La Quincena No. 47
Septiembre de 2007
contacto@laquincena.info


Director:
Luis Lauro Garza

Subdirector:
Mario Valencia

Mesa de Redaccion:
Tania Acedo, Luis Valdez

Asesor de la Direccion:
Gilberto Trejo

Relaciones Institucionales:
Abraham Nuncio

Coordinador de Cultura:
Adolfo Torres

Comunicación e Imagen:
Irgla Guzmán

Asesor Legal:
Luis Frías Teneyuque

Diseño:
Rogelio Ojeda

Fotografía:
Erick Estrada y Rogelio Ojeda

Ilustraciones
:
Chava

Distribución:
Carlos Ramírez

Internet:

Ciudad escarlata

Luis Lauro Garza

En los setentas Monterrey conoció sus límites: se cerraba el ciclo del desarrollo estabilizador, de la pujanza industrial, de la paridad fija con el dólar, de la inflación mínima, de la movilidad social. Se abría un periodo de crisis, y su expresión más evidente lo representó la merma salarial, la lucha por el pan y el vino, la certeza de un terreno. Quedaban atrás las conquistas previas, las que garantizaban un trabajo seguro, con prestaciones suficientes como para jubilarse con dignidad, contar con casa propia, y ahorros para cubrir otras necesidades, amén de haber proporcionado a sus hijos una carrera universitaria.

Aparte de la crisis y del fin de una etapa, la de los setentas fue una década plagada de movimientos sociales, sindicales y universitarios. Los conflictos en la UANL, que movilizaban tanto a maestros y trabajadores, como a estudiantes y autoridades; la reivindicación del salario, la revisión o violación del contrato en cualquiera de las secciones de metalúrgicos (Peñoles, Asarco, Fundidora o Aceros Planos), telefonistas, maestros normalistas, empresas que vivieron conflictos emblemáticos como Medalla de Oro y Cristalería, y la demanda permanente de terreno y dotación de servicios del Frente Popular Tierra y Libertad, proveían la suficiente enjundia para salir a la calle a perifonear, hacer pintas alusivas, manifestarse en la empresa, o transitar por las calles del centro de la ciudad hasta culminar frente al Palacio de Gobierno (previo al urbanismo macroplacero) con el reclamo directo.

Muchos fueron los segmentos de estos movimientos que se foguearon como experimentados militantes de sus organizaciones. Aunque su perímetro de acción se circunscribía en principio a su centro de trabajo, estudio o colonia, las redes establecidas determinaban casi en automático el afán solidario. Era cuestión de pedir ayuda, para que ésta procediera según fuera el caso: la sección 67 de Fundidora cooperaba con un día de salario de sus agremiados, el Stuanl pagaba el desplegado, los estudiantes boteaban, elaboraban la manta, o el volante mimiografiado, y Tierra y Libertad aseguraba la notoriedad de la marcha o el plantón con la presencia de sus aguerridas masas.

Es cierto que justo al final de la década vendría un clima represivo que modificó la correlación de fuerzas en la entidad, y que los aires democratizadores se redujeron a su mínima expresión en casi todas las organizaciones descritas; incluso algunas de ellas desaparecieron literalmente, como sería el caso de Fundidora o Peñoles. Pero la represión gubernamental explica sólo en parte el porqué esta experiencia militante no rebasó su entorno particular.

Más allá del clima adverso, manifiesto en el ejercicio de poder del gobernante con talante represivo; o en aquel quien, por su pericia limitada, lo rebasen los acontecimientos de un conflicto de coyuntura; o en quien, sin deberla ni temerla, se tiene que enfrentar a los efectos nocivos y desarticulantes de una crisis económica; o peor aún, en quien se ve obligado a hacerla de policía, en una lucha desigual, soterrada, e ilegal, como sería el caso de los gobernadores que afrontan la lucha guerrillera; más allá de todo eso, la resistencia y la militancia se han topado con dos limitantes poderosas: la férrea normatividad citadina (el establishment regiomontano) y la falta de un liderazgo político-cultural alterno que enfrente con eficacia la ideología dominante.

Monterrey tiene mucho de clasista, de hipócrita, de moralino, y por supuesto, de represivo; pero sobrevive, por encima de estas taras, gracias a sus muchas virtudes, y a la inercia propia de la normatividad impuesta en la fábrica, en el centro de trabajo, que con sus ritmos y movimientos, sus horarios de trabajo, su control férreo al interior, han terminado por modelar una población prototípicamente individualista, acrítica, subsumida al ideario gerencial de los pesos y centavos. Es la misma masa que igual se manifiesta, entre ingenua y festiva, como “muchedumbre salinista” (a favor del paisano presidente), o como la “mejor afición de México” (fans futboleros). Y este prototipo se ha impuesto, desde luego, con el apoyo casi absoluto de los medios de comunicación, generalmente al servicio de los potentados locales.

Lo paradójico es que a nivel local no ha existido un liderazgo ideológico-político en los últimos 40 años, al menos no con la suficiente visibilidad, o con el nivel de interlocución y poder de convocatoria para estar analizando la historia, la coyuntura y la prospectiva social, política y cultural de esta metrópoli, que ya tiene mucho de cosmopolita, pero que parece que aún no madura intelectualmente (aunque existen expresiones aisladas, en la obra de talentos académicos y artísticos), y que requiere urgentemente de análisis más comprometidos y expeditos que den cuenta de su diversidad y su originalidad, pero sobre todo, que puedan exponer con argumentos e ideas otros paradigmas más acordes con la realidad.Q