Reflexión sobre la muerte
Eloy Garza González

Monterrey.- Hay un texto relativamente olvidado, que es una de las cumbres de la literatura española. Su autoría se atribuye a Rodrigo de Cota y se titula “Diálogo entre el Amor y un Viejo”. Escrito en octosílabos, la trama es simple: un anciano es seducido por el amor, al que le rehuye porque en las postrimerías de la vida, el enamoramiento es una quimera, un sueño absurdo.

El viejo marchito es reconvenido por el a le para que reviva los deleites de su juventud. Cuando al fin se convence que aún puede disfrutar los placeres de sus años mozos, el amor se burla del anciano y  le destruye sus ilusiones vanas.

Tengo la sospecha de que, más que con el amor, el viejo del texto de Rodrigo de Cota está hablando con la muerte. Por eso se burla contra el anciano cuando éste intenta volver a vivir las emociones de su juventud. Es la muerte, no el amor, quien se mofa de nosotros. La muerte es no sólo el anulador de los placeres sino el verdugo de toda posibilidad. La muerte nos cancela lo posible.

Esta opinión me remite a otro texto aún más antiguo que el “Diálogo entre el Amor y un Viejo”. Se trata de "Diálogos con los muertos" de Luciano, el escritor sirio, considerado uno de los primeros humoristas de la literatura.

Cuando Caronte, el barquero de la muerte, le ordena que suba a la barca, Luciano busca todas las típicas excusas para quedarse en tierra (es decir, en la vida) y no treparse a la embarcación, pero no encuentra ninguna que se le adapte: no tiene una casa que terminar, ni hijos que cuidar, ni enemigos de quién querer vengarse. Nunca hizo nada que no deseara hacer y sus familiares vivían con bien.

Reparando en ese pasaje, me doy cuenta de que a mí me pasa lo mismo que a Luciano. Sin embargo, yo no le pensaría dos veces en salir corriendo de Caronte porque instalado cómodamente en la vida, me la paso a toda madre. La muerte no me seduce nada ni siquiera como curiosidad filosófica.