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10 de agosto de 2010
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BORREGO DIXIT

Estulticia: un peligro para México

Salvador Borrego

 

Lejos estamos en este espacio del propósito de atacar a personas o de perseguir un fin político o partidista específico. Al respecto debo decir que soy un priísta atípico, esto es, no aspiro a nada que no sea asomarme a un fenómeno, el político, que me resulta por demás interesante, y por que no creo en los sin partido que andan en la tandariola.

 

Nuestra idea está más orientada a comentar situaciones graves, potencialmente dañinas, que en nuestro ejercicio profesional de 35 años hemos detectado. Es claro que en muchas ocasiones a las situaciones detectadas se les podrá fácilmente poner nombre y apellido, pero aún así no será nuestra intención dañar la imagen o atacar a alguien, sino dar nuestro punto de vista con la idea de que pueda ser de utilidad.

 

En no pocas ocasiones serán correligionarios míos quienes sean objeto de señalamientos, y en otras serán de alguna opción política diferente, o de alguna combinación o sociedad de convivencia entre ellas.

 

Pues bien, hoy le toca su turno no a una persona sino a un criterio general muy difundido, que ha causado estragos en nuestro país siempre, pero de manera acentuada durante los últimos años. Es una idea muy difundida que asocia la inteligencia con la maldad (deslealtad) y la estupidez con la bondad (lealtad).

 

Hagamos un ejercicio mental para darle credibilidad al párrafo anterior. ¿Cuántas veces han escuchado decir lo siguiente?: Cuídate de fulano por que es muy listo; y ¿cuántas veces han escuchado decir?: Cuídate de manganito por que es muy tarugo.

 

Estarán de acuerdo conmigo en que gana la primera expresión. Es cada día más común observar a personas claramente impreparadas asumir cargos y responsabilidades elevadas, o ser apoyadas para alcanzar puestos de elevada responsabilidad. En el primer caso por privilegiar la supuesta lealtad, y en el segundo por la ilusión de que con buenos asesores podrán sacar adelante la tarea.

 

Lo cierto es que este fenómeno se ha extendido mucho y no es exclusivo del ámbito público. Se observa en las empresas y, aunque usted no lo crea, en la vida académica también. Los daños que esto ha generado son incuantificables, pero se antoja que son enormes.

 

Hubo alguna vez un gobernador de Nuevo León que no asumió este criterio de privilegiar a los tontos, y fue común que confiara responsabilidades de gran envergadura a personas que jamás se identificaron ni con él ni con su partido. Alguna vez se vio precisado a explicar su actitud: Es más fácil que a un inteligente que no sea mi amigo lo haga mi amigo, que lograr que a un amigo tonto lo haga inteligente.

 

Lamentablemente, lejos estamos de encaminarnos de manera sensata en el tema de hoy, y genera alarma que personas connotadas lo practiquen o avalen. Hace poco escuché a uno de nuestros líderes de opinión, ponderar la actitud “honesta” de un encumbrado funcionario público de Nuevo León, porque éste reconocía abiertamente que nada sabía del puesto que recién había asumido. Si estos personajes en verdad fueran honestos rechazarían esos puestos. Algún supremo y elevado interés nacional seguramente deberá obligarlos a hacerlo, pero mientras tanto todos pagamos el precio del absurdo.

 

La multiplicación de situaciones como la antes descrita, en todos los ámbitos de la vida nacional, nos hace pensar que vivimos una verdadera rebelión que amenaza con dañar cada vez más a nuestro país. La pobreza creciente es el mejor y más triste termómetro de ello. Por lo anterior postulamos que la estulticia, y ya entrados en gastos, la pendejez, es un verdadero peligro para México. Algo debe hacerse al respecto. A mí, de momento, se me ocurre señalarlo, en la esperanza de que sirva de algo.

 

Hasta la próxima.

 

 

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