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1743 31 Diciembre 2014

 

 

LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Di no a la autoayuda
Edilberto Cervantes Galván

 

Monterrey.- Entre la profusa publicidad que se transmite por la radio, a la mitad del mes de diciembre, me pareció escuchar un mensaje del Instituto del Consumidor que recomendaba que en esta época navideña no se regalaran libros.

Tal recomendación me pareció un tanto fuera de sentido, por muchas razones. Mi hija, que estaba a mi lado, me aclaró: no se refieren a libros en general, sino a libros de autoayuda.

Menos mal, pensé. Pero aunque uno puede estar o no de acuerdo con que los denominados libros de autoayuda no ayudan mucho o nada, a partir de cuáles criterios se puede señalar que no se regalen ese o cualquier tipo de libros. En todo caso, si hubiera razones válidas, habría que ir al fondo del asunto y prohibir la hechura y venta de tal tipo de literatura.

El tema se asocia al de las denuncias y prohibiciones que se han hecho de los llamados “productos milagro”, cuyos canales de comercialización son las farmacias y que se ofertan junto con medicamentos de patente o genéricos.

De igual forma que los productos milagro en las farmacias, los libros de autoayuda se ofertan en las librerías, junto con producción editorial de contenido filosófico, psicológico, sociológico, histórico, etcétera.

¿Cómo distinguir el buen libro del mal libro? Los libros de autoayuda podrían muy bien considerarse libros de ficción. La lectura en general es una forma de recreación, como lo puede ser escuchar música, o ver televisión. Una buena lectura, una buena música o un buen programa de televisión pueden generar algo más que un disfrute sensorial, pueden provocar la reflexión, la meditación.

La idea de censurar libros, así sean los de autoayuda, me parece un riesgo a la libertad de expresión y de elección. En el caso de la prensa y de la televisión, cuando se cuestionan contenidos o temas, ya se ha dicho que el televidente está en libertad de cambiar de canal en cualquier momento, como de apagar el televisor; o bien dejar de leer el periódico o no comprarlo. En el caso de los libros, la decisión de leerlos o no está en la voluntad del posible lector.

Hace tiempo un amigo comentaba que hacia falta un análisis o evaluación de la publicidad comercial. Así como se critican o analizan otro tipo de expresiones, la publicidad misma debiera ser objeto de ponderación. Uno puede elegir un programa de radio o tv o un sitio de internet, y verse asaltado por publicidad no solicitada. Fuera de si el mensaje o el producto son buenos o malos, el usuario está expuesto a los mensajes publicitarios sin advertencia de por medio. Hay que reconocer que en algunos canales de tv por cable ya se advierte al teleauditorio de que está por iniciar una sección o espacio publicitario. En algunos sitios de Internet también se puede suspender la presentación de publicidad, aunque siempre aparece sin ser solicitada. En general, la publicidad se cuela como contenido sorpresa.

Si bien la lógica del mercado obliga a reconocer la “soberanía del consumidor”, son muchos los factores que se presentan y que dificultan una elección libre y racional. De allí que la racionalidad posible del ser humano como consumidor se ve influída o distorsionada de manera deliberada por efectos publicitarios: las necesidades también se crean, dirían los expertos del marketing. Muchas veces acabamos comprando algo que no necesitamos o que no estábamos buscando.

Hay muchos productos cuya utilidad podría ser puesta en duda, o incluso cuyos efectos nocivos han sido demostrados y sobre los cuales no se ejerce ningún veto o prohibición.

En todo caso vale la pena preguntarse: ¿hasta dónde las prohibiciones resultan efectivas para evitar el consumo, el uso o el abuso de productos o servicios? ¿O qué tan efectiva será la recomendación de no regalar libros de autoayuda?

 

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