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21 de julio de 2010
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Llegó el momento

Claudio Tapia

 

Si no es ahora, no veo cuándo los ciudadanos podremos asumir un papel más activo, más comprometido, para enfrentar el deterioro de la vida económica, política y social de nuestra nación y, por supuesto, de nuestro Estado.

 

Es posible que si seguimos postergando nuestra participación activa en la reconstrucción de la vida social, la descoordinación e ineficacia de un gobierno, del que se espera resuelva todo, genere un levantamiento de ciudadanos cansados de la insensibilidad, lentitud e ineptitud de su clase política.

 

En América Latina tenemos múltiples ejemplos de estallidos sociales producidos por el tardío y mal manejo de la ayuda recibida para atender la devastación producida por “desastre naturales”.

 

Pero no estamos participando. Nuestra apatía y pasividad política fue advertida por César Gaviria, ex presidente de Colombia, quien sinceramente nos dijo: “La juventud (se dirigía a los alumnos del Tec de Monterrey) es crítica, en general, y rebelde, pero creo que esta sociedad necesita más crítica de la que tiene. De verdad, lo digo sinceramente, y no sólo crítica del gobierno, sino crítica de la sociedad, de las cosas que están mal, que no funcionan. Eso no se está haciendo. Hay cierto letargo”. (El Norte, Vida, 9 de febrero, 2010).

 

Si quieren acelerar los cambios positivos en el país, concluyó, deben ser más críticos con sus gobernantes y con su propia sociedad. Tiene razón, pero no lo estamos haciendo.

 

Nuestra despolitizada sociedad, sorprendida por la catástrofe, no atina a hacer nada más que exigir acciones inmediatas a quien corresponda y a asistir, con los medios a su alcance, a los damnificados más desprotegidos, demostrando su caritativa solidaridad, olvidando que la corrupción es la falta de solidaridad por excelencia.

 

Los daños sufridos por el inesperado “desastre natural” que, sin duda, deben repararse siguiendo un plan de reconstrucción, restauración y reactivación económica y social, elaborado en el seno de una democracia participativa, coordinado por un mando legitimado por el consenso de las múltiple propuestas y soluciones de las autoridades y los ciudadanos informados, se intentarán resolver, otra vez, sin la participación ni el compromiso de la ciudadanía.

 

Una vez más, se cae en el error de suponer que al hablar con unos cuantos dirigentes de organismos cúpula y al escuchar al reducido grupo de notables, el que gobierna ya tomó en cuenta a la ciudadanía. Eso es lo que nuestros políticos entienden por participación ciudadana.

 

La degradación de nuestra vida social no se debe a que los valores morales estén en crisis ni a que la naturaleza se ensañe sólo con nosotros (el xenófobo ciclón se abstuvo de hacer daño en el territorio texano). En nuestro país, lo que verdaderamente está en crisis es la participación de la ciudadanía. No estamos listos para una democracia deliberativa porque nunca la hemos practicado. No sabemos hacer un uso crítico y responsable de nuestras incipientes instituciones democráticas. No somos, todavía, una sociedad de ciudadanos.

 

Empresarios, trabajadores, profesionales, maestros, estudiantes,  jóvenes, ancianos, todos, tenemos que asumir un papel más activo en el planteamiento y ejecución de soluciones a problemas comunes locales, nacionales y hasta globales.

 

Pero no lo estamos haciendo. Somos capaces de organizarnos  para asistir con caridad a las víctimas de un desastre e, incapaces de unirnos para llamar a cuentas y acabar con la impunidad.

 

Lo que hay que reconstruir primero que nada, es el viejo paradigma que incluía, como dice José Narro Robles, rector de la UNAM, “valores laicos esenciales, como la honestidad, la solidaridad, el conocimiento, la verdad, el trabajo, la justicia y el respeto pleno a los derechos de los demás”.

 

En la pérdida de ese horizonte ético-político, en eso, consiste nuestra verdadera tragedia nacional. Es ese nuestro natural desastre. Esa calamidad es la causa de nuestro permanente fracaso.

 

Es el momento de cambiar y de atrevernos a participar activamente para garantizar que se tomen en cuenta los intereses de toda la sociedad. Debemos asumir, cuanto antes, un papel activo para frenar el acelerado deterioro de la vida nacional.

 

Sin eso, la reconstrucción de Nuevo León y de la nación fracasará. ¿Seremos capaces.

 

claudiotapia@prodigy.net.mx

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