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1556 14 Abril 2014

 

Ni ángeles ni demonios, ciudadanos
Claudio Tapia

San Pedro Garza García.- Pensar la democracia es en gran medida pensar el fortalecimiento de la llamada sociedad civil y en las vías para lograrlo. Pero, ¿qué es la Sociedad Civil?

Para fines prácticos retomo, sin rigor textual, la definición propuesta por Habermas: La Sociedad Civil es la esfera cuyo núcleo está constituido por asociaciones voluntarias fuera del Estado y de la Economía. Tales asociaciones son las iglesias, asociaciones culturales, clubes deportivos, la academia, ciudadanos implicados, iniciativas básicas, agrupaciones de género, etnias, y demás asociaciones ocupacionales con fines específicos.  

Conviene aclarar que es importante que el trípode formado por las esferas esté bien balanceado para no irnos de lado. Si el Estado se impone a la Sociedad y al Mercado, el totalitarismo es el resultado. Si el Mercado domina al Estado y a la Sociedad, el capitalismo impera. Si la sociedad se coloca por encima del Estado y el Mercado, la anarquía nos espera. Estado fuerte, Mercado fuerte y Sociedad fuerte, sin que ninguno sea hegemónico respecto a los demás, es el ideal de la modernidad democrática.

Lamentablemente –y al parecer de manera inevitable– el trípode siempre está pandeado, recargado en la sociedad, asfixiándola. Por eso es que hay que fortalecer a la Sociedad Civil, para que recupere sus funciones vitales, se sacuda el peso del Estado y el Mercado, y viva en democracia.

La tarea no es sencilla. Además de la tensa relación que de manera natural se da entre esferas, debemos reconocer que la sociedad civil tiene serios problemas. Los ciudadanos no somos esos probos, limpios y bien intencionados integrantes de una santa sociedad de ángeles. Tendemos a diferenciar, a excluir a los distintos, a los que no comparten nuestra identidad, intereses, creencias o valores.

Entonces, ¿cómo hacerle para fortalecer a una sociedad dispersa, excluyente y diferenciada?   

Una respuesta que intenta resolver la cuestión –considerada uno de los principales problemas de nuestro tiempo– nos la presenta Habermas con su Teoría de la Acción Comunicativa y la Ética Discursiva.

De manera inevitable, nos dice el autor, los ciudadanos, seres racionales,  buscamos el entendimiento vía la argumentación porque todos los afectados formamos parte libre e igualitariamente de una búsqueda cooperativa de la verdad. Para que el debate ético se dé, basta crear el espacio dialógico ideal en el que nadie coaccione a nadie, excepto la fuerza del mejor argumento.   

Validez y verdad se aseguran allí donde los participantes en un discurso dado respetan los requerimientos procedimentales clave del discurso ético: ninguna
parte afectada por lo que se está discutiendo será excluida del discurso (totalidad); todos los participantes tendrán iguales posibilidades para presentar y criticar demandas válidas en el proceso del discurso (autonomía); los participantes deberán desear y ser capaces de mostrar empatía con cada una de las otras demandas válidas (jugar el papel ideal); al existir diferencias de poder entre los participantes deberán neutralizarse todas aquellas diferencias que afecten a la creación del consenso (neutralidad del poder); los participantes deben explicar abiertamente sus propósitos e intenciones y en conexión con esto, desistir de acciones estratégicas (transparencia).

¿Alguien conoce algún espacio donde este ideal se cumpla? ¿Alguno de ustedes puede imaginar que un escenario dialógico semejante puede darse en alguna asamblea de trabajadores, deportistas, artistas, intelectuales, académicos; reuniones de consejos, de consulta ciudadana; o de grupos de ciudadanos interesados en actividades que afectan la vida común? Supongo que no.

Entonces, ¿por qué suscitó tanta alharaca la dispersión que se está dando en el  grupo “Vía Ciudadana”, dadas las diferencias de intereses y posiciones de poder de sus integrantes?

Nos cuesta trabajo admitir que el discurso ético propuesto por Habermas es sólo un ideal, una utopía. No es concebible un concepto de comunicación en el que el poder esté ausente. El poder está siempre presente. Y la libertad que incluye el interés de dominación y el mantenimiento de otros intereses, rige la retórica discursiva y la búsqueda del consenso. Los ciudadanos neutros, puros, sin compromisos, no existen.

Percatarse de esta realidad fue lo que alarmó a los que creían que, al fin, habían surgido los hombres nuevos, los “ciudadanos decentes”.

No nos mintamos creyendo que eso sólo pasa en las reuniones de los endemoniados políticos. Ocurre en todos los actos de convivencia social en los que se dialoga, por una sencilla razón: los hombres –impuros todos– somos más complejos que el zoon politikon de Aristóteles y el homo democraticus de Habermas.

Vía Ciudadana no está integrada por ángeles ni por demonios, la forman ciudadanos con intereses y poder relativos.

Los hombres nuevos, también son mortales.

 

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