La Quincena No. 47
Septiembre de 2007
contacto@laquincena.info


Director:
Luis Lauro Garza

Subdirector:
Mario Valencia

Mesa de Redaccion:
Tania Acedo, Luis Valdez

Asesor de la Direccion:
Gilberto Trejo

Relaciones Institucionales:
Abraham Nuncio

Coordinador de Cultura:
Adolfo Torres

Comunicación e Imagen:
Irgla Guzmán

Asesor Legal:
Luis Frías Teneyuque

Diseño:
Rogelio Ojeda

Fotografía:
Erick Estrada y Rogelio Ojeda

Ilustraciones
:
Chava

Distribución:
Carlos Ramírez

Internet:

LA BENDITA PALABRA
 

Ismael Vidales Delgado*

Estamos ante una nueva forma de organización social, económica y política que nos enfrenta a una crisis estructural, cuya principal característica es una nueva configuración social basada en que el conocimiento y la información estarían reemplazando a los recursos naturales en la generación y distribución del poder en la sociedad. Esto significa que tener materia prima, dinero o maquinaria da menos poder social que tener conocimientos e información.

Los primeros análisis acerca del papel del conocimiento y de la información como variables centrales del poder, fueron muy optimistas acerca de sus potencialidades democratizadoras, y estuvieron encabezadas por Alvin Toffler, quien afirmaba que la distribución de conocimientos e información es mucho más democrática que la distribución de materia prima, recursos tecnológicos o dinero, ya que – decía Toffler– “el débil y el pobre pueden adquirirlos”. La verdad es que, la sociedad que utiliza las nuevas tecnologías de producción basadas en el uso intensivo de conocimientos e información mostró, rápidamente, que el optimismo de Toffler era un tanto cuanto ingenuo.

La realidad nos muestra visiones más utilitaristas y menos democráticas en los nuevos patrones de organización social y económica basados en el conocimiento y la información. Las distancias entre los que tienen el nuevo poder, es decir, el conocimiento, y los que no lo tienen, ya no es una buena hipótesis que pruebe el incremento de la igualdad, la homogeneidad y la equidad, lo que muestran las evidencias es más desigualdad y de mayor diferenciación.

La desigualdad es una de las características más evidentes del nuevo orden social, el aumento de la desigualdad, en todos los sentidos, es una realidad descarnada, fácilmente observable entre los países que tienen mayor conocimiento e información y los que no los producen. Sabemos que estos procesos son muy complejos y que no es sencillo atribuir el aumento de la desigualdad solamente a este factor. Sin embargo, es evidente que uno de los factores que encontramos siempre asociado al aumento de la desigualdad entre los países y las personas es el conocimiento y la información, más que la posesión de recursos naturales o dinero.

Todos sabemos que la incorporación de nuevas tecnologías al proceso productivo conlleva la eliminación de numerosos puestos de trabajo. La mayor parte de los nuevos puestos de trabajo no se crean en los sectores tecnológicamente más avanzados, sino en los de servicios, donde el costo del trabajo representa una proporción importante del precio del producto, y mientras los sectores de alta productividad implementan políticas salariales generosas, los sectores de servicios aumentan muy moderadamente los salarios si quieren que crezca el empleo. Estas nuevas formas de organización del trabajo no sólo están provocando el aumento de la desigualdad, sino la aparición de un nuevo fenómeno social: la exclusión de los pobres iletrados de poder participar en el ciclo productivo.

La exclusión provoca una modificación fundamental en la estructura de la sociedad, pasando del tipo vertical al horizontal. La exclusión rompe el paradigma vertical tradicional de explotación, en el que los explotadores tenían fuerte ascendencia sobre cierto número de explotados. En el paradigma de hoy, los explotadores y los explotados tienen una relación horizontal, los explotadores llaman ahora a los explotados “asociados” o “microempresarios”, “pequeños emprendedores” y otros eufemismos, con lo cual, los explotadores quedan sin compromisos sindicales, de protección social y demás garantías previstas en la Ley General del Trabajo.

Lo curioso es que los explotados no han tomado conciencia de que son objeto de exclusión, y por lo tanto, ya no son capaces de generar una reacción organizada de movilización reivindicatoria de sus derechos, simple y sencillamente, porque se miran en el mismo plano de empresarios, “pequeños”, pero empresarios, aunque su empresa consista en vocear desde la madrugada un periódico o despachar en una tienda de carácter internacional. En la exclusión no hay grupo contestatario, ni objeto preciso de reivindicación, ni instrumentos concretos para imponerla. La enorme complejidad de estos procesos se advierte también en los mandos medios y medio-superiores, particularmente en los escenarios donde han incursionado fuertemente las nuevas tecnologías. En este ámbito, uno de los fenómenos más observables es que la pirámide jerárquica tradicional de organización del trabajo está desapareciendo también.

Por ello, advierto que la organización del trabajo basada en la utilización intensiva de conocimientos e información, tiende a reemplazar las tradicionales pirámides de relaciones de autoridad por redes de relaciones horizontales. En este esquema, pronto, la Ley Federal del Trabajo dejará de tener vigencia, no será necesaria, porque todos seremos asociados, pequeños empresarios o emprendedores.

Las nuevas unidades de producción tienden a agrupar microempresas, no más trabajadores asalariados, de esta forma, cada unidad de producción nace bajo el nuevo paradigma de no contratar a nadie, todos serán asociados y cada cual pagará su seguridad futura en ahorro individualizado en algún banco, que jineteará hasta el hartazgo sus exiguas aportaciones y, llegado el momento, se declarará en quiebra, y una vez más, el gobierno vendrá a rescatar al pobre banco y hará caso omiso del pequeño empresario que ahorró toda su vida para sobrevivir dignamente en la vejez.Q

* Director académico del CECyTENL.