eso le da todo al Indio Fernández y, mientras deja caer los pétalos de una rosa sobre el helado de limón, mirándolo a los ojos le dice:”te voy a querer mucho, coronel”. 

hugoldelrioiii@hotmail.com

 

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