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1885 17 Julio 2015

 

 

Historia del espía iraní
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Nunca como ahora, EUA ha estado más cerca de convencer a Irán para que renuncie a construir una bomba nuclear.

Nunca como ahora es más oportuno contar la historia que vivió una amiga programadora texana. Esta programadora conoció a Malia Robinson en Austin, Texas, esposa de un criptógrafo de origen iraní, con nacionalidad norteamericana y funcionario de nivel medio de una empresa emisora de certificados SSL, para sitios web. Era un matrimonio de clase media, sin hijos, que vivía en los suburbios de Austin y con una intensa vida social con la comunidad árabe avecindada en la zona. Hasta que una cirrosis inesperada atacó al marido y se vio forzado a pedir licencia por incapacidad en la empresa certificadora donde laboraba. El diagnóstico final lo obligó a ser candidato a un trasplante de hígado.

La propia Malia negoció los trámites para poner a su marido en la lista de espera de donantes en Texas. Tanto lo amaba que asumió la desventura de su conyugue como si estuviera en riesgo su propia vida. La comunidad árabe la acompañó día y noche, en el hospital y en su casa. Y si bien la Red de Trasplante de Órganos de Estados Unidos privilegia a los afectados por cirrosis por encima de otros pacientes con igual urgencia de trasplante, el peligro de no encontrar donante seguía latente.

Malia, que también es programadora, bromeó con mi amiga diciendo que hackearía la web: optn.transplant.hrsa.gov para mejorar la posición de su marido en la lista de espera y así saltarse la larga cola. Los receptores de hígado se eligen de acuerdo con su puntuación en la escala “Modelo de Enfermedad Hepática Terminal” (MELD) que determina la urgencia con que el paciente necesita el trasplante a partir de su nivel de hormonas. Haciendo cálculos optimistas, el esposo de Malia recibiría el hígado en no menos de siete meses.

Pero Malia no tuvo paciencia. Un buen día hizo las maletas y se esfumó de su casa, dejando a su marido casi agónico. Nadie supo más de ella y la comunidad árabe la condenó, con justa razón, por su cobardía. Mi amiga programadora, en cambio, intentó dar con su paradero, aunque sin éxito. Hasta que un fin de semana se la topó en una tienda de marca de La Cantera de San Antonio.

Malia primero la evadió pero luego le dio una explicación entre sollozos. “No huí de mi marido por flaqueza de carácter, sino al revés. Por una sospecha bien fundada estuve hackeando varias semana la Mac de mi esposo”.

¿Descubrió una infidelidad? Peor que eso: lo que halló no fue la evidencia de un adulterio sino un intento por vender al gobierno iraní los certificados SSL para sitios web de disidentes y opositores al régimen iraní, quienes cautos de no registrarse en sitios web iraníes, lo hacen con compañías occidentales, pensando que aquí sí salvarían su privacidad.

Su marido había puesto en riesgo la vida física de estos valientes y no merecía seguir a su lado. Por eso lo abandonó. No tenía cara para seguir con él. Malia le rogó a mi amiga que no le contara a nadie sobre su casual encuentro. No volvió a verla jamás.

Meses más tarde mi amiga se enteró de la verdad. O de lo que pudo ser la otra cara de la verdad. Para el esposo de Malia el esperado trasplante de hígado se volvía eterno, pero el plazo finalmente se cumplió. El trasplante fue un éxito y mi amiga fue a pedirle una explicación sobre aquellas confesiones que le hizo Malia en La Cantera.

“¿Qué? “ se exaltó el esposo de Malia: “¿Vender la base de datos de disidentes iraníes que almacena mi empresa certificadora al gobierno de ese país? Es ridículo: todos los funcionarios de la compañía pasamos por estrictas medidas de confianza. Si esta información se llega a convertir en un producto vendible en el mercado negro es porque fue hackeada por un programador criminal. No hay otra manera de comerciar con ella. Además, como medida de protección, las únicas bases de datos verdaderas están en los servidores maestros; las que se archivan en las Mac de los empleados son falsas, hecha para despistar a los enemigos”.

¿Fue Malia quien hackeó entonces la cuenta de su esposo aprovechando su agonía y confiada en que no alcanzaría el tiempo para ser receptor del hígado donado? ¿Se puso de acuerdo con algún miembro de la comunidad iraní de Texas para vender esa información en el mercado negro global? ¿Mentiría el esposo de Malia para no ser descubierto en su transacción ilícita? ¿Y si más bien una parte de la historia de Malia fuera falsa, sólo para encubrir al verdadero culpable? Decía bien el malogrado novelista mexicano Daniel Sada: “porque parece mentira, la verdad nunca se sabe”.

 

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