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21 de julio de 2010
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Bitácora de voces 

Eligio Coronado

 

La poesía es un acto telúrico y fundacional. Telúrico porque nos sacude espiritualmente y fundacional porque sus conceptos nos parecen siempre como si fueran dichos por primera vez por cada poeta.

 

Y es que cada poeta es una voz diferente, y en eso radica su valor: en su individualidad. Cada quien vive la realidad a su manera y cada quien efectúa su propio asalto a la realidad para entenderla y explicarla.

 

De esta manera, cada poeta representa una realidad distinta: la que él percibe, la que él siente, la que él vive. Y todas estas realidades son válidas pues de todas existe una constancia por escrito: la obra poética de cada autor.

 

¿Y cómo se escribe esta obra poética? A veces se escribe bajo el influjo de la serena meditación,  otras veces bajo el impulso de la vertiginosa inspiración y otras bajo la ineludible urgencia de las circunstancias, pero todo dentro de los parámetros del estilo personal de cada quien.

 

En esta Bitácora de voces del Ciclo de Poesía Verso Norte 2009* hay treinta y seis voces que destacan, unas más que otras, por su rebeldía juguetona, por su sentido de la estructura, por su nitidez expresiva, por su pasión e intensidad, por su dominio del oficio, por emplear la introspección como detonante de las sensaciones, por su búsqueda de la propia identidad, por emplear la acumulación y la explicación como métodos creativos, por utilizar la reiteración, la reflexión, lo lúdico y lo narrativo como recursos y hasta los que están buscando un estilo propio.

 

Cada quien asalta la realidad a su modo y nos entrega sus propias cuentas:

 

“escribo bajo cualquier

/ impulso

/ ya no espero los grandes momentos”

(Teresa Cuello, p. 76),

 

“He bebido mi ración del horror todos los días.

/ Cada mañana escupo coágulos sangrientos”

(José Francisco Villarreal, p. 122),

 

“El tiempo,

/ ese viento insolente,

/ nos lleva en sus brazos

/ oxida los amores

/ (…) carcome los cuerpos

/ estruja el espíritu

/ (…) te entierra feliz”

(Fernando Elizondo, p. 43).

 

Toda poesía está siempre en proceso de maduración y sujeta, además, a las tijeras de la autocrítica de su propio autor, pero ello no impide que nos sacuda, a pesar de las implicaciones de su intemporalidad:

 

“Heridos por el insomnio,

/ sangrando en el suelo desnudos,

/ cuántos pensamientos se marchitan

/ al tocarlos la pálida luz de la mañana”

(Bernardo Chapa, p. 132),

 

“El dolor está rompiendo en olas en mi cuerpo”

(Rosa María Villarreal, p. 148),

 

“Mujer de piedra

/ erosionada

/ de grietas

/ cinceles dan forma

/ al desierto gris

/ que habito”

(Laura Fernández, p. 51).

 

Uno de los recursos de nuestros autores es lo lúdico. Lo lúdico es el ancla contra la solemnidad y el dramatismo. No le resta fuerza al discurso y sí, en cambio, le abre las puertas de nuestra credulidad inmediata. Lo lúdico es otra forma de leer el texto:

 

“Mi único deseo

/ es hipnotizarte

/ y beber un poco de ti

/ porque por ahí me han dicho

/ que sabes a vino tinto”

(Martha Zoraida Olivares, p. 143),

 

“Pizca de sal, freírnos en caricias

/ probar tu ombligo condimentado

/ (...) Más vale dejar al amor quemado

/ que comerte frío y desabrido”

(Carmen Avila, p. 151),

 

“Romeo y Julieta fueron unos insensatos,

/ Por eso tuvieron el fin que tuvieron,

/ Por eso su historia todos la recuerdan.

/ Tú y yo fuimos más prudentes,

/ Por eso cada quien siguió su camino,

/ Por eso nuestra historia a nadie le importa”

(Antonio Delgado Garza, p. 135).

 

Pero son los autores que dominan el oficio los que escriben los poemas que trascienden, los que se quedan en el imaginario cultural de la ciudad:

 

“El cielo

/ llega hasta mi puerta  

/ la abro

/ las nubes

/ toman asiento

/ en todas las sillas

/ de mi casa.

/ Afuera

/ el sol

/ calcina la ciudad”

(Yolanda Barrera, p. 22),

 

“depositas tu voz en mi boca

/ su semilla se abre   las raíces horadan mi vientre

/ un canto florece

/ el canto se abre paso y llega a esta página

/ despliega sus alas

/ ensordece tus ojos”

(José María Mendiola, p. 15),

 

“Cuando pienso en ti

/ abandono mi estadía de persona.

/ Soy un sentir que camina.

/ Mis pasos se vuelven

/ la saeta de un suspiro

/ que recorre la ciudad”

(Lorena Sanmillán, p. 24).

 

Sí, la poesía es un acto telúrico y fundacional que refleja el asalto que cada autor realiza sobre su propia realidad para entenderla y explicarla mediante textos meditados, inspirados o urgentes. Ahora sólo falta convencer a la gente de que es más espiritual leer un poema que anotar un gol.

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*  Zaira Espinosa y José Jaime Ruiz, comp. Verso Norte 2009. Bitácora de voces. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Buró Blanco, 2010. 165 pp. (Colec. Posdata).

 

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