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2001 28 Diciembre 2015

 

 

Malova, Moreno y Cué
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Los gobernadores de Sinaloa, Puebla y Oaxaca llegaron en 2010 a los cargos que detentan gracias a la alianza electoral que sostuvieron, entre otros partidos, el PAN y el PRD.

Una alianza que en aquel momento aplaudieron los más pragmáticos mientras los principistas e ideológicos la calificaron de intentar revolver el agua con el aceite.

Los tres ejecutivos llegan al último año de su gobierno con más pasivos que activos, dejarán sus estados con un mal sabor de boca de estos gobiernos autonombrados del “cambio”.

No lograron distinguirse de lo que criticaron en su afán de alcanzar el poder y lo más curioso, es que los partidos que los llevaron al cargo, quieren evitar que el riego de agua sucia no los alcance, y peor aún están buscando reeditar la experiencia coalicional  sin antes hacer el obligado balance del desempeño de sus gobernantes.

¿Qué falló?
Hay una falla general en el sistema de partidos que viene del resorte pragmático que los activa –matizando, unos más que otros–, y los programas de gobierno pasan a segundo plano, se vuelven documentos irrelevantes, dignos de los  archivos de gobierno, que a lo sumo sirven para adoctrinar a los que llegan por primera vez a las puertas de los partidos sin qué sean parte de las políticas públicas.

Y es que los dirigentes partidistas, en su afán de alcanzar triunfos electorales, sólo piensan en la rentabilidad política. No se detienen un momento a pensar que los nuevos ungidos candidatos y luego gobernantes deben expresar la singularidad de la diferencia partidaria. Vamos, lograr a través de buenas políticas la lealtad de los electores.

Mario López Valdez, el gobernador sinaloense, estableció bien los límites que separan a este tipo de gobernantes y los partidos que los transforman en gobernantes. Los partidos, dijo, en los primeros días de su gobierno ya ganaron alcaldías, curules, mejores presupuestos gracias al criterio de votos-dinero y hasta algunas de sus personalidades ocupan cargos en mi administración; ahora al gobernador le queda formar gabinete –y, para los suspicaces quizá le faltó decir, hacer los negocios privados con dinero público.
Pero esto no significa una coalición de gobierno, sino en el mejor de los casos una coalición de intereses personales, fácticos, sin una necesaria conexión privilegiada con los asuntos de la sociedad.

Esta suma de intereses oscila entre su ambición personal y la de los grupos que lo llevaron al poder. Y esa matriz de intereses ha sido perniciosa para las sociedades que gobiernan Malova, Moreno y Cué.

Malova, quien después de romper con el PRI, llega al gobierno de Sinaloa con un gran capital político y lo dilapida rápidamente, en el momento en que integró su gabinete con base a una mezcla de cuates y cuotas; inversiones públicas y negocios privados, que han elevado la deuda pública de largo plazo, de 3 mil millones, hasta 15 mil 146 millones de pesos, además de comprometer una parte de las participaciones federales futuras que ahogaran la gestión de los siguientes gobiernos.

Rafael Moreno Valle, panista de nuevo cuño, llega al gobierno del estado gracias a una coalición entre blanquiazules y amarillos; ha hecho de Puebla un escenario de espionaje, persecución y encarcelamiento de todo aquel que no esté en sintonía con su gestión. Para él no vale que hayan sido aliados electorales ni que sean miembros de su partido. Agarra parejo. Aspira insensatamente ser el candidato de su partido a la Presidencia de la República y para ello es uno de los gobiernos menos trasparente en materia de manejo y destino de recursos públicos. La deuda del estado supera los 34 mil millones de pesos.

Gabino Cué, miembro del Partido Movimiento Ciudadano, alcanza el gobierno de Oaxaca como una esperanza luego de que sus ciudadanos habían sufrido el despotismo de Ulises Ruiz; sin embargo, al terminar de sus primeros cinco años de gobierno, el balance no parece favorecerle. Sus críticos lo acusan de enriquecimiento inexplicable, opacidad y represión, además de dejar a Oaxaca más pobre, insegura y con uno de los más bajos niveles educativos.
Entonces, los gobiernos del “cambio” resultaron una desilusión para millones de ciudadanos, pues al ejercer el poder sin contrapesos programáticos ni políticos, quedaron sueltos y administraron lo público para sus intereses y lealtades, de manera que incurrieron en excesos y frivolidades que dejan pésimas cuentas para la mayoría de sus gobernados.

Hay, definitivamente, un déficit de  gobierno en ellos y lo más grave es que los partidos que los llevaron al poder no sólo no les piden cuentas sino pretenden, como sin las cuentas fueran buenas, reeditar la dosis 2016 postulando candidatos comunes en estados y municipios del país.

No es que los otros partidos estén mejor, sino que lo que se presenta como alternativo, es exactamente lo mismo, lo cual es un contrasentido y muestra que los mexicanos nos encontramos en un callejón sin salida ante partidos que cada vez reciben más dinero y es más bajo su rendimiento institucional.

En las reformas constitucionales y electorales de 2013, recordemos se incorporó la figura de los gobiernos de coalición, una disposición de avanzada que técnicamente da dirección a las coaliciones e impide que los gobernantes hagan lo que se les antoje, con la complicidad muchas veces de los legislativos locales.

Hasta ahora, ningún partido ha dicho que lo vaya a poner como condición para integrarse en una coalición electoral y eso da qué pensar; permite especular que el rol de las elites partidarias terminará imponiéndose, para garantizar la continuidad de intereses personales o de grupo.

Pero, claro, para que eso suceda primero tienen que ganar la elección y eso está por verse.

 
Una franja del electorado se ha vuelto duro con los gobiernos ineficientes y los partidos que le apuestan al olvido.

 

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