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19 de mayo de 2010
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La luz y el muro

de Oscar Efrain Herrera

Eligio Coronado

 

C:\Users\vidal\AppData\Local\Microsoft\Windows\Temporary Internet Files\Low\Content.IE5\S9VJWUST\escanear0101[1].jpgEl poeta escudriña su realidad para compartir su mínimo aprendizaje sin imaginar que, a veces, ese aprendizaje puede enriquecer la percepción que los demás tienen de su propia realidad.

 

En La luz y el muro*, Oscar Efraín Herrera reflexiona en voz alta sobre esa realidad que se vuelve colectiva cuando se comparte: “No pregunten por qué sin saber el nombre de las cosas recibí la / encomienda de enumerar lo que veía” (p. 12).

 

Mucho oficio y pocos libros caracterizan a Oscar (Monterrey, N.L., 1962), lo cual evidencia su rigor autocrítico. Todo cae bajo el agudo filo de su lenguaje. Desde lo más sencillo: “La sombra crece / con paciencia de piedra” (p. 11) hasta lo más deslumbrante: “Si el hombre es ceniza / estos que avivan el incendio / serán hombres” (p. 86).

 

Como parte de su estilo, lo confesional le echa una mano al pesimismo: “A veces uno empieza a escribir su vida, / borra, cambia palabras y vuelve a intentar, / pero se da cuenta que empezó mal en la vida” (p. 95) y el humor rezuma ironía: “Siempre habla mal de mí / y me envía a sus espías, / que me muera si no me teme. / Por qué lo creo, porque / siempre hablo mal de él / y le envío a mis espías, / que me muera si sabe que le temo” (p. 46).

 

Una enfermedad atenaza sus huesos y Oscar no elude esa realidad: “es invierno y un dolor de astillas se aloja en tus huesos” (p. 14). No hay autocompasión en él ni sobresaltos depresivos, sino aceptación: “Lo que ocurra después, no sé, / pero andaré en muletas / hasta la última palabra” (p. 25).

 

Inexorable, su poesía sigue haciendo el recuento de su realidad: “Amo la lluvia (…) / que me permite andar la calle sin ser visto” (p. 22), “El ritmo que me nace y me deshace / deja cada mañana en mi cabeza / nuevas canas y dolores inéditos” (p. 73), “Sólo tengo una mano derecha / para saludar. / A veces más de una izquierda / para despedirme” (p. 79).

 

Como se puede ver (y leer), el lenguaje de Oscar es preciso. Sus metáforas brillan en el territorio baldío de la página: “Burbujas: / aire que no quiere perder su piel de agua” (p. 82), “La lluvia deja caer sus semillas de diamantes / sobre el cemento iluminado por los carros” (p. 83), “Un colibrí (…) / Construye un reloj de viento / en la rama más delgada de la tarde” (p. 69).

 

Leamos para mejorar nuestra percepción de la realidad y compartamos nuestro propio aprendizaje, por mínimo que sea. Tal vez así logremos que la realidad colectiva sea más habitable para todos.

 

Oscar Efraín Herrera. La luz y el muro. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Aldus, 2009.  95 pp. (Colec. Aldus Poesía)

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