La Quincena No. 46
Agosto de 2007
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Las mujeres trabajan más

Lídice Ramos Ruiz*

Desde hace una década, la abogada italiana Lía Cigorini, fundadora con otras feministas de la Librería de las Mujeres de Milán, advertía la necesidad de repensar la organización social del trabajo por el aumento sostenido del empleo femenino, cambio central de las sociedades del siglo XX en adelante.

Las mujeres han entrado a todos los sectores del mercado laboral y, en particular, dada su mayor escolaridad, en los de evolución sostenida y rápida, en aquellas ramas donde las nuevas tecnologías (NTIC) han sentado sus bases: el sector servicios, donde la fuerza física no es condición tan importante, pero sí lo es el uso de la inteligencia, las capacidades de comunicación, la atención y pulcritud. Saberes y cualidades preciosas en el nuevo modo de producción dominado por las NTIC, que no siempre aparecen en los textos de economía o de sociología laboral. Así como tampoco están en ellos, el gusto por el trabajo bien hecho, el interés por no dejar trabajos a medias o la relación que dichas competencias tienen con el trabajo no pagado en casa.

Con estos y otros antecedentes, la Comisión para el Desarrollo de América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL), celebró del 6 al 9 de agosto del presente año, en Quito, Ecuador, la X Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y del Caribe. Los temas pilares fueron: el trabajo no remunerado que ejecutan las mujeres y los esfuerzos de paridad política de éstas en los países de la región. Para ello, las y los funcionarios adscritos a la Unidad de Mujer y desarrollo de la CEPAL , con Sonia Montaño a la cabeza, prepararon el documento resultante de tres años de consultas denominado: El aporte de las mujeres a la igualdad de América latina y del Caribe. Dentro del mismo, se evidencian los escasos progresos parlamentarios y presidenciales en la región dentro de los últimos veinte años, los altibajos en las representaciones parlamentarias, en el surgimiento de liderazgos femeninos y los esfuerzos al interior de los partidos por la paridad; esfuerzo como el que se dio con éxito quince días después de la conferencia en el Partido de la Revolución Democrática de México. En fin, las brechas continúan a pesar de las políticas afirmativas de las cuotas, el ejercicio de la política sigue siendo discriminatorio hacia las mujeres.

El capítulo II encierra el particular interés de este ensayo: la contribución de las mujeres a la economía y a la protección social, así como su relación con el trabajo no remunerado. Desde este organismo regional se cita con toda claridad cómo en la zona de América Latina y del Caribe los ingresos monetarios de las mujeres en su conjunto, por igual trabajo, son sólo el 70% de lo que reciben los hombres. Y además de este “impuesto” social, existe un aporte “reproductivo” no remunerado en el hogar; aporte que mitiga la pobreza al cuidar a los niños, a los ancianos, a los discapacitados y a los demás adultos, ya que ahorra gastos en salud, educación y afecto. Los costos de la reproducción de la fuerza de trabajo no pueden ser cubiertos con los bajos salarios, si estas actividades fueran compradas en el mercado, y los estados tampoco logran cubrir con sus políticas públicas el mantenimiento de grandes capas de la población. Para lograr que sobrevivan las familias, en los tiempos actuales, las mujeres deben adoptar su tiempo a dobles o triples jornadas, unas mal pagadas, otras sin pago y sin reconocimiento social.

Desde los estudios de la economía feminista se viene visualizando el trabajo femenino, tanto a partir de la vertiente del trabajo no remunerado como del remunerado. Dentro del primero, midiendo cómo se “usa el tiempo”, y en particular, medir el trabajo no remunerado desde cuatro escenarios: las contribuciones a la subsistencia, a lo doméstico o mantenimiento del hogar, al cuidado de los miembros de la familia y al voluntariado o servicio a la comunidad. Desde el trabajo pagado, se tiene más claro que la inserción de las mujeres en los mercados, en las últimas décadas de crisis económica, se produce en condiciones de precariedad, inestabilidad, bajos salarios con ayudas sociales inexistentes.

A pesar de los márgenes de instrucción que han conseguido las mujeres de la región, dado que su tasa de asistencia escolar es más alta que la de los varones, ellas ingresan al mundo laboral/público con muchas desventajas, y los hombres acceden muy poco al mundo privado. Y aunque pareciera que paulatinamente se revierte la tendencia, al examinar el mercado laboral, uno se encuentra que está segmentado horizontalmente, lo que significa una concentración de ellas en ocupaciones típicamente femeninas. De la misma manera, al interior del mercado, la segmentación vertical obliga a que las mujeres estén concentradas en los puestos de menor jerarquía, en ocupaciones típicamente masculinas. Un ejemplo de ello lo revisamos en días pasados en un periódico de la localidad que desplegaba con grandes letras: “Las mujeres trabajan en la construcción del metro”, sí, de recogedoras de los desperdicios, en las labores de limpieza.

Si a ello agregamos que las pautas culturales asignan al trabajo femenino un rol complementario del masculino, las jefas de hogar viven con una serie de conflictos para su desarrollo personal y profesional. Por más que contribuyan al despegue de los hogares, el poder social hace que recaiga en el varón la toma de decisiones y además que los empleadores desarrollen una serie de prejuicios en relación a los alegatos de ellas. Ante esta situación, celebramos que la CEPAL haya desarrollado su estudio para hacer visibles las desigualdades de género, a través de la presentación de cifras del uso del tiempo y plantear la medición y valorización económica del trabajo no pagado en los hogares. Esto coloca en el debate metodológico y conceptual el peso y las implicaciones nacionales y regionales del trabajo de las mujeres, enuncia la contribución al bienestar familiar y social, así como la necesidad de buscar formas de contabilidad nacional que lo integren al desarrollo de las economías de los pueblos.

La “economía del cuidado” comienza a medirse en América Latina y el Caribe con cifras muy incipientes: las mujeres trabajan entre 60 y 90 horas por semana en esta rama. Ellas dedican el 70% de su tiempo al trabajo no remunerado, contra un 30% de los varones. Son 90% responsables de las tareas del hogar y, generalmente, son las más pobres y las más jóvenes, con hijos pequeños, las que deben dedicar más tiempo al trabajo no remunerado. Además, estudios en las zonas urbanas de países de esta región muestran que, de acuerdo a las declaraciones censales, una de cada cuatro mujeres tiene como principal actividad el trabajo doméstico no remunerado, contra uno de cada doscientos hombres. Disparidad abismal entre géneros y en ningún momento con visos de revertirse.

No todos los países de la región tienen encuestas sobre el uso del tiempo de las mujeres, pero se avanza en ello, es uno de los desafíos, como otros son: alcanzar la democracia en casa, que el Estado visibilice y reconozca el aporte económico de la “economía del cuidado”, que la igualdad de oportunidades como política pública implemente acciones de capacitación y formación profesional de las mujeres, que los empleadores den trabajos justos.

No hay que olvidar que los hombres asumen, algunas veces, las responsabilidades del trabajo doméstico al culminar su etapa en el mercado laboral/público, a edades ya avanzadas. Las mujeres, a la inversa, tienen la responsabilidad de casa y las tareas en ella, en su mejor edad para la actividad laboral/pública.

* Profesora normalista y economista.