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2146 18 Julio 2016

 

 

El maestro en tiempos de cólera
Ismael Vidales Delgado

 

Monterrey.- No me refiero a la preciosa novela –realismo mágico– del Nobel de la Literatura 1982, Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera (1985): me refiero al odio patológico que en los tiempos recientes, desde la irrupción de la pedagogía empresarial en la educación, ha venido fabricando el Estado y los medios electrónicos e impresos más poderosos, en contra del magisterio de la educación pública.

Este alud de piedras y lodo desembocó incontenible sobre los maestros, con el nombre de Reforma Educativa.

La pregunta es: ¿por qué sobre los maestros, los que, como dijera Freud en su obra Análisis terminable e interminable (1937) ejercen una de las profesiones imposibles: “enseñar”?

Tengo otra pregunta: ¿por qué esta campaña de desprestigio, criminalización, amenazas y desprecio? Se pregona a los cuatro vientos en los foros mundiales la práctica de los derechos humanos, la tolerancia, el respeto a la diversidad, etc etc., y no es posible entender que los maestros tienen derecho a ser maestros, que eligieron la profesión que lleva como premisas:

1) desatender a los hijos propios para atender a los de los demás; y

2) empeñarse en hacer que la educación siga conservando su categoría de “derecho humano” y no de mercadería que se vende y se compra en el mercado de los potentados.

A estas alturas del partido uno se pregunta, ¿dónde estuvo el error, por qué fracasamos como maestros, qué clase de legisladores, gobernantes, y empresarios formamos? Como en la fábula de Tolstoi, el hijo encumbrado daba de comer a su padre en la palangana del cerdo porque le desagradaba que hiciera ruido con la boca a falta de sus dientes; así, es ahora, nuestros hijos formados y ahora encumbrados quieren que vivamos de las miserias que nos arrojan, que nos estemos quietos, que no hagamos ruido, que no ensuciemos las calles, porque interrumpimos su ascenso. Qué bien les va el dicho “No todo el que trae levita, es persona principal”.

En verdad, ser maestro, es una profesión muy difícil, haga la prueba de cuidar, enseñar y formar a cuarenta niños encerrados en una aula móvil con estas temperaturas, sin agua ni sanitarios y verá de qué le estoy hablando.

La materia prima con la que trabaja el maestro es el ser humano, pequeño ahora, buen ciudadano si nos dejan hacer nuestro trabajo;  criminal organizado o no, encapuchado o con cuello blanco, si nos “encapsulan” ahora.

Entiendan los que hoy amenazan al magisterio, están apostando por una sociedad vacía, sin futuro, que como película apocalíptica y distópica, se volverá contra ustedes, los que hoy escatiman migajas, mañana no les alcanzará toda su fortuna para salvarse del lodazal que les asfixiará, porque como en los versos de Martin Niemöller “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista/ Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío/ Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista/ Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante/ Luego vinieron por mí, pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.”

Señores encumbrados, no olviden el refrán “Pelado que se ha encumbrado, seguirá siendo pelado”. Invertir en la educación y sus maestros es lo mejor que puede hacer esta sociedad decadente que se deshace en el día a día, la solución a toda esta galopante descomposición del tejido social encarnada en la corrupción y la impunidad, es la educación.

Así como se han propuesto seleccionar maestros “idóneos” para los grupos escolares, hagan lo mismo con los Secretarios y altos funcionarios de la educación.

Hace muchos años, conocí una marranera en La Piedad, Michoacán; el dueño estaba orgulloso de tener los mejores cerdos de exportación, porque seleccionaba personal “idóneo” para que cuidara sus marranos… Salvo muy contadas excepciones, los Secretarios de Educación nacionales y estatales y su séquito de colaboradores no han documentado ser “idóneos” para el cargo. Pregunto: ¿son más importantes los marranos que los niños?


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